"Los errantes", "Todo lo que veo es mío", "Paradero" y otros interesantes cuentos
Presentamos otras narraciones para pasarla bienLOS ERRANTES
¿Cómo que Los Errantes van a venir? preguntó Etelbino Mayorga.
Eso es lo que dicen, doctor respondió Benita Pariona mientras lo alimentaba en la cama como a un crío. Dice que con toditos los músicos originales van a venir, doctor. Dice que los Ñawi los van a traer como sea.
Mayorga apuró la cucharada de caldo que desayunaba y se secó la boca. Sus cejas se arquearon con un guiño de fastidio; su ceño y su marchito rostro se estriaron aún más. Un ataque de tos se apoderó de él.
¡Este pueblo esta lleno de cojudos! gritó entre tosiendo. Los Errantes ya deben estar muertos. ¡Eran mayores que yo!
La mujer enmudeció. Lo esperó con otra cucharada cerca de la boca. Mayorga movió las manos para decir que no quería comer más y se arrancó el mantel.
Coma un poquito más, doctor suplicó la mujer. Rico está. Con atajito, con quesito, como le gusta he hecho la sopita.
No obedeció. Otro ataque de tos lo envolvió hasta dejarlo colorado y sin aire.
No quería que nadie lo viera agonizar. Desde que la diabetes había complicado sus riñones y lo condenó a estar en cama, renunció al tratamiento médico que recibía en Lima y pidió que lo llevaran de regreso a Colcabamba, en los páramos de Huancavelica. Qué mejor lugar para morir, que el lugar donde uno ha nacido, argumentó y vendió sus propiedades para no volver a la capital. En el pueblo se refugió en uno de los siete cuartos de la enorme casa que había heredado de sus padres. Sólo la enfermera que sus hijos habían contratado para cuidarlo y Benita Pariona, la mujer que le preparaba los alimentos y cuidaba la casa, podían entrar a su habitación. Ni siquiera el cura Zanabria, que pidió verlo diciendo que venía en misión cristiana, fue recibido; lo mismo que el juez Valladares que se apersonó a presentar sus honores al único Colcabambino que había pisado el Congreso Peruano como diputado de la Nación.
Pero aquella mañana maldijo estar en ese estado. Después de oír la noticia que traía alborotado al pueblo, renegó del hecho de no poder dejar la cama y salir a la calle para burlarse de lo que la gente afirmaba.
Muertos de hambre, carajo dijo al cesar la tos. Por eso este pueblo está como está: tan pobre como cuando me fui. Fiesta, fiesta, nomás, carajo; para el trago sí sacan plata de donde sea, pero para alimentar a sus hijos, para educarlos, nada.
Los Ñawi son ricos, doctor. respondió la mujer. Cuatro volvos tienen. Si es por plata, esos, segurito que los traen.
Mayorga enmudeció. Para él el sinónimo de rico, en el pueblo, no eran los Ñawi, sino los Varillas, los Cano, los Gamarra; familias amigas que hacía años habían tenido el comercio mayorista de alimentos, la molienda de granos, el acopio de papa, familias de cuyas fortunas, ahora, quedaba casi nada.
Volvió a toser.
Déjame solo, Benita.
Sí, doctor.
El silencio metálico de la cuchara escarbando los platos se apoderó de la habitación. La mujer limpió la mesa, ordenó el pie de la cama y se acercó a Mayorga. Acomodó sus lados, lo ayudo a apoyar la espalda contra la cabecera y lo arropó.
¿Cuándo es la fiesta? preguntó Mayorga en ese momento.
En dos semanas, doctor. El 31 será, pues, la última novena; y el primero, la fiesta, doctor.
La tos amainó. Mayorga miró el calendario que colgaba en la pared. Hizo números.
¡Jo! pronunció Falta que a Dios se le ocurra recogerme justo en el “día de los muertos”.
