"La misterios casa Valverde", "El silencio de la nariz roja", "Punto de quiebre (fractura)", "Tiempo" y "Memoria"
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La misteriosa casa Valverde
Siempre supe que en la casa Valverde había un misterio, tenía una planta de uva Italia con hojas perfectas, granos tan grandes que parecían ojos viéndote al pasar y por las tardes siempre aparecía una niña de cabellos negros llamada Lucesita, quien siempre cortaba los racimos.
De pronto la gran puerta de madera se abrió permitiendo el paso de las hojas secas que rondaban aquella puerta, que siempre intrigaba mi mente, era el Lunes más frío del otoño, mi cuello estaba cubierto por una hermosa chalina rosa; cuando de repente a lo lejos escuché a mi madre gritar Carola anda a la tienda -y pensé rayos justo ahora cuando estaba a punto de ingresar a la misteriosa casa- tuve que alejarme de la esquina corriendo y al llegar a la tienda escuché a los niños grandes decir que por la noche subirían a la casa Valverde para buscar a la niña de las uvas-Lucesita-.
Por la noche sin lograr dormir, intentaba escuchar que pasaba afuera pero solo oía un molesto grillo que parecía decirme duerme, duerme, duerme, duerme mi paciencia no pudo más y decidí salir al balcón a ver porque había tanto silencio en mi calle -si siempre estaba llena de chicos jugando kiwi, matagente, bata, etc.- y vi a Joseph, Isaac, David y Víctor correr hacia la esquina y subir rápidamente a la casa, deseé salir pero sin pensarlo me quede dormida en el balcón.
Al día siguiente hice guardia desde muy temprano para ver si la parra había atrapado a esos niños así como atrapó a Lucesita pero la gran puerta estaba cerrada, no había señales de mi amiga y una vez más vi salir al viejito con un bastón muy extraño, parecía una rama de parra muy vieja y antes de que él notara mi presencia decidí saludarlo y voz temblorosa dije -buenos días vecino- , él alzo su bastón como señalándome y gritó con voz fuerte y ronca “ tú también quieres llevar un poco de uva a tu casa…eh!!!, pero le respondí que no me gustaba esa fruta, luego pregunté si Lucesita iría al colegio. Me miró con cara de pocos amigos y dijo: “En esta casa vivo solo con mi parrita”.
Pasaron los días, recuerdo que era Agosto -por las cometas que rodeaban el cielo- rogaba que nuevamente el viento abriera la puerta, pero no sucedió, entonces decidí esperar a que el Sr. Valverde comience a podar su parra para ingresar, me sorprendí al ver que ya no usaba el bastón, que se veía más joven e incluso más amable; no dejé que eso me distraiga e ingresé rápido para buscar a mi amiga, pero solo encontré una mesa vieja con las canicas de David y la cuerda de trompo que Joseph siempre cargaba en su bolsillo y recordé que hace varios días no veía a los niños grandes, por un momento pensé que el anciano los había matado, luego pensé bueno ya estoy adentro así que debo seguir caminando para encontrar a mi extraña amiga que sólo aparecía de noche. En medio de la sala había una foto muy antigua de ella con el mismo vestido que usaba para cortar las uvas, de pronto el anciano ingresó a la sala con su machete y gritó ”Fuera de mi casa”, yo me paralicé por un instante y luego le dije ¡mentiroso!, ¿porque está esa foto aquí? y él me contó la triste historia, entonces comprendí que no era malo sino que cuidaba la parra con tanto amor porque su hija había sido atrapada ahí por la ninfa de las uvas.
Karen Carpio Valverde
DNI 41233442
El silencio de la nariz roja
Estaba con la cabeza rapada y lloró al darse cuenta, nosotros también lloramos. Los tubos desfiguraban su hermosura pero seguía siendo la más bella.
Sé que nos quería decir muchas cosas pero no podía, tenía un largo tajo en la cabeza.
Se veía diferente sin aquella nariz roja. Michel cerró los ojos queriendo escapar de la realidad y la recordó, ella con la cara pintada de blanco, y su bolita roja.
Ella me contó dulcemente cómo conoció a su engreído:
“Con el rostro pálido y sucio, dueño de una mirada tierna de niño y de una pequeña silueta encogida, soportando las piedras que lanza la vida, persiguiéndome, me dijo: ¿señorita, me compra caramelos, por favor?”
Y ella accesible a esa mirada, le compró muchos caramelos con mariposas invisibles, creando un mundo mágico.
¡La princesa Cleo! nació en cuna de oro, pero siempre tuvo el deseo de ayudar a los más pobres. Me enseñó a amar y a ser humano.
