El devenir del tiempo, Silencio, Papá y yo, La historia de Hache, Residente de cardiología: crónica de una infidelidad, Un ángel para dos, El oro y sus tres escondites, Estertor en la noche, Historia de un discurso en Estocolmo y La muerte
¡Les dejamos más cuentos para una lectura de fin de semana!El devenir del tiempo
La Tierra gira, las estaciones pasan, los días transcurren y las horas nos acompañan advirtiéndonos el nacimiento y el desvanecimiento del día; y, de la misma manera, de la noche; así vivimos, aquí nos desenvolvemos; mayormente todo ocurre del mismo modo: este es nuestro medio. Un día nublado, creo que típico del invierno limeño; es de mañana, ¡no!, ¡disculpen!, ¡qué estoy hablando!, es tarde ya, se aproximan las trece horas. Estoy cansado -respiro con dificultad-, parado en una esquina, ensimismado, al tanto de todos los flancos posibles; para mi pesar, no obstante, el ruido de los buses, de los cobradores, de los peatones, de los comerciantes, de los policías… me aturden y perturban mi búsqueda. ¡Tacna y Emancipación, sí que no cambian! El bullicio y el movimiento las caracterizan. Sigo cansado, mirando de un lado a otro concentrado en mis asuntos, pero, a la vez, también pienso que debido a como me encuentro ahorita, alguien, por lo menos uno, debe pensar que estoy loco o algo por el estilo; ¡je!, ¡qué importa!, desde aquí yo los veo en la misma condición; esto es normal. Vengo caminando desde muy lejos, he recorrido muchas cuadras, cruzado varias pistas y visto diversos paisajes, pero aún no lo encuentro. Recalco: estoy cansado y un poco frustrado, amargo y no sé por qué, ¡¿por qué sigo avanzando?!; es la obstinación por hallarlo. Trato de no parecer nuevo, tampoco ingenuo y mucho menos perdido por estos lares, pero creo que mi búsqueda me da esa apariencia; no quiero que aquellos amigos de lo ajeno y de otros males -¡vaya expresión para sus oficios!- me confundan; menos mal que estoy vestido sencillamente; ¡je, je!, no creo que sea tentación para los choros. Es por demás, en esta calle tan angosta tampoco está, pero… ¡podría ser ella!, ¡o él!, a ver, ¡¿por qué no aquél?!… ¡Uf!, me doy por vencido, cruzaré la pista y me sentaré en una de esas bancas.
Esta está vacía.
Por fin sentado, ¡ah!, ¡qué alivio!… ¿Qué?… ¿qué pasa?, ¿qué está haciendo?… ¡oiga!… no ve que… ¡¿qué?!, ¡no, no!; no, sí está libre, pero… no, estoy tranquilo, es que… ¡no!, que estoy calmado… ¡bien!, ¡bien!, puede sentarse… Es que pensé que… no, nada.
…Sí, tiene razón… ¡ajá!… mmm… Disculpe, pero ya me tengo que ir…Igualmente, chau.
Más vale que me apresure, tengo que tomar el bus, la tarde se está desvaneciendo, otra vez llega la noche, las horas no perdonan… ¡Allí está!, ¡suben!, ¡suben!.
¡Increíble! Nunca me había pasado algo similar. ¡Qué curioso! Había ido solo a descansar y terminé hablando largamente con una extraña; eso suele pasar: uno pasea, se topa con alguien, conversa, sigue paseando y luego regresa a casa. Así lo hice yo, y ya no seguí andando porque por un momento me sentí satisfecho y pensé que por fin, en mí día a día, había encontrado ese algo especial.
Pero, ahora, estoy aquí… despierto en plena madrugada y me doy cuenta de que el tiempo siempre es el mismo… Sentado, escribiendo, no puedo evitar pensar, entonces, en el objeto de mi búsqueda; nunca lo hallé… ¿o sí?, ¿lo tuve ciertamente al frente?, ¿quizá siempre está al frente?, ¡puf!, ¿¡que será!?… Por ahora, es el turno del desvanecimiento de la oscuridad y del nacimiento de la claridad; de la noche y del día. Así sucederá siempre, mañana todo será igual, las horas no perdonan, los días no se retrasan, las estaciones no se mantienen y la Tierra… no se detiene.
Este es el devenir del tiempo, ¿¡qué de peculiar y sensacional puede haber, entonces, en todo esto!?
Jesús Miguel Astocaza Miranda
45845295
Silencio
-Silencio –dijo Jones apretando con impaciencia la mano de Miles-. Haga silencio o de lo contrario le pediré que se retire.
-¿En verdad cree que pueda verlos de nuevo? –insistió Miles con la voz nerviosa.
