Del Alzheimer a la nostalgia: dos obras de Paco Roca
En los últimos días, la desafortunada relación que hizo un congresista entre el Alzheimer y la cantidad de libros que uno lee como causal de este mal me invitó a releer dos obras en las que memoria y olvido, recuerdos y nostalgias son protagonistas esenciales.
Se trata de dos novelas gráficas del español Paco Roca, “Arrugas” y “La casa”, trabajos excepcionales en el cómic que han sido editados en varios idiomas y que no dejan de ganar adeptos y cosechar elogios por la calidad de las historias y la aparente simpleza de sus dibujos, un elogio a la sensibilidad.
Hablemos primero de “Arrugas”. Es la historia de Emilio, un hombre que sufre vacíos en la memoria y que es internado por su hijo en un hospicio para ancianos. Allí conoce a Miguel, un tipo con descarnadas dosis de cinismo y humor negro; Antonia, una amable señora en andador que atesora chucherías para su nieto; Dolores y Modesto, una pareja donde ella mantiene la salud y él es consumido cada día más por el Alzheimer; entre muchos otros personajes.
Las jornadas transcurren entre bastones, recortes de periódico de épocas mejores, enfermeros, largas terapias que se hacen eternas por los achaques de los pacientes, sesiones frente a una televisión donde siempre pasan documentales de animales, relojes que avanzan inexorables de sol a luna, desvaríos de todo tipo, pastillas y medicinas hasta el hartazgo, fobias, miedos, extravíos y anécdotas.
Con cada página que pasa, advertimos cómo la enfermedad de Emilio se apodera de él, pues lo que son pequeños vacíos y confusiones no son sino los síntomas iniciales de Alzheimer. Su miedo de acabar como Modesto o incluso peor lo llevan a planear cómo engañar a sus médicos, a buscar escape en la lectura, a luchar por no dejarse ganar por ese “largo adiós” como denomina Miguel a la enfermedad.
Pero el mal avanza y su paso es inexorable. Y pronto ponerse una chaqueta se vuelve un reto diario. Y recordar cómo se llama una simple pelota es un desafío que aprieta el alma. Y confundir una cuchara con un cuchillo deja de dar risa para invitar a la complicidad.
Porque Emilio solo encarna a los padres y abuelos de muchos de nosotros, y también nos hace pensar en nosotros, en lo que nos puede esperar, en la soledad, la rabia y la impotencia de tener que depender de otros, como si fuésemos niños…
El ser humano perdona y se puede redimir, pero el tiempo no es tan compasivo. Esa es la lectura entrelíneas que nos deja cada viñeta de “Arrugas”
Y ahora les cuento un poco sobre “La casa”.
La historia gira sobre José, Vicente y Carla, tres hermanos que un año después del fallecimiento de su padre, Antonio, se reúnen en la casa que este construyó el campo y donde transcurrió la infancia de todos ellos. Han decidido venderla, pero antes irán a pasar unos días para poner en orden la propiedad, los papeles y rescatar cada uno aquello que pudiera considerar de valía.
Una casa que ha permanecido cerrada esos largos meses tras la partida del progenitor y que guarda imágenes imperecederas, marcadas en cada rincón. Desde una cisterna rota hasta racimos de uvas protegidas con reseñas de periódicos sobre las novelas que escribe uno de los hijos; desde la pérgola construida con tubos de PVC y rellenos de cemento hasta herramientas multiusos que evocan cada pedazo de vida y amor con que fue levantada la vivienda.
Hay lágrimas, risas y alegrías escondidas en cada retazo de memoria que inspira la casa, evocaciones y flashbacks que conectan con lazos umbilicales al pasado, historias y vivencias que cada hermano tuvo a solas con su padre, complicidades, pero también secretos y culpas, resentimientos, iras. La memoria en este caso no está restringida por una enfermedad, sino por la incapacidad de comunicarse.
Y aun cuando ser hermanos no es sinónimo inequívoco de amor filial, hay una sensación que inunda cada página, cada viñeta, cada línea puesta en este cómic, que es la imagen del padre. O mejor dicho, la muerte del padre que termina por hermanar a los hermanos, aunque suene a redundancia. En silencio, esa casa contagia su calor a cada persona que la visita, sean hijos, nietos, yernos, vecinos… Hay una silenciosa presencia que no habrá de partir nunca.
La memoria, decía, juega aquí un papel clave, pues son esas pinturas del pasado las que dibujan nuestra historia. Las que nos hacen humanos. Por eso es que resulta tan caótico perderlas, pues extraviar el recuerdo es morir de a pocos. Somos lo que hicimos, lo que vimos, lo que padecimos, pero también lo que extrañamos, lo que decimos y lo que pensamos.
Y si en “Arrugas” la rebeldía frente a esta pérdida nos acompaña a lo largo de toda la lectura, en “La casa” es la nostalgia frente al extravío la que opera como motor y razón.
Ah, por supuesto. Para subrayar: recomiendo a rabiar la lectura de estas dos obras. No tienen pierde. Se pueden encontrar en varias librerías. Y después, al acabarlas, denle un abrazo a sus padres e hijos, apachurrante o virtual, como puedan. Que vale la pena.
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