Cleo cambió la vida de Michel. Recuerdo el primer diálogo que tuvieron en medio de cornetas y manzanas acarameladas ella le preguntó:
- ¿Quién eres angelito? él respondió: una persona del montón.
-¿Estudias?
-¿Para qué?, si todos vamos a morir, es por las puras – Así eran las respuestas de Michel, y Cleo las volvió llenas de esperanza.
- Jamás olvidaré lo que ella respondió – para que seas alguien en la vida. La vida es corta y hay que hacer lo que nos gusta, alcanzar tus metas. – ¡Y qué corta, mi princesa!
Desde ese momento Michel cambió. Ella era tan espiritual que el alma se le desbordaba.
Cleo tenía algo que la hacía misteriosa y no eran sus bucles ahora rapados era la paloma blanca que vivía en su pecho.
Aquel barrio gris se convertía alegre porque ella no vendía sonrisas, las regalaba.
Y así Michel fue entrando al mundo de manzanas barnizadas de azúcar, de madres humildes, de pelotas multicolores lanzadas al aire de elefantes flacuchentos, Michel aprendió acrobacia, y dos años compartió la vida circense con su hada Cleo.
Michel le pidió una rosa para hacer un número, ella del aire cogió una y se la dio era tan real esa imagen irreal como todo lo que hacía, de sus hábiles manos salían hermosas figuras.
Esa noche ella no se despertó para la función, tiritaba, pero no dejó de conservar la alegría y el encanto.
Las radiografías mostraron un tumor en la cabeza. Ni Cleo, ni nosotros pensamos lo que vendría luego ¡qué irónico! aquella princesa a la que siempre se la veía sonreír con la cara blanca, aquel ser mágico que ya ni en la realidad habla.
Las ropas coloradas están colgadas en el armario esperando a ser donadas, Eva, su distinguida madre dice: “no podemos guardar la alegría de una tristeza”, y es cuando Michelito llora más, yo me aguanto no me gusta que me vean llorar por mi amiga de la universidad más cara de Lima, que la abandonó por dar sonrisas en los lugares más pobres.
¡Princesa de 23 años, compañera!
El circo seguirá haciendo reír, sus amigos los payasos mostrarán una gran alegría tragándose la tristeza de la ausencia de la más humilde y rica artista.
Michelito, ¡pobre niño! , los familiares y yo estamos en el hospital. Los juglares han lanzado muchas pelotas al aire, pero no les resultó. Su almita está por todo el mundo dando alegría. Mi princesa ha cerrado los ojos. Michelito se ha tapado la cara y me abraza la cintura con sus dos manitas.
Siento que sus lágrimas me mojan el pantalón.
Los seres mágicos también mueren.
Lisette Chavarry Reátegui
DNI del autor: 40699492
Punto de quiebre (fractura)
Esteban miraba el cielo, sentía como poco a poco relajaba su respiración, sentía cómo el olor a césped inundaba sus sentidos, veía absorto las pocas nubes pasar y el cielo celeste que anunciaba un verano muy caluroso. Se levantó sin previo aviso, el partido había sido todo un éxito, ya un poco menos cansado le dio el alcance a Javier, quien se dirigía al condominio donde vivían, dejando el parque a sus espaldas.
A un día de acabar clases no podían pedir mejor fin de año, faltaba un examen, para el cual ni Javier ni Esteban habían estudiado, luego tendrían el último partido de la temporada y en la noche la fiesta de Jimena.
Esteban sentado en el aula no sabía si era mejor resolver algún ejercicio o escribir sólo su nombre, finalmente optó por lo último. Esteban no dejaba de ver como Jimena escribía con ímpetu, es hermosa, el verano será genial iremos juntos al cine, al club, al sur , tengo que caerle, no creo que me diga que no, soy apuesto y capitán de fútbol, pensaba Esteban … de pronto recibió un pequeño golpe en el hombro sacándolo de su ensimismamiento y obligándolo a despegar la mirada de Jimena, era Javier quien ya había entregado su examen, salieron del aula y fueron al baño a ponerse el uniforme de fútbol. Hablaron de Jimena, Javier le decía que tenía que ponerse las pilas, porque Samuel un chico mayor, andaba detrás de ella. Se dirigieron a la cancha, las tribunas lucían repletas y en lo único que pensaba Esteban, ya en ese momento, era en ganar. Todo fue muy rápido, los gritos de angustia silenciaron el colegio, Esteban estaba tirado en el césped con los ojos desorbitados y llenos de lágrimas, tenía el fémur roto y expuesto, la sangre corría por su pierna y podía sentir como se humedecían sus shorts. Se necesitaron dos clavos para unirle el hueso. Paso de La Molina a la casa de su abuela en San Isidro donde lo podían atender mejor, dos meses en cama, dos en silla de ruedas y tres en muletas, lo único que lo alegraba eran las visitas de Javier .Podía ver por su ventana como se esfumaba el verano, todo empeoró cuando Javier le contó que Jimena era novia de Samuel.