Ulises Gutierrez Llantoy
DNI: 10530977
TODO LO QUE VEO ES MIO
Marielita, era una niñita que solía decir: “Todo lo que veo es mío”. Cierto día su papá Martín, su esposa María y ella salieron a pasear por el verde prado.
Marielita, corría y corría, es así que vio en el cielo como el águila planeaba en forma circular sobre ellos y entonces dijo:
− ¡Yo quiero el vuelo del águila!
Y ¡zas! el pobre animal cayó estrepitosamente al suelo y luego comenzó a caminar tambaleándose y muy resignada se perdió caminando entre la verde vegetación.
Mientras tanto Marielita estaba feliz, ya que al fin pudo tener, el vuelo del águila. Sus papás le reprocharon, pero ella, ¡Ay! siguió caminando.
De pronto Marielita escuchó cantar a un jilguero, y al escucharlo, le gusto tanto el canto que dijo:
− ¡Yo quiero el canto del jilguero!
Y ¡zas! el pobre animal repentinamente se quedo sin canto, abría su pico y no se escuchaba nada, entonces resignado se posó sobre la rama de un árbol.
Mientras tanto Marielita estaba feliz, ya que al fin pudo tener, el canto del jilguero. Sus papás sólo atinaron a mirarla.
De pronto Marielita vio pasar a un conejo y dijo:
− ¡Yo quiero la velocidad del conejo!
Y ¡zas! el pobre animal repentinamente caminaba tan lento como una tortuga, y resignado se perdió caminando entre la vegetación.
Mientras tanto Marielita estaba feliz, ya que al fin pudo tener la velocidad del conejo. Sus papás le reprocharon, pero ella, ¡hay! siguió caminando.
De pronto Marielita estando por la orilla del río vio que un pez de vivos colores nadaba a placer, y entonces dijo:
− ¡Yo quiero el nado de ese pez hermoso!
Y ¡zas! el pobre animal repentinamente caía lentamente al fondo del río, con su abdomen blanco hacia arriba.
Mientras tanto Marielita estaba feliz, ya que al fin pudo tener el nado del pez. Sus papás muy desilusionados, le recriminaron, pero ella, ¡hay! siguió caminando.
Fue entonces que papá Martín no aguantó más, llamo a Marielita, y le dijo:
− ¡Basta ya!, de hacer daño a esos pobres animalitos.
− ¡Te ordeno que devuelvas lo que le quitaste a cada animalito, no ves que están sufriendo!
Esas palabras calaron muy hondamente en su corazón y entonces ella dijo:
− ¡Tienes razón papi!, no me di cuenta.
Y sin más que decir padre, madre e hija regresaron por el camino a devolver lo que se les habían quitado a esos animalitos. Marielita fue al río y vio al pececito multicolor y le dijo:
− ¡Pececito perdóname, te devuelvo tu nado!
Y dicho esto el pececito recobro su ágil nado, y sin acordarse nada de lo que paso.
Luego siguieron su camino y más allá encontraron al conejo echado, y entonces Marielita se acerco y le dijo:
− ¡Conejito perdóname, te devuelvo tu velocidad!
Y dicho esto el conejito recobro su innata velocidad, corrió, sin acordarse nada de lo que paso.
Luego siguieron caminando y encontraron al jilguero en el mismo árbol y Marielita se acerco y le dijo:
− ¡Jilguerito perdóname, te devuelvo tu canto!
Y dicho esto el jilguerito recobro su canto, canto y sin acordarse nada de lo que paso.
Prosiguieron su camino, y encontraron al águila arrastrando sus alas, entonces Marielita le dijo:
− ¡Aguilita perdóname, te devuelvo tu vuelo!
Y dicho esto el águila recobro su vuelo, voló y de su desgracia ni se acordó.
Desde entonces Marielita aprendió que todo en la vida no se puede tener, que nadie tiene derecho de quitarles nada a nadie.
¡Y Rusvelín colorado, espera que este cuento te haya enseñado!.