-Eso déjelo en mis manos –refunfuñó Jones mientras le volvía a apretar la mano y le lanzaba una mirada iracunda que centelleaba incluso en aquella oscuridad palpable-. Ni una palabra más hasta que yo le indique lo contrario.
La habitación quedó sepultada por un silencio inquietante. Sólo el parpadeo de la única luz en la habitación parecía traer extraños rumores, cosa que ponía más nerviosos a los primerizos en aquella sesión espiritista.
-Empezaremos con usted, Miles –dijo Jones repentinamente-, luego veremos si es posible continuar con los demás aquí presentes. Les advierto que no siempre tengo absoluto control sobre la situación. Yo sólo puedo pedir permiso para hacer contacto, es lo único que está en mis manos. Ahora les pido por favor que no hagan ningún sonido y traten de mantener la calma si es que algo empieza a suceder.
El médium miró fijamente a Miles tras sus indicaciones y luego cerró los ojos. Los allí presentes se miraban entre ellos con las manos tensas y los ojos temblorosos. También había una mujer llamada Patricia. Tenía el rostro largo, lívido y con una cicatriz que le cruzaba el labio inferior. Buscaba tener contacto con su hijo de doce años. Al costado de ella estaba Goodrow, un muchacho apenas adolescente que ansiaba desesperadamente contactarse con su última enamorada, una bailarina de un club nocturno que había caído junto con él por un precipicio. La suerte había sido distinta para ambos. Junto a Goodgrow estaba Miles, un hombre de treinta y seis años que recurría al espiritismo para saber de su esposa Nora y su hijo Luke, un pequeño que todavía no tenía la edad suficiente para salir a la calle sin pedir permiso.
Habían pasado sólo algunos segundos cuando la llama de la vela comenzó a dar vueltas como la aguja de una brújula. La inquietud se sentía a través de la presión de las manos. Transcurrieron otros segundos hasta que el mantel blanco de la mesa se sumergió en una danza ondulante y sin ritmo. Miles notó que Jones había abierto los ojos como si estuviera cayendo al vacío. La frente del médium se había arrugado exageradamente y su mandíbula se había tensado tanto que hasta se podía admirar la trama de sus músculos de la masticación.
-¡Miles! –gritó Jones como poseído mientras clavaba su mirada en los ojos de Miles- ¡No pierda la concentración Miles! ¡Necesito ver a sus personas a través de usted!
Era difícil escuchar las palabras de Jones una vez que la mesa comenzó a bailar sobre el suelo. Los codos de todos ellos se golpeaban una y otra vez contra la pesada mesa circular pero eso sólo hacía que se cogieran de las manos con más fuerza.
-¡Miles! -exclamó Jones mientras la vela se apagaba y la habitación se iluminaba como en un día soleado-. ¡Allí! –Señaló con la mirada a una mujer y un niño que entraban a la habitación por una puerta.
-¡Nora! –gritó Miles liberando sus manos y rompiendo el círculo-. ¡Luke!
-¡No lo haga! –bramó Jones con un grito cuando la habitación volvía a la oscuridad.
-¿Qué pasa? –masculló Miles agitando sus manos.
-Volvemos –sentenció Jones.
En la vieja casa, Nora y Luke caminaban por la habitación y se sentaban en una mesa circular que alguna vez había acogido a tres personas.
-¿Mamá? –preguntó Luke captando su atención-. ¿Crees que papá nos ve desde algún lado?
