Renacimiento
Por Kou Gin Fat Arrué
Humberto quería estar solo, pero estaba casado con Kally. El matrimonio iba por su séptimo año cuando una epifanía anarquista sacudió la voluntad del joven abogado de 38 años. Humberto había puesto a prueba su tolerancia con su mujer y concluyó que pasadas las dos horas junto a ella no la soportaba más. Estaba totalmente seguro que se había equivocado con ella, que no eligió bien a la mujer con la que en algún momento pensó que pasaría el resto de su vida. Concluyó que su matrimonio no era más que un penoso contrato que le permitió comprarse un departamento en Miraflores, pero ese beneficio burgués había incendiado su libertad. Inició entonces un proceso al cual llamó “renacimiento”.
Como primera medida, y sin ningún temor, le dijo a su mujer que quería divorciarse. Kally no tomó a bien la propuesta, lo llamó loco, y le exigió un porqué estruendoso. Humberto, con la seguridad de los que saben lo que quieren, le contesto con un grito revolucionario que quería estar solo y que ella se entrometía en ese destino.
En ese momento Kally deseó lastimarlo físicamente, sin embargo la joven administradora de empresas se calmó y se fue a su cuarto mentándole la madre y profetizando que jamás le daría el divorcio. La verdad había fracasado, pero Humberto litigaría hasta alcanzar su libertad. Esa noche, ortodoxamente, dormiría en el sofá.
Como la verdad había sido vencida, para su segunda medida optó por la mentira. En 2013 el bufete de abogados donde trabajaba cumplía 20 años de éxitos y se daría una gran fiesta por la ocasión. Humberto, elaboró una estratagema, la cual no le dejaría otra opción a Kally que el inevitable divorcio.
La fiesta empezó a las 10 de la noche, Humberto había elegido como ayudante de su libertad a Betsabel, su secretaria. Humberto sabía que más de un compañero había amanecido con ella luego de algunas copas de más. Humberto le ofrecía miradas enamoradizas, y ella le devolvía sonrisas de medio lado que combinaba con guiños que ocultaba detrás de la copa de champagne que bebía apuradamente. Humberto se sentó junto a ella y conversaron sobre el destino, el amor y el sexo. Llegaron a un hotel de la Av. Pardo, demasiado cerca a su cada vez más lejano departamento, entraron a la habitación en silencio, y para romperlo Betsabel le pidió a Humberto que le volviera a explicar la diferencia entre amare y dilígere, luego de la explicación Betsabel entró al baño, previo mordisco en los labios de Humberto, quien se acercó a la ventana de la habitación, de donde podía observar su obscuro departamento.
Humberto entendía a la perfección el nomos y sabía que su siglo había enterrado a Dike, pero igual miró al cielo buscando una respuesta o señal que le ayudara a comprender su propia identidad, pero qué decir del desesperanzador cielo limeño que eclipsa a los astros, qué decir de su propio envilecimiento para obtener la más sagrada música del hombre. Betsabel salió del baño embellecida y casi desnuda, Humberto miró de reojo su departamento y con un grito en silencio inició el fin. Poco antes del amanecer, se presentó en su departamento, tocó el timbre para sellar su victoria, escuchó los pasos de Kally que se aproximaban hacia la puerta; la hora, su sonrisa lasciva y la ausencia de palabras lo delatarían y pensó en algo que leyó unas semanas atrás: no existe el deber de amar, existe el deber de ser feliz. Kally abrió la puerta con signo de exclamación, mientras las aves, muy cerca, anunciaban la llegada de un nuevo día.