"R.I.P", "El desconocido inocente", "El primer amor", "El escritor" y "Vestido de mujer"
Aquí una muestra más del talento de nuestros lectores.
R.I.P.
Ahora estoy encerrado en esta caja de madera, llena de seda y con un espantoso almohadón que han colocado en mi cabeza.
No diré que me siento incómodo, pero sí raro después de haberme movido toda mi vida y con un dolor de cabeza que me ha producido el olor de las muchas flores que han enviado, luego veré quienes fueron, ahora no importa.
Veo a mi padre, a quien casi nunca vi llorar, llorando como lo hizo cuando murieron sus padres, mi madre, o como cuando casi me muero de un aneurisma, pero fue hace ya muchos años.
Creo que sentirá más que nadie mi ausencia en su vida y en el café todas las mañanas, ni poder leer las cartas que me encantaba escribir sobre cosas políticas, ni que le vea sus cosas, ni que lo acompañe al Club, ni que comparta con él el crecimiento de mi hijo, quien es su ahijado, además.
Veo a mi hijo, mi único hijo, lamentándose de haberme ido y no poder conversar más conmigo, de no poder jugar fútbol, playstation o ajedrez (aunque él prefería el play o fútbol porque es bien picón y en ajedrez, siempre lo ganaba, pese a los reclamos de su madre quien pretendía que lo dejara ganar), de no poder volver a salir juntos, de dejarlo sólo tan pequeño y sin hermanos, aunque yo siempre le decía que; ciertamente no creyera que acompañan mucho.
Veo a mi esposa, joven y arreglada propiamente, llorando desconsolada, pese a que le advertí que no llorara, y a quien además hice prometer que ninguno de los dos se casaría nuevamente, porque siempre le dije “las segundas partes, ni en libros, ni en películas son buenas…”.
Veo también a mis dos hermanas, conversando entre ellas y preguntándose qué pasó y veo también a sus esposos (uno de ellos tuvo incluso que venir apurado de Estados Unidos, pagando un pasaje carísimo, dijo) mientras el otro cavila si es que ahora que no estoy, le tocará algo más de la herencia de mi padre (el problema es que es bien poco conocedor de muchas materias, entre ellas; asuntos legales hereditarios).
Veo también a mis amigos de toda la vida, del colegio y la universidad. El caso es que casi todos se conocen por mí y discuten sobre lo que significará para ellos mi muerte, sin darse cuenta que a mí eso ya no me importa, o por lo menos, hace un rato que dejó de importarme, tanto que ya olvidé cómo es que estoy aquí metido e inmóvil.
Veo a los clientes que me conocieron y me confiaron sus cosas legales de tantos años, con tanto cariño, y por quienes guardo un especial sentimiento de afecto y aprecio.
Enemigos no tuve, es por eso que no los veo.
Mis amigos, consternados se preguntan, quién redactará mi obituario, si yo era el encargado de esta triste misión en mi promoción del colegio y la universidad.
Veo a las fieles empleadas de años de mi casa, llorando y sintiendo realmente mi ausencia, todavía es un sentimiento muy acendrado en la gente de nuestro pueblo. Espero que mi esposa no se olvide de la promesa que les hice y les compre la casa que les prometí, luego de tantos años de trabajo conmigo.
Veo a mis suegros, conversando entre ellos, más aun sabiendo que él se libró de un cáncer hace muy poco.
“Señor, señor…despierte…” me indica el técnico de la resonancia a la columna que me estaba haciendo por un dolor que me estaba matando…”se ha quedó usted dormido…”.
Rolando Calderón Lizárraga.
DNI 08220007
El desconocido inocente
Nadie sabía de dónde venía, ni quién era. No tenían la más remota idea de quién se trataba porque había llegado clandestinamente pese a una orden de captura en su contra. Tenía un paradero desconocido, pero siempre se hablaba de él, era el tema de conversación tanto en los cafés, los restaurantes, como también en otros lugares.
La policía lo buscaba cielo y tierra acusado de un crimen que él no había cometido, pero que la justicia (a veces equivocándose) lo había encontrado culpable de homicidio calificado contra un menor de edad.
Los testigos habían dado una descripción que no coincidía con los rasgos del supuesto asesino; otros por el contrario caían en contradicciones, y hasta daban una versión que inmediatamente la cambiaban, sin nunca dar una sólida al respecto. En realidad ninguno sabía cómo era y si nadie sabe lo mejor es quedarse callado.
