Carta a mi mamá
Querida Edith, debo confesarte que el lunes sentí mucho miedo mientras esperábamos los resultados de tus exámenes. Corrí a la casa a dormir contigo, necesitaba sentir tu olor, sentir tus latidos… aunque casi no pude pegar un ojo, estaba pendiente de tu respiración. Sabes que no soy tan religiosa como tú y papá, pero esa noche recé decenas de padres nuestros y aves marías.
El miedo se apoderó de mí y de mis emociones. Recuerdo haber sentido algo muy parecido en el 2013, cuando te rompiste la rodilla y la tibia y pasaste más de tres horas en una sala de operaciones. Ese día también recé.
Aunque debo confesar que a tu favor tienes una fe inquebrantable. Por eso cuando alguna de nosotras queremos que algo se cumpla, te decimos que tú se lo pidas a Dios, porque a ti sí te escucha. Y cómo no hacerlo, si siempre fuiste una hija ejemplar. “La hija más obediente”, como una vez me dijo mi abuela. Nunca le mentiste a tu mamá mientras vivías con ella, y eso que tenías motivos para hacerlo, pues la abuela muchas veces te cortó las alas. Pero tú tenías claro que tu madre ya había sufrido demasiado en esta vida y que solo le darías alegrías. Y así fue.
Mis hermanas y yo estamos lejos de ser hijas tan obedientes como tú. Hemos cometido un sinfín de errores y de aciertos, hemos tomado buenas y malas decisiones. Pero en todos los casos siempre estás ahí, aunque no entiendas el por qué y a veces tus preguntas inocentes nos generen malestar, siempre estás.
Lograste formar junto a papá tres mujeres fuertes, reales, nos enseñaste a vencer nuestros propios límites. En especial a mí. Creo que de tus tres hijas yo soy la que más se parece a ti en personalidad. Una confesión más: te cuento que esto a veces me alegra y otras no, digo: “uy! Respondí o tuve el mismo gesto que mi mamá”. Hay que seguir puliendo. Sabes de lo que te hablo. Tú también puliste muchas cosas heredadas.
Cuando nació la primera de tus tres hijas, le juraste que no le ibas a cortar las alas, que ella lograría lo que quisiera. Y años más tarde cuando te dijo que quería irse de Perú, con el corazón roto la ayudaste a lograr sus sueños. O la vez que solo estuviste en Lima por unas horas, pues tenías que volar a otra ciudad porque tu segunda hija estaba por dar a luz. No te importó el dolor intenso que sentías ni lo hinchada que estaba tu pierna. Tu hija te necesitaba, era madre primeriza, así que ahí estuviste.
Y lo mismo pasó conmigo, cuando te dije que me iba de la casa porque necesitaba tomar las riendas de mi vida. Sé que lloraste en silencio de felicidad y tristeza. Felicidad de verme crecer y tristeza, porque esta vez papá y tú se quedaban solos en la casa que habían construido para su familia. La casa que hoy no luce tan ordenada como te gusta porque tus nietos la llenan de sus juguetes y risas.
Querida Edith, este post solo es para agradecerte una vez más, lo perfectamente imperfecta que eres como mujer y como mamá. Por nosotras ya hiciste demasiado, ahora te toca a ti, es tu momento de cumplir tus sueños y alzar vuelo.