El previsor de imposibilidades, Sin ella, Baldo, Un día perfecto y Campos Elíseos
Queridos lectores y lectoras, presentamos cinco narraciones más. ¡A leer! El previsor de imposibilidades
Felipe, como se llamaba entonces, cuando aún la fama de prestidigitador de incongruencias no había trastocado su nombre, era un chiquillo mortecino, con la única salvedad de sus ojos que brillaban con intensidad escalofriante, como si ante ellos jamás se habría escampado ninguna tormenta, pero bien pronto se dio cuenta que tantísimos desencantos tenían una secuencia, una distinta, que le era imposible predecir. Se fijó entonces que su corta vida había estado marcada por hechos inimaginables, mientras que sus aspiraciones se iban estancando ni bien las pensaba. Como si fuera alguna maldición, de esas que te impelen al desvarió. Siendo su entusiasmo avasallador como lo eran sus ojos, decidió hacerle frente al destino. Arrebato esa manía suya de quitarle toda opción de predicción y la volvió en su contra, convirtiéndose así en un previsor de imposibilidades, solo le bastaba imaginar un hecho cualquiera, para que ese evento jamás sucediese, lo sabía porque en eso nunca había fallado, siempre le eran arrebatadas las ilusiones, que de tanto pensarlas, y esperar de ellas una realidad quedaban confinadas en un destino que no se amilanaba con nada.
En un puesto cerca al mercado anunciaba, con tal revuelo su genial don, que una caterva de curioso lo miraban incrédulos. Era tal su entusiasmo que uno de los observadores se propuso como voluntario para que le predijera una imposibilidad. Felipe se acercó al hombre desgarbado, le miro a los ojos, le suspiro al oído una respuesta, que difumino la sonrisita sarcástica que ostentaba. El público quedo intrigado y cada cual se fue acercando para que le fuere anunciado un presagio de lo absurdo. Día a día fueron en aumento los clientes que buscaban el sosiego en un hecho que temían se vuelva realidad, iban entonces hacia el puestito, se asomaban, las primeras veces con cierto recelo, y le caían con alguna cuestión. Él, entregado a su destino, aceptaba no sin antes hacer un cobro ínfimo por su trabajo, que le era a veces agotador, porque para cada demanda tenía que tener precisión milimétrica; pensar innumerables contextos del mismo acto hasta agotar todas las opciones. Se creía un evasor de las leyes del universo, tenía solo, que meditar todos los acontecimientos negativos para que estos se replantearan de manera distinta. Pero había olvidado que siempre había maneras de perder. Y ve, que suceden cosas terribles de un modo no imaginado, entonces su ego de animal herido le mueve a contradecir lo sucedido. Y vuelve furibundo a la partida, que se había creado, donde es él, quien mueve las piezas, en tanto que le arrebatan las jugadas y es condenado a un escenario desprovisto de sentido.
Otra de las contradicciones de su vida yacía en que debía ser cuidadoso en no pensar en lo que realmente quería, siendo tan difícil, para él, controlar la velocidad de sus pensamientos, casi siempre caía en la ensoñación de un deseo, que ya se volvía irrealizable. Así fue que el tiempo le arrebato la esperanza hasta convencerlo, que no se podía confiar en algo inexistente. Y con el amor hizo lo propio, hasta que de tanto amar imposibles término por aborrecer ese sentimiento. Se volvió un asceta, ensimismado en sus cavilaciones, donde tal vez se imaginaba a sí mismo; solitario, olvidado en una de esas paradojas del destino, Quizá con la esperanza de que esta visualización de sí mismo, hiciere que su porvenir de un vuelco. Y viendo que la muerte empezaba a cogerle los talones, así viejo como estaba, acepto el reto escatológico, el último. Se predijo como un ser eterno cuya continuidad perdurable se extendía impasible hasta el infinito.
NOMBRE: Sharon Serna Rodríguez
DNI: 47980408
Sin ella
Hoy me quedé dormido, aunque debo confesar que recordaba esa invitación que de hace algunas semanas me hiciste y tantas veces rechacé, pero por extraño que parezca el destino, hoy me dije; por qué no? Con pocas ganas de salir alisté mi viejo jean azul y ése polo rojo que usé en mi última cita y enrumbe hacia el lugar del encuentro pactado.
