El ratón y el halcón
Por Gualberto Cruzado Leyva
Para David, Alison y Andrea.
La aurora hacía presencia por los elevados cerros del pueblo.
Las chicharras cesan sus cantos y los pajarillos empiezan a llamándose para buscar sus alimentos. En la pajilla seca, junto al gallinero, entre un jardín de rosas, el delicado ratón sigue disfrutando de su placentero sueño. ¡Kiki! ¡Rikiiii! Retumbó en sus tímpanos, el canto de un gallo.
- ¡Pucha! ¿Otra vez la fiesta? ¡No puede ser! Dice fastidiado porque la noche no debía marcharse.
- ¡Ya estoy aquiiiiii! Responde otro gallo desde otra casa, ubicada al otro lado del río.
Soba sus ojos negros y pequeños como punto de lapicero en esa cabecita ceniza y dándose un buen estirón, expresa: “¡No lo puedo creer! La noche se ha ido sin despedirse. Pues, cuando vuelva le preguntaré y le voy a advertir que, ¡eso no se hace nunca jamás con los amigos!”. No termina de hablar la última palabra, aparece una gallina voluminosa de plumas blancas, arrastrando un cordel dorado en sus patas. Rasca desesperadamente la tierra del rosal y se inclina a capturar los gusanos descubiertos. Alza la mirada para percatarse si sigue sola en el rosal, se agacha otra vez y rasca.
- ¡0ye! Tú ¿Quién te crees que eres para que estés rascando, con tus patas mugrosas, en este lugar? -pregunta airado-. ¡Sábelo bien!… Este es mi territorio, por lo tanto, nadie puede estar acá, sin mi autorización, finaliza con voz de autoridad.
- ¿Así? Muéstrame tus papeles. Le contesta asustada porque no sabía quién le estaba hablando. Ya que él está tras de la pajilla seca.
- A mí, no me vas a venir con tinterilladas. Te vas o ¿quieres que mis filudos dientes trituren tus huesos? Lo amenaza a voz en cuello.
Como la gallina no sabe de dónde viene la voz, cree que debe ser algún gigante invisible y se va corriendo del lugar.
El ratón, feliz de su hazaña, salta en una pata y da vueltas rotando de alegría en su madriguera. Estaba dando sus últimos brincos. El resuello del viento ingresa por la pajilla seca y puede ver por su ventana que van cayendo al piso los pétalos rojos de una rosa. “¡Qué preciosos! Con ellos haré mi sofá”, dice emocionado y apresuradamente sale a recogerlas.
Frente a los pétalos, deja caer unas lágrimas de alegría, las seca y de uno en uno los va llevando a su madriguera.
Y se dice: “Ya te falta solo uno, ¡apresúrate! que ya acabas”.
Estaba dando el último paso junto al pétalo y el gato desde la cocina ¡Miauu! ¡Miauu!, maúlla observando el pedazo de salchicha que había en el perol.
¡Pobre ratón! Desesperado trepa la planta hasta llegar a lo más alto de las ramas, al verse a buena altura, descubre las heridas que le han causado las espinas, se determina en descender; pero ya es tarde porque su estómago está ensartado en la espina garfea del rosal.
Un halcón que está observando el escenario, desde una planta de aliso, desciende presuroso a socorrer al herido, lo coge delicadamente con sus patas y lo lleva a su nido para curarlo.
Lo suelta lentamente en su nido y emprende vuelo para traer hojas de güizo, las mastica y las coloca como parches en las heridas para que sanen. Mientras el ratón seguía convaleciendo de sus heridas, el halcón le traía postre de gusanos, vísceras de las aves que él se comía, así pasaron muchos días. Hasta sanó el ratón.
Una vez sano el ratón. Decide marcharse y le dice al halcón: “Querido amigo, ¿qué puedo hacer para compensar los favores que has hecho?
- Pero tú, ¡qué puedes hacer por mí! Si tú ni grande si quiera eres. Qué pues, tampoco vuelas. Contesta el halcón ufano de sus virtudes. ¡Haz lo que quieras!, le dice.
Agita sus alas para emprender vuelo.
- ¡Oye compare! ¡Espera! No te apresures.
- ¡Ahora! ¿Qué?
- Te prometo que en las eras que trillen, yo juntaré los granos para que se junten los “indio pishgos” y tú vendrás a comerlos ¿qué te parece?
- Bueno… aunque no me parece bien. Si así lo quieres. ¡Así que sea! Dice el halcón.
Uno estiró el ala y otro extendió la mano.
Alzó su vuelo, el otro inicia su camino, y desde ese momento, son buenos amigos.