Nombre: Renato Alonso Mendoza Quiroz
DNI: 45093726
Papá y yo
Papá no estuvo el día en que nací, como no estuvo casi siempre, recuerdo que cada fecha de mi cumpleaños, él siempre me mandaba el mejor regalo que me podía dar, me llamaba y me decía: Happy birthday Israel, una vez se olvidó cuantos años cumplía, pero no importo la llamada fue suficiente. Recuerdo también, que cuando venía a Lima, teníamos buenos desayunos con salame importado, habría las maletas y todos queríamos ir encima de ellas, el sólo sonreía, recuerdo también que en estos desayunos a él le encantaba hablar de política, economía, pero casi nunca nos preguntaba como estábamos, si quizás habíamos encontrado eso llamado amor, o si éramos felices. Yo solía ser bastante obeso y tenía un complejo con mis dientes, por lo cual cuando sonreía no los mostraba y él se dio cuenta de eso, a lo que me dijo: Israel tienes una sonrisa linda, no la ocultes y muestra esos grandes dientes que Dios te dio, desde ese día no los dejo de mostrar. En una de sus visitas esporádicas, yo me canse de escucharlo y tan solo lo trataba de ignorar, siempre me preguntaba porque no podía tener un papá genial, y mi única respuesta lógica era que ya tenía una mamá genial. Sí, el no estuvo cuando sentí que el mundo se me venía encima y necesitaba un abrazo, tampoco me enseño a jugar fútbol, y menos me freno cuando estaba acelerando demasiado. Mamá siempre nos inculco a respetarlo y a quererlo y sobre todo a entenderlo, justificando su personalidad argumentando que su infancia no había sido nada fácil. Yo me preguntaba si lo quería, si inclusive tendría que respetarlo, pero tan solo trataba de no pensar en ello, hasta que llego el día que me entere que papá tenía cáncer, me quede paralizado, sentí como si hubieran atravesado una flecha a mi corazón, no podía hablar ni moverme, me fui a la esquina de mi cuarto, me arrodille y comencé a llorar como un niño, las lágrimas no paraban de caer y me angustia incrementaba con cada una de ellas, no había nadie en casa, ni siquiera podía pensar en quien llamar y decirle: Hola mi papá tiene cáncer, simplemente no sabía qué hacer, inclusive que pensar, estaba yo ahí llorando por alguien que creía que no me importaba, alguien que nunca estuvo, pero cuando me miraba al espejo veía su rostro, alguien que casi nunca sonreía, o que si lo hacía, era por teléfono y yo solo tenía que imaginarme su sonrisa. El tiempo se volvía interminable, pude conversar con alguien, me dio algo de fe y luego me di cuenta cuanto lo quería. Recuerdo también que tenía cuatro años y él me llevaba en sus hombros, de mi casa al mercado y yo era el niño más feliz del mundo, recuerdo también que a los dieciocho años ose a decirle: papá te quiero, y el tan solo respondió diciendo gracias, me sentí tonto y no podía creer que estaba hablando con mi padre, no sabía si reír o llorar, pero elegí lo segundo, eso sí, sin que nadie me viese como siempre lo hacía, llegaron los veintidós y en una de esas llamadas no recurrentes, hablábamos de la vida, y él me alentaba a seguir estudiando como siempre lo ha hecho, y me dijo: hijo te quiero, yo me quedé atónito, y le dije: yo también papá. Y se convirtió en uno de los días más felices de mi vida, el tiempo nunca ha sido bueno con nosotros, pero él cáncer se tomó unas buenas vacaciones y ahora existe un nosotros.
Israel Astete Bonifaz
DNI: 46037489
La historia de Hache
Por ese entonces “C”, se había enamorado como una loca o como una enamorada nada más. Su amor era utópico, lo digo por lo que le sucedió a “A” quien era el infortunado o afortunado.
Esta historia no es nada especial, lo es porque en ella participan personajes como tú y como yo.
“B” siempre fue alguien que se involucraba con los tres o bueno eso me contaron luego al tiempo que llegué al grupo. Recuerdo que desde que nos encontramos no dejaba de buscarnos.
“A” decía que para poder mantenerse unidos solo hace falta una cosa, algo que junte, entonces, en mi caso no entendía que podía ser. A un tiempo luego pusimos nuestros puntos de vista, discutiríamos probablemente. Esperaba no llegar a la bronca lo pensé. Nos citamos, como esa vez en el puestito de periódicos de doña Nora, a las 5, plazuela “el Recreo” me dejaron un posit en el abecedario.
Mi llegada al grupo no era cosa diferente, quizá porque nunca fui invitado de una manera directa, fue porque su discusión que aburría a la gente de la calle me atrapó. Luego me enteraría que siempre han andado los tres, imaginé que el problema fue quizá ese, pero por todo no es que me quiera jactar de ser el hilo conductor, solo supe que podía quedarme junto a ellos, en medio o por lo menos a creer que podía con ellos
A “C” ya se le notaban sus sentimientos desde antes. Lo que sí sé es que en definitivo esa mirada puntiaguda, de estrellitas dibujadas que diariamente achinaban de todos los lados sus ojos, eran inconfundibles y hacían caricaturas para “A”.
De “B” no es casi necesario detallar, sé que es especial, lo digo por su carácter, sus gustos, su estilo; siempre su perfil temperamental iba con su actitud que llamaba moda. Solía andar con lo que decía ser nuevo (la chaqueta, el atuendo que hacia el juego a una bufanda, en otras arreglaba su cabello y llevaba ese color encendido), un cigarrillo sin encender porque odiaba el tabaco y cuando íbamos de juerga a los bares de Pizarro o a las pistas en la calle Junín se compraba un Martini blanco o un Manhattan, total al final terminaba sólo con puro agua mineral.
La discusión en la que los conocí a los tres era simple, por lo menos siempre imaginé eso, sin embargo esa peleíta juergüera y del todo insufrible les hacía distanciarse como si se tratase de signos de puntuación terminado en una poesía que debe fluir ligera.