Fiel a mi antigua costumbre adolescente te mandé un aviso describiendo que estaba en camino, seguro que estarías al tanto de mi llegada. El autobús no demoró y llegué tan puntual como en mis mejores momentos, te mandé un aviso más diciendo que estaba muy cerca pero como en el primer caso no obtuve respuesta tuya, por un momento se me cruzó por la mente ese viejo argumento ya aprendido de memoria y repasado tantas veces con el mismo final, una ausencia más, es entonces cuando decido llamarte y todos mis miedos se hacen realidad, simplemente no contestas.
Espero en la entrada del lugar, son tantos recuerdos que vienen a mí estando ahí, sí, recuerdo a ella, la recuerdo, recuerdo de la misma manera cada segundo en que la esperaba cada noche que nos encontrábamos ahí, es difícil de olvidar, ella nunca faltó, siempre llegó, pero hoy simplemente no estaría aquí.
No tuve más remedio que seguir con el plan, al fin de cuentas ya estaba ahí, decido entrar a ver ese estreno que tanto había escuchado, pensé por un momento que habías olvidado tu teléfono y decido mirar por todos lados a ver si puedo encontrarte con la mirada, pero no te veo, resignado y sólo con mi boleto de ingreso, es ahí que a lo lejos te encuentro, veo que no faltaste a tu palabra, llegaste y entonces todo siguió su camino, como ambos lo habíamos planeado.
Al ver la película muchos pensamientos se cruzaron por mi mente, ella ya no estaba y sentía como si todo ese lugar fuera completamente nuevo para mí, el reflector, los asientos, el aire que respiraba, y hasta sentía temor al caminar, al mirar, al estar ahí sin ella a mi lado.
Salimos y caminamos por unos momentos, me preguntaste por ella, sé que los amigos somos así, nos preocupamos el uno por el otro, y te agradezco por hacerme la interrogante pero sabes, por ahora prefiero callar, prefiero guardarme esa herida sólo para mí, que poco a poco se pueda cerrar y todo ese recuerdo desaparezca, que todo ese recuerdo se disipe y que los lazos que nos unen desaparezcan y la logre olvidar aunque se vaya mi vida en ello.
A veces, es difícil imaginar otro día mas sin ella, sin su mirada, o su tersa piel, ésa que me hacía vibrar al rozar la mía, hoy volveré como cada atardecer al que algún día fue nuestro hogar y las paredes que fueron testigos de nuestro romance, hoy callan, y sólo alguna vez cuando logro concentrarme tanto en ella juro por todos los cielos que puedo sentir una vez más ese cálido perfume, ese clásico aroma suyo que se impregnaba en mi cuerpo en cada abrazo, en cada caricia, en cada momento a su lado.
Ella ya no está, y mi vieja guitarra es fiel testigo de que las notas de su voz ya no se escuchan más y es cuando el oscuro silencio de la noche me dice que hoy tampoco llegará y es entonces cuando sé que es real, en unas horas más iré a dormir y sé que cuando despierte por esa intensa luz que traspasa mi ventana, ella, ya no estará más.
Alberto Bernandino Aguilar Hilario
DNI: 41260461
Baldo
Empezaba la rutina de todos los días, levantarse muy temprano, ponerse el buzo, las viejas zapatillas, tomar un vaso de agua tibia y hacer un poco de ‘footing’, en la puerta ya estaba esperando él, con sus ojos grandes, su pelambre color caramelo y su hocico blanqueado por el paso de los años.
Empezamos a caminar con un paso algo acelerado siguiendo el camino de siempre, como era nuestra rutina, ni bien llegamos a la esquina mi fiel perro, Baldo, fue poniendo sus orejas en alto, su mirada estaba fija en un punto, en el lugar se encontraba el gatito de color naranja que siempre se tropezaba con él todas las mañanas, el gato se quedaba mirándolo como si fuera uno de esos duelos del viejo oeste y luego se echaban a correr por unos largos diez minutos durante los cuales de nada servían mis gritos llamándolo, las primeras veces me echaba a correr detrás del dichoso animal, y lo arrastraba al parque y trotaba junto a él, toda una ceremonia matutina, lo peor de todo era que terminaba llamándole la atención y la gente me miraba como si estuviera loco, un loco que le hablaba a su perro la verdad es que nadie entendía nuestra relación, pero con el paso de los años aprendí a confiar en él y este respondió a mi confianza después de diez minutos de correr detrás del gato siempre regresaba a seguir trotando conmigo.
Once años, hacía ya once años que manteníamos aquella rutina, pero ese día fue distinto, pasaron diez, quince minutos y Baldo no venía, estaba preocupado cuando lo vi venir y empezamos a trotar pero me percate que andaba algo andaba mal en él, pero no hice caso.