¿Cómo es qué habrá llegado?- se preguntaban unos-. Todos ignoraban el medio de transporte por el cual se había trasladado a esa ciudad. Lo que nadie sabía es que en el pueblo el supuesto homicida se fugaba por quinta vez, ahora contaba con la ayuda de dos policías que sobornó para que pudiera escapar y que todo saliera a la perfección.
No fue un plan hecho de la noche a la mañana, si no paso a paso, en forma premeditada. En su pequeña celda cada día lo diseñaba, no cometía ningún error pero siempre fallaba, pensando en que algo andaba mal. Y sucedía que siempre había un delator que frustraba cualquier intento de fuga y cuando éste fue muerto como mueren los soplones fue más asequible fugar aunque eso sí siempre con dificultad.
Finalmente después de la quinta intentona logra escapar con un puñado de cinco hombres quienes a las finales son reducidos por la autoridad policial. Solo este logra fugarse en medio de la confusión y el caos.
Pero ocurre lo que yo llamo el síndrome de la libertad el cual consiste en que una vez recuperada la libertad (aunque en este caso se trate de una fuga) no sabes qué hacer, tratándose de una estadía larga en la prisión como en este caso.
El hombre se encontraba en esos momentos entre regresar a la prisión porque tenía amigos y comida, o en huir y no mirar para atrás. Finalmente, optó por este último, corriendo sin detenerse hasta llegar a una posada a donde había llegado en un estado deplorable, aunque eso no fue impedimento para que se le diera alojamiento y comida, tal vez porque creían en su inocencia, después que les relató cómo sucedieron las cosas. A pesar de su rostro tosco, de las cicatrices, del tatuaje en su brazo derecho, creyeron en su inocencia.
Después de dos días continuó con su viaje porque no podía quedarse por temor a que en cualquier momento lo pudieran atrapar y para no correr el riesgo decidió que lo mejor era salir de ese lugar.
Cuando llegó a la mencionada ciudad encontrose con que las personas rumoreaban sobre su venida, el crimen cometido contra un menor de edad, etc. Esto se sabía porque la ciudad era pequeña y todo se sabía desde lo que uno comía hasta la hora en que uno dormía.
Pero él no podía ser el centro de la atención, tenía que seguir adelante sin detenerse a completar su misión: demostrar a cualquier costo su inocencia pase lo que pase. Si era necesario morir por sus ideas de que él no era el asesino estaba dispuesto a darla sin titubear, sin dudar un solo instante.
Lo demás es historia conocida…
Gustavo Adolfo Espejo Landauro
DNI: 43874839
El primer amor
Estaba a solo una cuadra. Mi respiración se hacía cada vez más intensa, mi corazón latía más de lo normal, sentía un dolor en el pecho. Mientras más pensaba en qué es lo que podría pasar, la presión me envolvía; ya no solo era en el pecho, sino en todo el cuerpo. Empecé a temblar. De pronto, mi caminar se detuvo. Sentía las piernas tiesas, pesadas, como si no fluyera sangre en ellas. Era imposible dar un paso adelante. Hice un esfuerzo perseverante y comencé a caminar (casi casi como un robot). Avancé con gran dificultad. Quise desistir de todo e irme a casa y estar tranquilo. Pero aquella predilección enfermiza ya había entrado en mí. Ese bien o mal que aqueja a todos los seres humanos en algún momento, que no puedes controlar y que se superpone a todos los sentidos subyugándolos a su disposición, me había dominado.
Seguí avanzando lentamente. Cuando estuve más cerca el mal que me agitaba el cuerpo era diez veces más punzante. De pronto, divisé de lejos a un joven que caminaba junto a ella, la luz de la noche me permitía verlo muy claramente. Lo reconocí. Era amigo de un primo. A ella, curiosamente, no sé por qué no pude verla bien. La luz de un poste de la Avenida Perú le daba la espalda y solo alcancé a ver una sombra en su rostro. Pero algo en mí ya había reconocido ese olor, lo pude sentir. El aire que cargaba con su fragancia se había confabulado conmigo aquella noche para poder reconocerla; pero seguía inmóvil, de pronto el viento me habló y dijo:
Vamos. Te ayudo a llegar y soltó una risa de apoyo.