“B” hacia el reclamo más disímil, al parecer había hecho una broma a “C”, se trataba de su apellido, era analógico decía. Que la parte digital no tenía sentido, no expresaba nada y que si de marketing se trataba no llegaría a vender ni la única letra buena que lleva su nombre. “C” por su puesto lo había tomado de malas.
Para variar “A” a quien le convino meterse (esto lo sabría luego) dijo algo como que el apellido de “C” podría solucionarse al momento de casarse con alguien, esto a pesar que hizo reír de carcajadas a todos nosotros, por algún motivo le gusto a “C” el que “A” se lo dijera de ese modo, por supuesto que para ese entonces yo no solía andar con “A”. Tan solo mirar mis posibilidades con ella cada vez que caminaba junto a los tres.
Jorge Ruiz Barcellos
DNI 18161907
Residente de cardiología: crónica de una infidelidad
-Estoy enamorado de ti…- musitó Jorge.
-Por favor, no…-
Cielito (por sus ojos azules) se mordió los labios. No debía estar en el auto de Jorge en aquella oscura calle ni tenía que escuchar esas palabras.
Pero en el fondo de su corazón quería escucharlas.
La mano de Jorge acarició la suya.
-Comencé a amarte la noche en que te conocí, Cielito…-
Cielito sintió sed en sus labios. Sólo tenía treinta años y ya se consideraba un cadáver en una vida llena de deseos…
-No quiero escucharte…-
-Mentira. Sí quieres…-
-Yo no debía estar aquí…-
-Estás aquí-
Jorge besó el rostro de su acompañante.
Cielito devolvió el beso.
-Te voy a poseer…-
Jorge arrancó el coche. Cielito jadeaba.
Y tuvo un último pensamiento para Víctor, su conviviente.
Víctor se pasaba todo el día fuera, trabajando para que nada le faltara a Cielito.
Pero Cielito necesitaba de su hombre…
Era compañía fiel, era conviviente… Pero Cielito quería posesión absoluta de su hombre. Y él cada día más lejos. Cenaba tarde y se iba a dormir.
Cielito se quedaba mirándolo en silencio, deseándolo con pasión.
Y sucedió lo inevitable.
Sucedió en una de esas ceremonias a las que Víctor, director del hospital, y Cielito, residente de cardiología, asistían.
El mismo Víctor le presentó a Jorge. Y Cielito no se equivocaba al sentir el deseo que experimentaba por ese nuevo amigo.
Conversaron, bebieron, mientras que Víctor platicaba con otros directores. Cielito bebió de más… Y terminó en el jardín de aquella casa, en el calor de la noche veraniega.
-Eres un ángel triste…- dijo Jorge.
-¿Tanto se me nota?-
-Encontrémonos otro día- propuso él.
-No es posible.-
-Sí que lo es.-
Víctor se quitó la camisa y la puso sobre la silla. Cielito lo miraba en silencio.
Eran las diez de la noche.
-¿Qué ocurre, Cielito…?
-¿No lo sabes?
-Tienes mal semblante…-
-Sí.
-Entonces te llevo al hospital…-
-¿Para qué? No van a encontrarme nada. A lo sumo, una depresión…
Víctor le acarició la mejilla.
-¿No me dices qué sucede, Cielito…?- Víctor le brindó el más fuerte de sus abrazos.
-¡Déjame…!- dijo Cielito.
-¿Qué pasa?- volvió a preguntar él.
-Pasa que te necesito y nunca estás para mí-
Víctor observaba azorado. Como si le estuviera diciendo una verdad que él ignoraba por completo.
-Estuve con otro hombre…-
-¿Qué estás diciendo?-
-Que te fui infiel…-
Víctor observaba atónito.
-Y puedes echarme de esta casa…- balbuceó Cielito.
-Tú… tú no eres capaz de hacer eso…- Víctor no salía de su asombro
-¡Tu conviviente es también tu amante, Víctor! Y tú te olvidaste de eso-
-¿Quién es él?-
Cielito no respondió.
Víctor zarandeó a su pareja con rudeza.
-Jorge…- susurró Cielito.
Víctor se quedó lelo.
-¡Imposible!- Jorge no es homosexual… ¡Hasta dicen que es homofóbico!
-Te equivocas- Date cuenta que cuando dos almas solitarias y perseguidas por la sociedad se encuentran, el amor florece. Mientras que en esa fiesta hablabas con otros, él me cortejaba. Y salimos una noche a bailar a una discoteca gay. Sin temor. Pues ahí dentro había gente como nosotros y muy entusiasta por la ley del congresista Bruce. Gente que no pude conocer antes por tu terquedad en ocultar nuestra opción sexual, nunca aclarando que tu conviviente, residente de cardiología, era doctor y no doctora. Borrachos nos retiramos a su departamento e hicimos el amor…
-¡Maricón!- Víctor gruñó y lo sacudió fuertemente.