Cuando regresamos a casa cayó de bruces al suelo echando espuma por la boca, me asuste fui a buscar ayuda en casa, cuando di la vuelta el corazón se me hizo un nudo, Baldo estaba caminando detrás mío, el pobre se negaba a no llegar a casa como siempre lo hizo desde hacía once años atrás. Mi madre fue a buscar a un veterinario mientras yo me quedaba cuidándolo, dejamos a Baldo fuera de la casa. Era tarde para cualquier ayuda, sus enormes ojos abiertos ya no veían, había muerto. Con la ayuda de un vecino lo enterré en un pequeño jardín cercano.
Me eche a llorar como un niño, no quería que nadie me viera pero mi madre vino a abrazarme y lloraba, lloraba porque ese día ella había perdido a un hijo, ese perro del cual tanto renegaba por dejar pelusa se había convertido en su única compañía ahora que los hijos envueltos en el egoísmo de la madurez la dejábamos sola para hacer nuestras vidas con los amigos.
Mi familia lloró al viejo amigo, mi padre no lloraba, aunque él también amaba a ese perro y lo confirmé cuando fue el primero en oponerse a tener otro perro, dio muchas razones pero oculto la principal, no soportaría ver a otro miembro de la familia irse de un modo tan cruel, envenenado sin ninguna razón.
La mañana siguiente intente seguir la rutina de siempre, al llegar al parque el gatito se quedó mirando buscado con la mirada a su viejo amigo, pero ya no estaba, el gatito me miró fijamente, solamente le pude decir:
- Ya no está, nos ha dejado.
El gatito maulló y se fue, y no lo veo desde ese día. La gente me miró como un loco que le hablaba a un gato, pero nadie lo entendía, ese gato y yo habíamos perdido a un viejo amigo.
César John Burga Ramos
DNI 10774697
Un día perfecto
Mi vida era un fiasco, no tenía suerte en nada; no tenía un buen trabajo, no tenía familia, esposa, ni hijos y mucho menos perro que me ladre. Vivía en el rincón de un callejón de mala muerte y lo único que me sostenía eran cinco monedas plateadas que ganaba diariamente.
El día era insoportable, insostenible e imposible; me levantaba de ese rinconcito del callejón de mala muerte que olía a cigarros, cerveza, orines y hasta basura; pero que era mi rinconcito porque vivía en él y me adapté a él. Caminaba cincuenta pasos y ya estaba en la esquina, listo para empezar y solo pensaba: “un día más de mala suerte y solo soy yo el culpable de tan mala suerte”, ¡Sí tan solo yo! Porque crecí teniéndolo todo, mis padres me dieron he hicieron todo por mí, pero yo con mi dejadez y abandono no hice nada por mí y hasta espanté a mi hada madrina de la buena suerte.
El día empezó, caía la lluvia, y mojaba mis chanclas negras envejecidas que me hacían compañía desde muchos años atrás, y que se habían convertido en mis compañeras y amigas de toda la vida. Un auto se estacionó y me acerqué como siempre a limpiar el parabrisas, la doña que estaba al volante, tan solo me miró y sin gesto alguno abrió la ventana y puso en mi sombrero una moneda dorada de la estatua de La Libertad, vaya simbólica moneda dorada y sin brillo, esto no me dará ni para el baguette que llena mi panza en el atardecer. Puse la moneda dorada y sin brillo dentro de mi bolsillo zurcido, minutos después algo sonó y giró hasta que se detuvo, era la bendita moneda que se había caído de mi bolsillo al suelo, encima de un sucio papel amarillo pisoteado por los transeúntes y quizá por mí mismo. Levanté mi moneda y sin importar siquiera junto con ella el sucio papel amarillo pisoteado por miles de zapatos. Esta vez sostuve la moneda y el papel en mi mano para no perderlos de vista.
Era ya casi media mañana y decidí caminar para cambiar esa moneda dorada en una casa de antigüedades, quizá me dieran algo y ya no tendría que seguir limpiando parabrisas. Llegué a la tienda y aunque no me quería desprender de mi moneda dorada y mi papel amarillo, tan solo abrí mi mano y dije: “Dígame, esto vale algo”. Vaya que sí, esto vale mucho, me respondió la hermosa dama que estaba detrás del mostrador. No podía creer que una pequeña moneda dorada de la estatua de La Libertad y sin brillo alguno valiera algo. Mi corazón se aceleró, mis ojos querían salirse y bailar y en eso la hermosa dama me dijo: “La moneda no tiene mucho valor, este papel amarillo ha cambiado su suerte”.