Rusvel V. Benavente Vilca. DNI Nº 29353898
PARADERO
7 de la mañana, la alarma del celular lleva sonando cinco minutos, me despierto y la apago; me levanto, prendo el televisor y escucho el noticiero, el presentador pasa a la siguiente noticia, al parecer hubo un accidente automovilístico en la carretera y murieron dos jóvenes que tenían mi edad, pareciera que cada vez que prendo el noticiero alguien muere, me pregunto si dejando de ver las noticas la gente dejaría de morir, sería un mundo mejor.
Salgo de la ducha, me miro al espejo y noto que me está creciendo barba, sin embargo aún me veo prolijo, quizá me afeite mañana, hoy me da flojera; camisa planchada, corbata nueva, todo perfecto.
Esperé en el paradero 10 minutos antes que llegara el colectivo, no había mucha gente, así que pude sentarme con comodidad, el viaje dura un promedio de media hora, es por eso que todos los días agradezco encontrar asiento disponible, sobre todo cuando regreso por las tardes. Trabajo en una empresa de consultoría hace aproximadamente dos años y por ende durante dos años he usado esta ruta para ir al trabajo y así como yo mucha gente que también la usa todos los días, veo a las mismas mamás que toman el mismo colectivo para dejar a sus hijos al colegio, está la señora que compra pan y jugo en la panadería que queda al frente de mi casa y sin embargo vive a 12 cuadras, la pareja de enamorados que estudian en la misma universidad que queda de camino a mi trabajo y también una pareja de esposos, la mujer trabaja en un edificio aledaño al mío; nunca supe donde trabaja su esposo.
Acostumbrado a ver casi todos los días durante dos años a la misma gente, que podría decirse es mi familia del colectivo, me sorprendí enormemente al ver entrar ese día a una mujer en el paradero del colegio, mientras que todas las mamas bajaban con mochila en mano e hijos somnolientos, ella subía. Esa mañana agradecí ver un nuevo rostro en mi ruta diaria al trabajo, era una chica realmente hermosa, alta y de tez blanca, cabello largo castaño y unos ojos inmensos de color pardo, sus labios delgados de un color rosado intenso, se sentó a mi costado y no lo podía creer, trate de no ser muy evidente al comienzo, pero a medida que el trayecto era recorrido por el colectivo, yo dejaba atrás todo instinto de cautela, no podía dejar de observarla, era casi imposible no sentirme atraído hacia ella.
Una calle, dos distritos, su sonrisa y mi timidez, sus labios y mi apellido, miradas elocuentes que solo se encuentran de reojo cada dos calles, palabras que no encuentran salida y mueren en mi garganta, el querer decirle todo y a la vez nada. Eventualmente ella se paró, el siguiente paradero era su destino final, antes de salir volteó y me vio, puedo jurar que en esos labios se quería esbozar una sonrisa, puedo jurar que en esos grandes ojos pardos se quedó inmolada mí diezmada valentía.
Una parte de mí salió y se fue con ella y la otra conmigo quedó, esa parte que no pudo decirle hola, que perdió la guerra sin pelear una batalla, una parte que estuvo aferrada todo el día a una palabra: esperanza.
7 de la mañana, la alarma del celular suena, después de 5 minutos la apago y me levanto; prendo el televisor, la delincuencia en este país sigue aumentando, esta vez sí me afeite, vuelvo a subir al mismo colectivo y con la misma gente – ojalá – solo falta 1 paradero.
Ojalá.
