El regreso del soldado desconocido: Entrevista a Lurgio Gavilán
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El 8 de febrero del año 2015 el periodista Fernando Vivas publicó en la sección Luces de “El Comercio” una nota a página entera sobre el proyecto de adaptación cinematográfica de “Memorias de un soldado desconocido”, la autobiografía de Lurgio Gavilán.
Aquel texto periodístico puso nuevamente sobre el tapete una historia que por particular no era necesariamente única. Su autor, hoy profesor de ciencias sociales en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, en Ayacucho, tuvo el valor de contar fielmente su paso por Sendero, el Ejército y la Iglesia sin recurrir a justificaciones.
Podría decirse que la historia del libro tiene más de una etapa. Su elaboración, el análisis cercano de Carlos Iván Degregori, la publicación y el proyecto cinematográfico. Hoy podríamos sumarle una fase más: una segunda edición revisada y aumentada. La misma logró convertirse en el tercer texto más vendido en la categoría Testimonio durante la reciente Feria Internacional del Libro de Lima 2017.
Lurgio Gavilán ha añadido esta vez un epílogo sobe los cabitos, aquellos adolescentes que junto a él fueron criados al interior del cuartel del mismo nombre que hay en Ayacucho. “Libros a mí” con él sobre este libro, ya a la venta en el Instituto de Estudios Peruanos y en las principales librerías de Lima.
-¿Siente que publicar este libro le cambió la vida?
Sí. Fue difícil publicarlo porque trata cosas muy sensibles. Los profesores en México me decían que no regrese al Perú. Ese fue un miedo inicial pero finalmente volví y visité el convento, las instalaciones militares, y me encontré con mis cabitos, lo que ahora cuento en el epílogo. La situación está mucho más abierta para hablar sobre lo que nos pasó como país.
-¿Y en lo personal la publicación de este libro fue un ejercicio de redención?
Sí, creo que ha ayudado a sentirme algo más libre, sin ataduras. Y también ayudó a compartir con mi familia lo que viví. Ellos sabían poco de lo que me pasó, pero cuando salió este libro fue motivo para hablar más profundamente con ellos y también con mis amigos.
-¿Por qué decidió volver a vivir en Ayacucho? Pudo quedarse en México o permanecer en Lima, ¿qué lo llevó de nuevo a su tierra?
Me gusta mucho México, su comida, su gente amable. También trabajé un tiempo en Lima, en San Marcos, pero mi familia está en Huamanga y yo quería estar con ellos. Sin embargo, la situación es difícil. Uno puede estudiar maestrías o doctorados pero al final terminas sin empleo. Quizás podría quedarme en cualquier parte, no lo sé, mi vida es muy incierta.
-¿Y sus alumnos saben su historia personal?
A raíz de la publicación del libro sí conocen mi historia. Soy casi un hombre público y por ende me reconocen algo. Ahora enseño (ciencias sociales) en la facultad de enfermería (de la UNSCH). Algunos alumnos me habían visto antes pero nunca se atrevían a preguntarme nada. Luego ya se me acercaban a consultarme sobre “El soldado desconocido” y, es curioso, pronto ya terminará el semestre y los dejaré.
-¿Qué tanto le ayudó la antropología para entender lo que es el Perú y sus problemas?
Entré a estudiarla sin saber mucho al respecto. Pero siempre he buscado entender al otro y a uno mismo. Quería sentirme más tranquilo comprendiendo por qué ocurren ciertas cosas como el conflicto, la corrupción y otros hechos. Siento que me ayudó mucho estudiar eso.
-A raíz del éxito que tuvo su libro recuerdo que llegó a ser pirateado rápidamente. ¿Qué opinión le genera ver ediciones piratas de su libro siendo vendidas en los semáforos?
Llegué a firmar varios de mis libros piratas. Me alegro. Quizás para las grandes editoriales no es bueno, es cierto, pero a veces parece que nuestra economía va bien y muchos ni siquiera tienen para comprar un libro de 30 soles. A mí me alegra que más personas lean “Memorias de un soldado desconocido”.
-¿Qué es para usted la reconciliación?