Los nervios no me permitían respirar más, estaba flotando, no caminaba, no sabía qué hacer. Sentí que las fuerzas del viento, me empujaban y me elevaban en el aire hacia ella. Los niños que jugaban “Mata gente” al costado de su casa se quedaron inmóviles, todos mirándome a los ojos. Les alcé las cejas, como saludando, los miré y seguí mi destino. Ella me vio cruzar la pista y con pasos agigantados entró a su casa tan rápido que cuando terminé de cruzar ya no estaba. Los dolores que me aquejaban habían desaparecido al llegar a su puerta. Mi instinto cazador al fin alzó la mirada y estaba conmigo. Me sentía dueño del momento. Iba a esperar si es posible toda la noche, pero no me iba a marchar sin decirle lo que tenía que decir.
Mi infiltrada y mejor ayudante por excelencia que haya tenido jamás apareció. Y me dijo:
Hola, ahora la llamo ya. Sonrió, revelando sus faltantes dientes en la zona de arriba (con el candor e inocencia que solo una niña de 6 años podría infectar)
Quién pensaría que aquella pequeña era quien mediaría esta lucha mía traicionando a su tía. Pues, su tía no me conocía y ella se encargó de hacerle llegar todas mis cartas.
El callejón estaba oscuro, sentía los pasos que se acercaban. Yo la esperaba con ansias. Quería besarla sin saludarla, quería decirle que la amo y que se regocijara en mi pecho como en las películas. De pronto, cuando me vio, noté un esbozo de sonrisa en su rostro. Era un buen signo para mí. Confiado apoyé mi hombro contra la pared y le dije:
Hola, mi nombre es Fernando. Sé que no me conoces y es por eso que estoy aquí.
Hola, que tal mi nom… Se escuchó una voz que llamó: “Valeria, ¡pasa ya!” Ese es mi nombre. Me tengo que ir. Chau.
Nombre Autor: Jesús Manuel Chuchón Urbina
DNI 43807163
El escritor
Mi casa un lugar donde la bulla de los carros llega tenue, las voces de las personas es opacada por el silencio y los únicos sonidos que escucho son las voces de mis libros, libros que fueron escritos con mucho sudor y lágrimas, a pesar de que algunas personas no les gusta mis libros yo los sigo haciendo. Hace un tiempo tuve la oportunidad de enseñar un par de libros a unos amigos pero estos me llamaron loco, psicópata, hasta trataron de quitármelos y hacerme daño, pero al final ellos se volvieron parte de la historia de mis libros.
Han pasado 30 días desde que acabé de escribir y empastar mi último libro, esta vez mi tiempo se extendió 8 días de lo normal pero finalmente tengo un nuevo tesoro; no sé cuál será el número total de los que haga, solo sé qué no puedo evitarlo, en la calle muchas historias veo, de un lado a otro van, pero no cualquier historia será parte de mi colección.
Hoy llegó una nueva vecina, se mudó al costado de la casa del desaparecido Joaquín, quien ya hace unas semanas su familia lo busca y según pude ver en la TV, encontraron un cuerpo en el Cuzco, pero está irreconocible, no saben del paradero de Joaquín.
Con la llegada de esta nueva vecina y el término de mi último libro estoy ansioso por empezar uno nuevo y creo que la vecina tiene una buena historia que contar, pero cómo hacerla venir a mi casa. Camino de un lado a otro pensado qué hacer. Miro desde mi ventana para ver a dónde va y en qué momentos sale de su casa, estoy desesperado por hacer el nuevo libro, pero antes tengo que limpiar todo el desorden de estos últimos días.
Mi escritorio esta todo manchado de sangre, al igual que la cocina y la sala, esta vez se derramó mucha más sangre de lo normal, mis cuchillos y sierras ya gastadas están, mi libro desborda un olor nauseabundo pero ya estoy acostumbrado al olor, sus páginas no se romperán fácilmente, la piel de Joaquín es gruesa, su sangre tinta para mi tintero, sus huesos decoraciones para la portada al igual que sus dientes, mi lapicero hecho de los dedos; con algunas partes del cuerpo alimento a mis perros aunque siempre me pregunto ¿a qué sabrá? pero eso solo lo hacen los locos y los caníbales, el resto son guardados en la congeladora que tengo en el sótano que fabriqué.
Este nuevo libro lo pondré junto con los demás, ya tengo 42 ediciones de estos libros, cada uno con una historia que contar, una historia escrita por sus propios protagonistas y hechos de sus mismo protagonistas, luego de un gran trabajo no caería mal un ducha y lavar mi ropa que ya muy manchada está.
Después de una gran ducha me siento contemplando mis libros, todos y cada uno de ellos amigos, primos, profesores y en primero que hice el de mi madre…. Qué gran historia.