-Déjame… ¡ya no te quiero!- lloraba Cielito.
Víctor comenzó a golpearlo salvajemente.
-¡Desgraciado maricón!- Yo que te recogí cuando tu esposa te abandonó. ¡Así me pagas!
Y con un empellón dejó a Cielito tirado y sangrando sobre la alfombra.
Luis Emilio Malpartida del Carpio
DNI 29230009
Un ángel para dos
Aún no sé cómo llegué aquí, sólo sé que antes de perder la consciencia me encontraba caminado solitariamente por un bosque cerca de un Lago. Recuerdo que algo golpeó muy fuerte mi cabeza y me tumbó al suelo, perdí la razón. Repentinamente me encuentro frente al ser más bello que conocí, una mujer en un largo vestido de seda blanca con toques dorados en la parte baja de la falda, con los pies descalzos y la más brillante sonrisa que jamás vi; sus castaños cabellos caían naturalmente por su frente, llegando a taparla, pero dejando relucir sus ojos café, sus mejillas tostadas por el sol de primavera y sus labios humedecidos por el agua de la fuente de la plaza del pueblo. En ese momento pensé que todo se trataba de un sueño o que simplemente había muerto y me había encontrado con un ángel; sin embargo el punzante dolor en la cabeza me indicaba que aún seguía viva. El ser que tenía en frente extendió su mano y me ayudó a levantarme mientras dijo sonriendo- “Llámame Holli”. Dijo que me llevaría al Castillo, que puede ver a lo lejos, que allí se encontraba el médico que curaría las heridas que tenía en la cabeza y el brazo derecho, intenté decir “Gracias” pero de mi boca no salió palabra alguna. Sólo sonreí y la seguí, de alguna manera sabía que podía confiar en ella, miré a mí alrededor y a lo lejos divisé a un niño triste en uno de los balcones del Palacio, como si esperara a alguien. El camino que dirigía al fortín estaba lleno de casitas y tiendas.
Cuando llegamos al castillo la gran puerta se abrió ante nosotras y la señora Carissa, llamada así por su bondad, nos recibió sonriendo, era como si me conociera, su mirada delataba una profunda tristeza. Mi voz por fin regresó: -“¿Está todo bien?”, dije. Carissa con lágrimas en los ojos me respondió, “el pequeño príncipe Aarón ha estado muy enfermo desde que desapareció su madre, hace varios meses, el doctor viene a diario a revisarlo pero es inútil, el mal que lo aqueja es del corazón”. “Para todo mal hay una cura”-dije con voz de aliento, en ese momento sólo pensaba en una forma de ayudar al niño. Busqué a Holli con la mirada, pero ella ya no estaba. De repente, la vi subiendo las escaleras que dirigían al cuarto del pequeño. Abandoné la habitación detrás de Holli. Cuando llegamos al dormitorio del pequeño, sentí que lo conocía, de alguna manera en sus ojos pude ver una parte de mí. Lo único que hice fue acercarme, tomar un libro del estante junto a su cama y contarle un cuento. Nos sentamos en la cama y le conté cuentos hasta que se quedó dormido a mi lado. En sus sueños vio a Holli, el ángel, que le decía que la jovencita que yacía a su costado era su madre perdida. Mientras el pequeño dormía el doctor curó mis heridas, no eran tan graves.
A la mañana siguiente desperté en una habitación de papel tapiz floreado con una gran ventana desde donde podía ver todo el pueblo, alguien debió traerme aquí, pensé Me alisté para buscar mi camino de regreso a casa, aunque aún no sabía dónde era. Justo cuando terminaba de vestirme, tocaron la puerta, se trataba de Aarón. Se acerco muy rápido para abrazarme diciéndome- “Eres tú, volviste”. Sólo devolví el abrazo, cuando Holli apareció diciendo: -“Arabela, estuviste perdida durante mucho tiempo, te encontré en el Cielo y te traje de regreso, tu lugar es aquí con tu pequeño Aarón”.
Ingrid Dulanto Bernuy
DNI: 47473951
El oro y sus tres escondites
Después de la muerte del cacique se corrió la voz de esconder todo el oro que venía proveniente de los lugares más recónditos para ser entregado a cambio de su rescate, aquellos invasores no tenían ni la más menor idea de cuánto oro podría tener. Pensaron que solo lo encontrado en el palacio real era todo y se cansaron de esperar, pero era costumbre del inca dar regalos a los más valientes, humildes y a sus concubinas. De gran valor sagrado para estos pero a los ojos de los invasores eran tesoros para su reina y gran parte para ellos. Uno de los invasores encontró uno vaso ceremonial dentro de una choza así que decidieron seguir buscando hasta poder arrasar con todo.