Una tarde su abuela le regaló unos libros y sus días cambiaron, empezó a leer libro tras libro, en el colegio a duras penas si leía la pizarra, pensaba Esteban asombrado.
Una noche vio una luz que venía detrás del armario , era extremadamente rara , uso la silla de ruedas ,se sentó con esfuerzo y se acercó , provenía de una puerta oculta cubierta por libros y ropa ,logró entrar y se sorprendió de encontrar una recámara secreta repleta de libros viejos . Los días siguientes se los paso leyendo en la recámara , sentía que el tiempo se iba volando , no sabía si era su imaginación ,pero se sentía parte de las historias, terminaba siempre durmiéndose y al despertar veía su separador al final del libro de turno y lo más raro era que sabía la historia completa . Una noche se le cayó uno de los libros, vio su nombre y una nota grabada en la última página. Para ti Esteban de mí… Esteban.
Iniciaron las clases pero nada fue lo mismo, seguía saliendo con Javier, iban al club, hablaban de chicas, pero su alma fracturada se había quedado con los libros, la única manera de sentirse completo era juntando sus piezas, piezas dejadas atrás sin querer, piezas no de un interminable rompecabezas, sino piezas de algún buen libro.
Armando Vega Del Mas
DNI 45578992
Tiempo
“Irónico. Sólo fue el tiempo el que no coincidió con nosotros”. Meditaba Cipriano, estas palabras, mientras sorbía el último trago de su café. Alojado, en un rincón de una vieja taberna -acompañado simplemente de su soledad- recordaba cómo el tiempo, en la mayoría de los instantes de su vida, le era ajeno, extraño, parecían nunca haberse encontrado o jamás coincidido. Aquel anciano y sus palabras eran sinónimo de su destino, un destino ya marcado, que al parecer nunca cambiaría. Al fin después de darle tantas vueltas al asunto y sin encontrar respuestas, que quizá nunca quiso saber; se levantó, sacó una moneda de cinco nuevos soles, pagó la cuenta y se marchó. No hay que desperdiciar la comida -pensó- mientras se alejaba respirando el aire freso de aquella noche.
Lo cierto es que aquella tarde; mientras, Cipriano, recorría la ciudad -a la cual había llegado el día anterior- veía como todos, tanto pobladores como forasteros, caminaban hacia el desencuentro de sus problemas, con absoluta indiferencia. Parecían restarle importancia a la miseria ajena que, también, al igual que ellos se paseaba por las calles. Se le vino a la memoria, entonces, aquel anciano, aquel menesteroso, que vio deambulando por la mañana cerca de la plaza, a quien, al parecer, la fortuna jamás le sonrió y tuvo la sospecha, por un momento, de que quizás, dicho hombre, no habría probado alimento en todo el día.
Pronto se acercó a una bodega, compró algunos panes, los metió en una bolsa, y se dispuso a encontrar al anciano. Se dirigió hacia la plaza y no lo halló. Recorrió la ciudad, de cabo a rabo, pero no tropezó con él. Era una búsqueda extraña, un tanto tierna, conmovedora, pues no comprendía por qué ese afán insólito de querer encontrar a aquel anciano. No comprendía tampoco por qué aquella situación le era tan familiar. Resignado, y, sin saber qué hacer, pensó, en obsequiarle la bolsa a cualquier persona que al igual que el anciano prefería dormir para olvidar el hambre. Pero reparo que en toda aquella interminable búsqueda no había coincidido con ningún menesteroso. Algo inusual desde que llego a esa ciudad.
Consternado, Cipriano, entendió en ese momento que su propósito le era esquivo, que las casualidades de la vida que de cuando en cuando se presentan, le eran reservadas para él. Frustrado irrumpió en un contenedor para terminar echando los panes con tristeza, y luego se marchó. Avergonzado de lo que había hecho decidió volver y recuperar lo que con amargura había desechado.