Bruno Cock Rosso
46415044
VHS
Nunca se trató de llegar primero a la meta o de recorrer una distancia para un récord. De eso se encargarían los metros de cinta montados en el carrete del video casete. También sabía que era una tarea ardua y que iba más allá de un tiempo límite. La duración del proyecto se daría conforme avanzase con él. Quería desligarlo de las variables espacio y tiempo, para que encuentre sus propias fronteras trazadas por mi disciplina y fuerza de voluntad. Sin embargo, aspiraba a darle forma y color para que mis ojos no se desvíen de manera intencional por un trabajo de claustro. Así que primero fui moldeándolo. Lo hice parecido a esos pequeños animales esponjosos que te regalan de niño y se hinchan con el agua, pero en vez de desarrollarse en el jardín, lo hacía dentro de mí, hasta apoderarse de todo el espacio hasta dejarme como una cáscara a punto de resquebrajarse.
El segundo paso fue elegir el color. Nunca se me pasó por la cabeza que tuviera como principal componente un blanco fabricado con los pigmentos de la ilusión, porque le daba a mi proyecto la quimera de empezar con el pie derecho y esto era completamente falso. Se perfilaba hacia el otro extremo, hasta casi tocar el límite. Mi tendencia fue elegir el gris, por lo egoísta y poco productivo que se haría:
La idea era grabar una cinta de VHS con los mejores videos que se transmitieran en el único canal musical de esos tiempos. Anhelaba un registro de época. Pero no quería que fuera un manojo de ellos; quería algo que no dejará dudas que se intentó (o logró) captar las mejores bandas o solistas de la época. Que estuvieran sus clips más representativos.
Había tres maneras o velocidades para conseguir que mi empresa fuera exitosa: SP, LP o SLP.
Super Play (SP) grababa 2 horas con la mejor calidad que una cinta te puede dar.
Long Play (LP) grababa 4 horas con buena calidad.
Super Long Play (SLP) grababa 6 horas. Y era aquí donde se añadía gotas de pintura gris a mi obra. Para empezar, la calidad no era la mejor, pero había una gula que crecía conforme pasaban los videos. Ahora sí estaba ciento por ciento seguro de que me había tragado al animal que se desarrollaba con el agua y tenía una sed descomunal. Estaba en mí, satisfaciéndose con lo que miraba. No necesitaba más que eso. Era un ser de naturaleza estática que podía permanecer durante mucho tiempo sin hacer nada, simplemente dejándose llevar por lo que una señal VHF le dictaba.
Pero no solo se trataba de ver televisión de lunes a viernes, desde las seis de la tarde hasta la media noche. Nunca intenté dejar pasar las cosas hasta encontrar algo que me gustase, apretar el botón de grabado y esperar a que la magia de un mecanismo ensamblado en Taiwán registrase los tres o cuatro minutos que duraba la canción. Había un trabajo de post producción delicado, que hacía de mi proyecto algo especial, algo con grandes rasgos de compulsión, que dejaba a los personajes que frotan una superficie de madera hasta transformarla en una hondonada, como simples agentes de limpieza o ejemplos vivientes de lo óptimo en salud mental.
No era simple.
Por eso la parafernalia al tratar de explicar los pasos:
Después de terminar de grabar el video, no esperaba que pasase otro para seguir acumulando. Siempre había unos cuantos segundos de comerciales, de otra canción, que atentaban contra la integridad de la tuya. Esa fracción de tiempo era difícil de eliminar por la paradoja de su fugacidad. Y más aun cuando la sincronización que había entre el momento que presionabas STOP y la máquina realmente lo procesaba era inexistente. Había una pequeña zanja que se tenía que cubrir entre un clip y otro. La edición calculaba el tiempo que se debía dejar correr la cinta antes de apretar el botón para detenerla. Era una tarea de precisión milimétrica. Se tenía que dejar correr en un rango de dos a seis segundos, para que haya un espacio de cinta de enganche la próxima vez que se usara el botón REC. El cálculo del momento exacto en que se paraba lo recién grabado complicaba mucho la situación; de repente era en el segundo dos, cinco o siete. Era un número diferente para cada ocasión, no había un patrón al cual ceñirme, ni siquiera para crear una operación algorítmica (como si yo tuviera la capacidad de elaborarla). Prueba y error. A veces creía estar en la posición precisa, pero al revisar el trabajo era común que se deslizase un cuadro entre videos. La consecuencia de esta falla era descartar lo último que había registrado y esperar que pasaran el mismo u otro clip de mi interés. Los traspiés se daban varias veces durante las sesiones y hacían desesperante mi labor. Sabía que la fórmula era la correcta, pero había un elemento que cambiaba cada vez que realizaba el experimento. Hacía la idea de que era parte del trabajo. Asimilar que estaba en un laboratorio y de vez en cuando era mi obligación arrojar por el drenaje lo que contenía mi tubo de ensayo.