Estos no podían ser enterrados, es como si hoy en día s enterraran a los nuestros santos.
Mientras decidían que hacer para que los invasores no lo encuentren ya que si lo hacían serían llevados en grandes caravanas hacia el norte a sus grandes navíos y luego llevados a su país de origen.
Tres fueron las ideas para salvaguardar todas las piezas de oro:
1. Llevarlo a la cumbre más alta.
2. Esconderlo en una gran cueva llena de muchos laberintos.
3. Esconderlo en una de las lagunas más grande a la vez esta era misteriosa poder llegar a ella era muy difícil y estar parado frente a ella hacia estremecer el cuerpo hasta del más valiente Esta era la última y no tan aceptada opción ya que se podían perder en el fondo de esta.
Decidieron optar por las tres opciones ya que todavía eran perseguidos y tendrían mayor oportunidad de lograrlo. Para esto se dividieron el primer grupo enrumbo un largo recorrido hacia donde ningún ser viviente había llegado.
La segunda opción era de difícil acceso por la gran espesura de las plantas y muy bien escondida cueva la cual había sido descubierta hace años y olvidada para ser usada en tiempos de guerras donde se pudieran refugiar mujeres, niños y ancianos, solo una persona sabia de esta cueva.
Para la última opción se amarrarían las piezas con lana y del otro borde se amarrarían a carrizo plantas que por su forma tubular tenía la característica de almacenar aire y podrían flotar sobre el agua. Los invasores desconocían de estas plantas así que pasarían desapercibidas.
Después de mucho tiempo de ardua busca los invasores se marcharon muchos ya no le adoraban debido a que no los protegió durante la gran matanza que se inició al no encontrar el oro mataron y quemaron todo lo que encontraban a su paso.
El dios sol al ver muertos a todos sus fieles guerreros y al ver que ya no le adoraban. Decidió que todo el oro que había en las cuevas se diluirá para esto emano una gran llama de fuego y que diluyó el oro con todos los materiales que hubiesen en el fondo de la tierra todo se mesclo para que así sea difícil para el hombre volver a encontrarlo.
El otro poco que estaba en lo más alto de las montañas el dios sol izo que se convirtiera en grandes bloques de hielo como prueba de su heroísmo de esos hombres que lucharon y el rey sol pero nunca más volvería a ser visto por ahí. Solo en día festivos y por poco tiempo.
Y lo que quedo dentro de la laguna se quedarían en el fondo de estas por siempre en efecto la laguna se convirtió en sagrada, milagrosa y curativa y el carrizo empezaría a crecer sobre esta.
Reyes Gaspar Correa Saavedra
DNI:45313127
Estertor en la noche
Tremenda cantidad de presión, como si ya fueras a dejarte triturar; jadeando, oteando en todas direcciones posibles, buscando una salida. ¡No la hay! En serio creí que sí, ahora comprendo el significado puro de posesión. En fin, parte de los asuntos insignificantes de la existencia en el cosmos prefiero pensar para restarle importancia al siniestro evento. Llegar a viejo ya no me atrae en lo más mínimo, para qué me digo repitiendo maniaco, para qué si al final moriré y quién sabe en peores condiciones. ¿Demasiado joven para fenecer?, ¿o muy muerto para ser joven? Sin respuesta, silencio habitual, recurrencia ciclómana.
Recuerdo el hacha impactando contra el macizo tronco de aliso, ¡qué delicia, qué emoción!- y de repente pensando: muchos placeres cuyo único secreto radica en la expulsión, mayormente, o sea, orinas, eyaculas, escupes, hablas, sudas, pero de qué estoy hablando si solo quería aludir al hacha abriéndose paso en la madera y yo detrás sonriendo por la brutalidad del impacto.
Vuelvo en mí, el abuelo yace entre velas mortecinas que el viento se empecina en apagar; pienso que quizá está aquí, junto a mí ahora mismo. -A tu salud Papá. Al lado, casi en la esquina se apoya en un pie la vieja cruz de la bisabuela; inspira mirarla con cierta reverencia por lo siniestro y místico. Alrededor, baúles llenos de documentos hechos nidos de hambrientas ratas, paredes, techo y gradas llenas de telas de araña, musgo, polillas, polvo; y completando el cuadro, penden sobre mí, de una cuerda de cabuya atada a las vigas del techo, los intestinos de alguien, la piel gruesa de un cerdo y decenas de cabezas de gallos sin ojos y de pico negro; es incierto el tiempo que llevan allí, pero los gusanos que aprovechan su descomposición caen cual granizo sobre las mantas que cubren mi cuerpo, y es cuando en verdad pienso que es hora.