Hay situaciones en la vida en que éstas no coinciden con nosotros. Unas suelen llegar antes otras suelen llegar después, pero nunca en el momento indicado, se piensa. Ésta parecía uno de aquellas; pues al acercarse, Cipriano, cada vez más al contenedor vio a aquel vagabundo que al parecer había desaparecido; alejándose comiendo lo que él, no hace poco, había arrojado. Sintió entonces una culpa desgarradora que le carcomía el alma y que aumentaba a cada bocado que daba el anciano. Irresoluto aceleró el paso y corrió tras el anciano.
-Disculpa, no quise…- farfullo Cipriano.
-Sucede algo. Tiene algo que decirme- dijo el anciano asustado.
-Nada. Sólo que esos panes los guardaba para Ud., pero no lo encontraba y termine arrojándolos a la basura. Quería disculparme por mi error- dijo Cipriano con nostalgia.
-Vea Ud. que los he encontrado. Gracias. No se preocupe eso suele pasar. Sólo fue el tiempo, quien no coincidió con nosotros- dijo el anciano con ternura.
Cipriano, pensó entonces que la vida tenía algo que contarle; mientras aquel vagabundo se alejaba sonriendo. Ya empezaba a caer la tarde…
Oscar Augusto Arias Sánchez
DNI: 45736766
Memoria
Hoy lo encontré en la esquina del patio del colegio, en una pequeña y vieja banca, me atrevo a decir que la colocaron ahí para los olvidados o condenados al castigo. Me acerqué y le saludé como de costumbre y le pregunté el porqué de su estadía en aquel lugar. Me dijo que aprovechaba el vendito momento de recreo, por lo menos, para descansar un poco. También susurró con voz ronca que siempre había deseado trabajar en un colegio del Estado pero las circunstancias de la vida o mejor dicho del hombre, lo impidieron.
Fue el primero de su promoción, pensó que al graduarse con honores le darían el privilegio o la oportunidad de transmitir sus conocimientos aprendidos en la universidad a los más necesitados. Otra fue la historia me dijo. Cuando fui en busca de trabajo no lo encontré, me presenté al examen de nombramiento, estaba en el cuadro de méritos, según el Ministerio de Educación, todos los que habían ocupado un puesto y si no alcanzaban nombrarse, tenían la oportunidad de laborar por contrato. Visité muchos colegios, me entrevisté con Directores y todos me daban la misma respuesta, “no hay plaza”, todos me mintieron, porque luego supe que algunos de mis compañeros que aún no terminaban la universidad y peor, no habían dado el examen, ya tenían un contrato asegurado. La razón fue por la que los directores tenían la potestad de elegir a su personal. Yo no conocía a nadie por eso tuve esa mala suerte. Después de esa experiencia, no quise saber nada con el Estado, así que me presenté a un colegio privado, justo había un letrero en la UGEL en donde se solicitaba a un profesor de Matemática con experiencia. No lo pensé dos veces, acudí a la entrevista, desarrollé la clase modelo y gané. En esa Institución trabajé ocho años, luego cambiaron de directivos y estos modificaron el plan para ese año, me quitaron mis horas y contrataron a más personal, bueno, política del colegio, no me quejo. Lo malo fue el trato déspota y autoritario de algunos que pretenden ganarse el cielo imponiendo sus creencias. Hubo otra oportunidad para laborar en otro nivel, era en un Instituto Superior, me presenté al concurso y nuevamente quedé primero. Renuncié al colegio y decidí poner todo mi empeño y dedicación al servicio de mi nuevo centro de trabajo. Al cumplir mi décimo año decidí dar el examen para nombramiento al cual convocaba el Ministerio, para sorpresa mía, la noche antes de dar la evaluación, me llama un conocido y me pide para ayudarle, junto a otros docentes, a resolver el examen porque ya lo tenía, además me aseguró que me pagaría por el servicio ya que se lo iba a pasar a unos dieciséis postulantes más que le habían abonado una cantidad de dos mil nuevos soles cada uno. Me quedé callado por un momento y le dije que no podía y que además no me presentaría. No fui a dar la evaluación porque sentí que esto no era para mí, que la educación de nuestro país no mejoraría. No quería ser cómplice
Ya tengo veinte años como contratado en el Instituto, he tenido muchas satisfacciones y necesariamente debo trabajar en otros lugares porque mi sueldo no me alcanza, además debo pagar mis estudios de Doctorado y otros cursos virtuales que tengo que hacer, debo sacrificarme mucho poniéndome límites en mis gastos, porque a mi familia trato que no les falte nada. Ayer cumplí 46 años y no tengo nada.
Eso me dijo. Le di un abrazo y estreché su mano.
Pablo Moreno Valverde
DNI Nº 19701511