No hay un arco del triunfo a donde todos llegaremos a abrazarnos. Eso no existe. Quizás puedas soñar con eso, pero nada más. Yo creo que la reconciliación es no olvidar. Conociendo el pasado podemos cambiar nuestro presente. A veces incluso dentro de una misma familia hay diferencias que no se superan. Y creo que reconciliar en situaciones límites es muy complicado.
-¿Le ha sido difícil agregar este epílogo a un libro publicado originalmente hace 5 años?
Esta es una historia casi interminable. Con los cabitos viví tanto tiempo en la base militar. Juanito, Walter, éramos varios. Pero cuando salió a la luz el libro nos contactamos. Algunos hoy son cocineros o trabajan en empresas de seguridad. Fue difícil para mí escribir este añadido y no sé cómo lo tomarán cuando lo lean.
-¿Usted tiene hijos?
Tengo uno de 22 años…
-¿Y él sabe su historia de vida?
Sí, el libro está dedicado a él.
-¿Y qué piensa su hijo sobre usted, qué le dice?
“¡Me das miedo!”, me dice (risas). Suelo salir a caminar con él y con mis otros dos hijos. Trato de estar en familia siempre.
-Para algunos la suya es fundamentalmente una historia de saber sobrevivir en ambientes difíciles…
Sí, pero pienso que esas vidas que me tocaron estaban muy ‘normalizadas’. No sé, como si hoy alguien me ofreciera vivir en París con un status grande, y lo comparase con mi vida actual: apenas tengo unos centavos para comprar algún libro y nada más. Así eran estas vidas. Con Sendero podía comer dos o tres días, luego el Ejército me daba pan. Y ya en el convento se tomaba vino. Por eso te digo que eran vidas tan ‘normalizadas’ en dicho momento y contexto. Viendo las cosas hoy podrían verse como un horror.
-¿Carlos Iván Degregori fue importante en su decisión de estudiar antropología?
Fui su asistente junto con Rosa, Dynnik y Renzo en el Instituto de Estudios Peruanos. Trabajábamos sobre batallas por la memoria. A él le interesó mucho mi texto pero pasaron dos cosas: se enfermó y yo viajé a México. Carlos me motivó y ayudó mucho. Lo recuerdo viviendo en Barranco, en su casa de la calle Fidelli.
-¿Se imagina el resto de su vida como académico o cree que el destino le puede guardar algún nuevo giro inesperado para los próximos años?
Nunca me imaginé mis vidas. Viviendo en mi comunidad solo pensaba ser como mi papá: sembrar cacao y coquita. Nunca pensé entrar a Sendero, menos al Ejército o al convento. Y jamás pensé críticamente por qué me pasaron estas cosas. Ahora pienso en mi familia pero también en ayudar a mis alumnos. Hoy debo llevar un pan a la casa y creo que gracias a estos textos podemos empezar a hablar de temas así.
-Usted en su libro cuenta cuando el hoy cardenal le dijo que no podía ser sacerdote “porque no era casto”. ¿Llegó a imaginarse alguna vez en un futuro como sacerdote?
Creo que no hubiera permanecido mucho tiempo en el convento. Muchos entran y están cinco o diez años y luego se retiran. Quizás en algún momento me pasó por la cabeza, justo cuando estaba con el entusiasmo, con los rezos. Eso es como el enamoramiento: feliz al comienzo pero llegas a los dos o tres años y ya no es lo mismo.
-¿Hay más vidas como la de Lurgio Gavilán rondando por ahí?
Sí. Algunos me han dicho que tienen historias para contar y yo los animo a escribir. Existen muchas vidas por contar. Al final todo esto es la historia de Perú.
-¿Lee novelas o la ficción no le parece muy interesante?
Leo a Arguedas, también a José Saramago. A veces también trato de ver películas. Siempre necesitamos a la literatura para darnos un poco más de vida.
-Si tuviera que dirigirse a alguien que jamás escuchó ni leyó nada sobre usted, ¿por qué tendría que interesarnos leer “Memorias de un soldado desconocido”?
Este libro es autobiográfico. Lo escribí cuando estaba en el convento. (En la primera edición) había algunas partes mencionadas tácitamente, pero ahora sí aparecen los nombres reales de los varios lugares. Y me alegra mucho tener la posibilidad de compartir esta historia con la mayor cantidad de personas posible.