Morir; casi a todos los que conoce Adrián piensan en ello. Él cree que no le interesa pensar como ellos, pero siempre sueña con ataúdes y ajuares mortuorios. Nunca comenta al respecto claro está, además a quién ahora que el abuelo… Sin embargo ahora le sonríe la idea de estar junto al voluminoso cuerpo del occiso al fondo de una fosa que bien podría cavar él mismo si se librara de tanta larva de mosca.
Con la partida del abuelo todo lo vinculado a él también lo hace, como el hundimiento de la casa Usher o un agujero negro. Sentir que media vida cede desapareciendo entre las ruinas del extinto antepasado, azuzado por ideas nefastas sobre la vida, veneno letal para corazones apasionados con la muerte.
–Volveré…, siempre he pensado en la última expresión del viejo; ahora no, no puedes volver a donde se te acabó el tiempo, nunca más. Prefiero pensar en el mañana, en su arribo y sobre todo en sus posibilidades, doy saltos gigantescos con mis sueños y vivo de pronto en un futuro borroso donde mantengo la cabeza recostada eternamente sobre suaves almohadas de plumas; titiritero de las vidas que inserte en mi ficción.
No hablaré más de Adrián y su inevitable final, decidí dejar el nombrecito y reflexionar: El pueblo está desierto, todos se han ido, solo quedé yo, la cruz y el abuelo derritiéndose con las velas a la tierra; ah y estas odiosas larvas que pensé solo caían, pero que en realidad emergían también de mis entrañas; mejor cogeré el fémur de la abuela y usarlo como quena y así cantarle a la noche sin estrellas, esperando que mañana sea el día, tal vez, tal vez.
Kevin Gianacarlo Mendoza Villafuerte
DNI 44936453
Historia de un discurso en Estocolmo
Quisiera agradecer a la academia sueca por el buen trato, el reconocimiento y el galardón. Más que escribir, mi pasión es cambiar la realidad y eso es lo que hacia todas las mañanas camino al colegio. Creaba escenas que esperaba poder vivir a lo largo del día y en el camino de regreso a casa manipulaba lo vivido de manera que fuese perfecto. Una de esas ensoñaciones se está cumpliendo en este instante, porque este discurso también lo imagine.
Me gustaba leer y manipular historias pero no disfrutaba mucho escribiendo. No solo disfrutaba leyendo, además sentía que absorbía las ideas de hombres muy inteligentes. Pero no aprendía mucho escribiendo, porque las ideas que escribía ya estaban en mi cabeza. Si nadie leía lo que yo escribía entonces daba lo mismo imaginarlo o escribirlo. Solo escribía para el concurso anual de literatura escolar. No me iba muy bien para alguien que soñaba con vivir de la escritura, un primer puesto en tercero de primaria, segundo puesto en segundo de secundaria y algunas buenas notas. En el último año escolar empecé a publicar mis textos, no pueden ser llamados cuentos por falta de trama y estructura, en una página de internet. Me entusiasmaba que los comentarios de los cibernautas fueran positivos, pero no tarde mucho en darme cuenta de la generosidad critica de los lectores. Era muy difícil que alguien criticara algo en esa página, pues era necesaria la simpatía para obtener votos para los propios cuentos.
El punto de quiebre llego ese mismo año, cuando un cuento mío fue publicado en el periódico de mayor tiraje en Perú. Como ya les he mencionado, yo ya había soñado con este momento y mi relato era el discurso de aceptación del premio que hoy recibo. La fría mañana de un domingo limeño, cruce como de costumbre la avenida Velasco Astete y compre el mencionado diario por dos soles con cincuenta centavos. Al llegar a casa abrí la sección cultural en la página donde publicaban los cuentos de los lectores. Historia de un discurso en Estocolmo. Sebastian Carrillo.