Así lo hice, día a día, mes tras mes.
Erick Benites
DNI: 40328473
SUCESO EN LA MONTAÑA
Usted no lo vio porque acaba de llegar por otro camino; pero le diré que cuando escuchó por primera vez un trueno, el caballo Leocadio emprendió la carrera más loca que he visto.
Lo trajo hace poco mi hijo Lock Foer desde la costa a esta montaña. A propósito, aquí nació Lock, dos años después de que empecé a vivir con su madre. Aquí quisiera que también nacieran mis nietos, pero con su presencia las dudas me invaden.
Bueno, le hablaba del caballo Leocadio que es de mi hijo Lock Foer y que se fue sin fin cuando escuchó el primer trueno.
Lo grave no es la carrera loca de Leocadio, sino lo que con él llevaba: dos maletas de dólares que cambiamos por quinientos kilos de buena coca a los que vienen cada semana. Pero no es para ponerse triste, porque aquí lo que más sobra es el dinero que casi nunca lo usamos.
Lo bueno es que mi hijo Lock Foer ya se fue detrás de Leocadio, que tiene el nombre bien puesto y la carrera incontrolable.
Pero usted insiste en decirme que mi hijo Lock Foer no es el verdadero dueño de Leocadio y que usted sí; además me dice, con gran seguridad, que mi hijo le robó el cuadrúpedo y que no se llama Leocadio…
En fin, no sé qué haya ganado viniendo con tantos hombres armados a esta montaña, pero si usted ordena que me arresten, que sea pues así, quién soy yo para oponerme. Usted es quien tiene, como bien decía mi madre, el sartén por el mango. Solo le recuerdo que de aquí a la costa hay muchos días de camino.
Ah, me dice que usted llegó en helicóptero, que no le fue fácil aterrizar entre tanto árbol, que lo hizo porque juró al Señor de la Buen Sepultura que no pararía hasta verme así: derrotado y en su presencia.
Ni hablar entonces. Solo me queda admitir que he perdido. Usted gana, Comandante. Solo le pido un gran favor, por misericordia: que deje a mi mujer en esta tierra para que acaso cuando regrese mi hijo Lock Foer y su caballo Leocadio velen por ella, que aunque bonita ya está tan vieja como la mochila donde guardo pepas de oro y que usted coge sin el menor reparo.
No me espose, se lo ruego. Qué pensarán los pájaros y los espíritus de los árboles. Solo lléveme. No por el sendero trazado, que a lo mejor me desbarranco. Le sugiero hacer caminos nuevos; a lo mejor el caballo Leocadio aparece, o se va de nuevo cuando escucha nuevos truenos, que ya no son de la naturaleza, sino de los disparos que usted hace impactando a mi mujer y a mí que agonizo rápido mirando su cara de alegría al saberme muerto.
Veo que su cara se alegra más cuando le dan las gratas noticias de que ya capturaron a Leocadio y a mi hijo Lock Foer, y que en un santiamén ya los tiene delante de usted.
A la sangre de mi sangre le pide explicación de por qué fue hasta la costa a robarle su mejor caballo. Reniega cuando se entera de que fue por alegrarme, pues usted me metió en la prisión varios años por no darle parte de mi fortuna que acumulé tantos años. Pero lo peor, y lo que le hace descargar todas las balas de su revólver sobre el cuerpo de mi indefenso muchacho, es enterarse que le pusimos Leocadio porque usted, su padre, su hijo y su nieto así se llaman con orgullo exagerado.
