Cuento "El burócrata"
El burócrata
Autor: Martín Gastiaburu Morante
DNI 09300613
Apoya su pie derecho al borde de su cama, y Juan Choque tiene toda la intención de romper la mala racha que lo persigue desde hace mucho tiempo, preso de su ansiedad habitual se presta a encarar un nuevo día con mucho optimismo. Enciende la tele, y en las noticias anuncian “Habemus Papa”, y piensa: cuantos van en lo que va del año?. Ajusta el nudo de su corbata y da un largo y sonoro sorbo a su café a manera de enfriarlo y “zarpa” con destino al trabajo.
Paso a paso avanza casi cayéndose de la rota vereda de la Av. Manco Cápac, esquiva a un par de presurosos escolares que huelgan del estribo de un micro y acopla a sus oídos sus auriculares que lo mantiene abstraído a lo que pasa más allá de su espectro mental con la siempre apurada y sorda sociedad limeña de las siete y cuarenta y cinco de la mañana. Apresura su paso para no llegar tarde al trabajo, escala a la carrera las gradas de la entrada de su trabajo, como si la Obertura 1812 de Tchaikovski le marcara el paso y el estruendo final de las salvas de los cañones sonaran como cuenta regresiva antes de marcar la tarjeta de entrada.
Los teclados de las computadoras resuenan como fuertes gotas de lluvia y conforme pasa la mañana no pasa nada; más documentos para revisar y más sellos para poner, pero no pasa nada. Otro día perdido para generar una oportunidad de liberarse del esclavizante y burocrático trabajo, jamás un timbrazo telefónico salvador que alivie sus angustias diarias y le permita soñar por un momento.
Recorre el sol su imparable trajinar diario y las tinieblas envuelven el espectro celestial contaminado por los tubos de escape de los micros, las tenues luces de la avenida Abancay vuelven a imponerse a las sombras y un concierto de bocinas golpean los tímpanos mal acostumbrados de los limeños. Desde su ventana alcanza a ver las agujas del reloj que decora el parque universitario en una perfecta recta vertical marcando el fin de otra agobiante jornada laboral llena de oportunidades pero sin haberlas aprovechado, capaz por que no se dio cuenta o por que simplemente su doctrina idiosincrásica perdedora no le permite avanzar y progresar, pero se queja; claro que si y será así siempre.
Abandona lentamente las gradas de su “gran africano”, como le dice al edificio donde trabaja por no decirle elefante Blanco, como si al decir en forma diferente las cosas a lo que el común de la gente las denomina lo haría diferente y antes de contaminarse de esta bulliciosa sociedad vuelve a inyectarse a la música por sus auriculares, pero esta vez enciende un cigarrillo extraño y esquivando ambulantes se encamina de regreso a su casa en la Avenida Grau en medio de una nube de anestesiante marihuana.
Con poca admiración ve a la gente agolparse a las vitrinas y alcanza a leer en letras grandes y rojas “El Papa renuncio”, y justo ahí por un momento parece que la noticia de abdicación es más importante, y se desprende de los auriculares; siente un calor profundo y luego una humedad que inunda su abdomen y se siente desvanecer, un certero puntazo de un cuchillo fue insertado por un delincuente que no escucho respuesta a sus demandas y corta no solamente su hígado sino también sus sueños, preso de asombro por el hecho, mira hacia el cielo y dice para adentro de el; si, era el tercer Papa en lo que va del año, mientras que caía pesadamente sobre la calle.