No recuerdo haber estado más emocionado en mi vida, ni cuando hace poco me llamaron para anunciarme que había sido reconocido con el premio literario más prestigioso del mundo. Compre cuatro periódicos. Después llame a mi papá y le pedí que compre un ejemplar y que lea el suplemento cultural sin dar mayores explicaciones. Hice lo mismo con mi mamá. Escribí mensajes a algunos amigos contándoles lo ocurrido. Me sentía el mejor escritor del mundo. Imaginaba a las personas que estarían leyendo mi cuento, mi creación. Las personas que lo leerían desayunando pan con mantequilla y mermelada o pan con prosciutto. Las esposas de carpinteros o las esposas de magnates. Las ancianas jubiladas y las muchachas de mi edad. Las más simpáticas y las no tan agraciadas. Los que leían esa sección con regularidad y los que habían caído ahí de casualidad y había quedado prendidos con mi título. Lo leía todo un país. Hasta lo leías tú, si tú me estabas leyendo esa mañana dominical de 2013, hace ya más de 50 años. Después mi vida cambio, tenía más confianza en mi escritura. Por eso quiero agradecer no solo a la academia que reconoce mi trayectoria, sino también al suplemento que público mi primer trabajo literario. Para finalizar quisiera leer el cuento del que he hablado. Es probablemente el que más me enorgullezca, ya que es mi primogénito. Quisiera agradecer a la academia sueca por el buen trato, el reconocimiento y el galardón. Más que escribir, mi pasión es cambiar la realidad y eso es lo que hacia todas las mañanas…
Sebastian Carrillo
DNI: 77335697
La muerte
Aquella fatídica y fría mañana de Junio, sorprendió a varios pensando en la muerte…
El adolescente recién llegado a su hogar, después de su juerga de fin de semana, pensó en la muerte, en el momento que olvidó su Tablet en el taxi, alterado y excitado, luego de la juerga en casa de un compañero de Universidad, donde corrió trago a forro y otras porquerías propias de su edad. Descuajeringado como llegó, ingresó de puntillas al baño principal del inmueble y buscó en el botiquín, los somníferos recetados a su padre para sus stress crónico, ingirió algunas pastillas esperando conciliar el sueño negado, por el exceso de estimulantes y el remordimiento de su mala experiencia…
La quinceañera de 1.70, aspirante a modelo, luego de salir de la ducha, casi enloqueció al bajar de la balanza y comprobar que superaba los 59 Kg; realmente pensó que la muerte le tocaba la puerta, con ese terrible peso estaba acabada; miró un frasco de pastillas que un fotógrafo le había sugerido para perder peso, en su desesperación no lo pensó dos veces y decidió utilizarlas drásticamente…
El alcoholizado hombre despertó con el frío de la madrugada del lunes, con una terrible migraña, luego de la “bomba” del día anterior, sólo para percatarse que se encontraba completamente desnudo tirado en una céntrica vía limeña y pensó que la muerte era aquella confusión que lo aturdía, ante la mirada de algunos curiosos que pasaban temprano para irse a laborar; confusión combinada con vergüenza, ridículo, ira, impotencia, y humillación que sentía al haber sido “pepeado” por aquella mujerzuela de gran culo, que lo había seducido en aquel maldito bar. En su estado de embotamiento pensó que mejor sería haber muerto antes de pasar por aquello…luego, al divisar una patrulla de serenazgo decidió imprudentemente cruzar esa avenida, para solicitar apoyo…
El drogadicto amaneció desesperado al borde de la locura, pensó en la muerte mientras lamentaba su suerte; pues atormentaba su mente el recuerdo de la noche anterior cuando tuvo que arrojar por el retrete 500 nuevos soles en cocaína, tras escuchar una sirena y el ingreso abrupto de un operativo policial al bar donde se encontraba bebiendo, acompañado de dos hermosas norteamericanas con quienes había pensado, luego de esnifar y beber unos pisco sour, irse a un hostal y en una orgía dar rienda suelta a sus malsanos instintos…Lo peor, un corrupto jefe policial, en el registro personal, le despojó de su último centavo… Ante tal situación deambulaba solitario por zonas bravas de barranco retornando a Lima, absorto en sus pensamientos y descuidando su seguridad…
El imberbe pedófilo recién internado en Lurigancho, pensó en la muerte mientras se arrastraba gimiente, roto, sangrante; luego de haber sido salvajemente ultrajado durante toda lo noche por 14 internos sodomitas, mucho más locos y depravados que él, en el pabellón de depredadores sexuales, llorando de dolor e impotencia, se quedó tendido en el pasadizo del tercer piso, mirando con ojos extraviados creyó escuchar el llanto de su víctima en el vacío…
La mujer constantemente maltratada por el abusivo, enfermizo y celoso marido; pensó en la muerte, cuando con espanto y locura comprendió lo que acababa de hacer, al observar el miembro sexual sangrante que apretaba en su mano derecha, mientras que en la otra empuñaba un tremendo cuchillo de cocina. Su consorte se retorcía de dolor y con ojos desorbitados trataba de contener la tremenda hemorragia… Ella miró a su alrededor buscando una solución y enfocó su mirada en el frasco de raticida…
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La muerte no pensó en la muerte…
Simplemente esbozó su macabra sonrisa y se los llevó a todos…
Ronald Lara Chipoco
DNI 43548591