Hoy me decido ir a la casa de la nueva vecina, cojo mi saco y elegante voy, cruzo la calle que oscura se encuentra, el timbre algo gastado se encuentra, poco a poco escucho los pasos y una gran sonrisa que me atiende. ¿Sí? ¿qué desea?, me pregunta-. Hola vecina soy Vapook su vecino de la casa de al frente… -¿ah? Me llamo María del Pilar pero solo Mari y Vapook que nombre tan gracioso?- (risas). Pero vecino pase, pase hace frio afuera-. Muchas gracias agradezco su amabilidad (mi nuevo libro espera).
Peñaloza Guizado Gabriel Yair
DNI : 46098020
Vestido de mujer
Cada tarde después de terminar las tareas del colegio, solía subirme al techo de mi casa y sentarme a mirar el horizonte. El “Mono Contreras”, mi vecino, saltaba el pequeño muro de ladrillos que separaba mi casa de la de él y se pasaba a mi techo para conversar del colegio, de fútbol y de mujeres.
Por eso cuando se mudó del barrio, dejó un hueco en mi horario de juegos, hasta una tarde, que al subir nuevamente, me topé con el canturreo de una niña que tendía ropa en la casa vecina. Tenía un “short” diminuto y una coleta que salía por la parte posterior de su gorrito. Nuestras miradas se cruzaron. Ella me sonrió y movió ligeramente la cabeza a manera de saludo. Yo, nervioso solo atiné a sonreírle también. Luego, de soslayo, empecé a observarla ponerse de puntillas para alcanzar los cordeles que cruzaban su azotea, con una gracia inigualable, como una bailarina de ballet.
Así pasamos unas buenas semanas, sin hablarnos, hasta una tarde, que aquella niña se acercó al muro de ladrillos y me dijo “¡hola!, soy Isabel, ¿tendrás un libro de Historia que me prestes?”. Esas fueron las palabras que rompieron ese hielo construido por mi timidez extrema.
Al día siguiente, otra vez nos encontramos en el mismo lugar y desde allí, se volvió como una rutina, como un acuerdo tácito reunirnos cada tarde para conversar después del colegio.
Al llegar Navidad decidí regalarle una cajita musical a cuerda. Al abrirla aparecía una bailarina de puntillas dando vueltas al ritmo de “Para Elisa” de Beethoven, así como Isabelita se ponía de puntillas para alcanzar los tendederos de su casa. El 24 en vísperas de Navidad subí al techo como siempre pero Isabel no apareció. Esperé en vano la tarde. Con el regalo en la mano, salté el muro y me dirigí hacia la puerta que llevaba al primer piso. Mientras la llamaba empecé a descender las escaleras. Bajé con la firme convicción de dejarle el regalo y salir de inmediato. Al encontrar su habitación me quedé mirando los esmaltes, cremas, espejitos, peines y cientos de chucherías que tenía sobre una cómoda. Dejé el regalo, haciendo un espacio y cuando me disponía a salir, escuché la puerta de su casa abrirse. Asustado me escondí de cuclillas al lado de un ropero.
A los pocos minutos Isabelita me descubrió como un perro asustadizo dentro de su habitación “¿qué haces allí?” preguntó apretando los dientes. Le señalé con mi mano temblorosa el regalo. “Tienes que salir porque mi papá te va a matar”. Sus padres estaban sentados en la sala desde donde se divisaba fácilmente el pasillo que llevaba a la escalera. “Ponte esto” me dijo y me alcanzó su gorra de diario y un vestido corto similar al que llevaba puesto. “Sales corriendo, mis papás van a pensar que soy yo”, agregó. Me puse encima el vestido que llegaba hasta el largo de mi “short” y la gorrita. Salí tembloroso y crucé el pasillo. Su padre levantó la mirada y quizás el disfraz improvisado o mi espalda esmirriada terminaron por confundirlo. Trepé a trancos la escalera. De un salto pasé el muro de ladrillos, llegué a mi techo y me descolgué al patio. Cuando caigo al piso, se enciende la luz y aparecieron mi papá, mis tíos y primos que habían llegado de Lima a pasar Navidad con la abuela.
Y yo con el vestido puesto y la gorra rosada solo atiné a sonreír forzadamente y a decir “Bienvenidos”. Mi padre, sorprendido, pasmado, al verme en esas fachas, casi farfullando gritó “¿Qué mierda haces vestido así?”.
Eduardo Rodríguez Campos
DNI: 22277408