Era el día perfecto para mí, será coincidencia del destino o mi hada madrina se acordó de mí, pero dejó de llover, mis chanclas se secaron y recibí una maravillosa noticia y es que tenía en mis manos el billete ganador de la lotería. ¡Qué gran día realmente!, ¡Es un día perfecto!, no se puede pedir más y gracias a esa moneda dorada y sin brillo que se me cayó del bolsillo zurcido encima de un gran billete. Hoy sentado en una mesa elegante frente a una hermosa dama de bellos ojos, ¡Sofía, mi esposa!, ¡La misma dama de la casa de antigüedades!, celebrando que hemos recibido el premio al mejor restaurante Peruano Latinoamericano después de diez años de arduo trabajo en conjunto.
Carmen Moquillaza Ramos
DNI: 09597469
Campos Elíseos
Ella lo muerde, lo irrespeta; se deja llevar por ese simulacro confuso. Él brama de dolor… o de goce, la cubre con su cuerpo mientras trata de disimular torpemente la intención del embiste. Muerde su oreja como jugando (nunca se sabe); sobre todo porque ella le ha clavado sus largas y afiladas uñas en la espalda. La sangre siempre termina por agravar la situación. Él, lastimado pero sin menoscabo en su disposición salta una vez más sobre ella que se deja con algo de remordimiento a la saña ilógica sobre su garganta. Lo olfatea y lo lame, lo mira con la vulnerabilidad de una víctima a quien se le conceden sus horcas caudinas; él se siente amo y señor, por un instante despótico-indolente, casi obviando la amortiguada rendición que va haciéndose cada vez más evidente en un quejido que es a la vez una invitación de esclava dispuesta al castigo, pero él, ahora un niño, completamente obnubilado, devuelve lo que supone el agravio a su sexo, con la consigna de saciar a cualquier precio los deseos más íntimos, y más sombríos. Ella reacciona con orgullo de hembra, lo revuelca y se yergue sobre él, se hace del poder y de una autoridad que acarrea el temor, un temor rastrero en busca ya de amnistía y de piedad que ella concederá siempre y cuando él demuestre las aptitudes de su género, su resistencia, de que la convenza con su maltrato y su salvajismo, total, nunca hay reglas en esta interminable contradicción: de una u otra forma el vasallo dominará al amo, pues de alguna manera el amo encuentra libertad en esa sensación de que el tonto juego lo doblega y lo pone de rodillas ante el vasallo.
Por último, avivado el deseo, se incorpora y ruge buscando intimidarla y enardecerse al mismo tiempo, la función absurda, la conjunción secreta del delirio, dos seres que ya no son más que elementos sin razón en el suceder de un hecho en que ya no están presentes más que como cuerpos desgarrándose mutuamente, una materia indecible. Arremete con furia, ella lo muerde en pleno vientre, grita, se excita, le acaricia el pecho con suma delicadeza para no romper el equilibrio precario al que han llegado mientras se funden en una masa indescifrable de baba y de pelo, mientras se aman vorazmente entre sangre, gemidos y estrecheces; se golpean contra el tabique lateral, pero nunca se fijan. Han pisado el plato de peltre cuyo contenido sale despedido por todo el aire como una celebración incomprensible a la inhospitalidad. Ella se agita tras él, coquetea inútilmente, el desesperado le acaricia los labios con paciencia, muy despacio, le pasa la lengua por entre los dientes, ella no se resiste, el placer es mucho, deja escapar un filamento de orina tibia sobre su pierna, él al borde del soponcio la ama con todas sus fuerzas, con un satisfactorio dolor pélvico o el ardor insufrible sobre su sexo.
-No es tiempo- dice “x”.
-Definitivamente- repone “y”.
-Esto nos podría costar más que el jornal del día si nos descubren.
-No estoy para estos trotes- dice “y” entrando con una horquilla-; debemos hacer algo, no podemos quedarnos con los brazos cruzados.
-Saca a la “Susy”- grita “x” desde afuera-, es más fácil.
-Sí- dice “y” haciendo evidente la ironía-, no sé qué sería de mí sin ti.
La captura con algo de dificultad, pero al fin la logra remolcar hasta afuera y la encaminan hacia su próximo aislamiento.
-Ojalá hayamos llegado a tiempo- dice “x”.
-Ojalá- repite “y”.
-Estos osos no dejan de aparearse durante su temporada, ¿no?
Antonio Taboada
DNI: 10867059