William Guillén Padilla
DNI: 26674917
DE VACACIONES
Llegó a casa molesto, renegando. Arrojó su cuerpo sobre el sillón. Su jefe le tenía cólera, envidia, porque él es el único que conoce en detalle, al revés y al derecho el instrumento que permite unificar, reducir y simplificar los procedimientos (trámites) que proporcionan óptimos servicios al usuario, y que de manera genérica todos llaman TUPA.
Trataron de calmarlo. No entendía razones, sólo vociferaba. Con furia se metió a la ducha y en pleno invierno no encendió la terma.
Durante la cena, tranquilizado, comunicó a María, fiel compañera de toda una vida, que dentro de dos días, el viernes en la tarde, viajaba al norte del país en comisión de servicios por nueve días; lo peor de todo, Violeta Salinas, la administradora no había gestionado oportunamente los viáticos. Repitió lo sustancial del discurso con que le transmitieron el encargo de viajar: había que sacrificarse por el Ministerio, por la educación, por los niños.
La esposa, dama comprensiva y de buen carácter, con quien compartió los últimos 35 años de vida desde que civil y religiosamente formalizó, le dijo que no se preocupara, que primero es su salud, la presión. Y, como siempre, en estos apuros, anunció que ella prestaría el dinero requerido para el viaje, además a primera hora sacaría pasaje en los nuevos buscama que transporte Línea está anunciando para Trujillo. Con un tierno beso agradeció el buen gesto y, para no generar mayores molestias dijo que él mismo se encargará del pasaje, además que escogerá asiento, recordando que no le gusta los del lado de la ventana sino los de pasadizo por ser más seguros en caso de accidente.
Agregó a la maleta de viajes ya ordenado por su cariñosa y acomedida esposa, ropa blanca nueva, pantalones cortos, anteojos, traje de baños brasileños y un perfume de fragancia cuya combinación es de mandarina, limón y aromas orientales.
Quisieron acompañarlo, como en viajes anteriores para despedirlo. No aceptó, argumentando que es tarde y la agencia está frente al Estadio Nacional, zona peligrosa; además, sólo son siete días. Resignados los familiares agitaron la mano y enviaron miles de besos volados desde la puerta de la casa.
A mitad de semana el Jefe de la Unidad de Organización y Métodos ordenó a Susana Villanueva, Secretaria de la Unidad, llamé, con carácter de urgencia, a casa de Jorge Gallo, Gallito, para solicitarle envíe el informe que Secretaría General del Ministerio había requerido sobre cobro irregular de procedimientos en las UGEL´s de Lima Metropolitana; documento que él se había comprometido presentar antes de salir de vacaciones.
La esposa siempre atenta a las llamadas telefónicas, levantó el fono a la primera timbrada y, cuando la secretaria, justificando la molestia de llamar al Dr. Gallo en sus vacaciones, le replicó que su esposo estaba en comisión de servicios. La secretaria sin requerimiento alguno, tratando de aclarar, detalló que el doctor había solicitado adelanto de vacaciones a fin de atender problemas familiares. Luego de un prolongado silencio y superando la confusión, la esposa con frase cortante pidió cita con el jefe.
Qué informó don Telmo Malca, Jefe de la Unidad, no sabemos. La esposa salió con el rostro rígido. Luego nos enteramos que Gallito durmió seis meses en el mueble de la sala con una ley de hielo que cada noche enfriaban sus sueños, sólo permitiéndosele soñar hasta humedad aquel momento en que, estaba orondo y feliz paseando, muy bien acompañado, por la Plaza de Armas de la primaveral ciudad de Trujillo, cuando vio que su esposa cruzaba a su encuentro doblando la manga de su blusa con aire de Kina subiendo al ring.
Ferrer Maizondo Saldaña
DNI: 20121335