La crisis sanitaria es una tragedia definitoria. Eso significa que aquellas cosas que antes vimos como normales, necesarias u obligadas, mañana podrán ser suntuarias, irresponsables o inaceptables. El fútbol, como todos los deportes masivos, se tambalea hoy en esa incertidumbre. ¿Se jugarán partidos sin espectadores? ¿El COVID-19 acabará con las barras? ¿Se pinchará la burbuja salarial y los ídolos descenderán a niveles mesocráticos? ¿Se inventarán nuevos deportes? ¿Los gamers serán los nuevos cracks del futuro y el Zoom la nueva tribuna?
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Nadie tiene claridad, pero sí se pueden presumir algunas cosas. La primera es que el fútbol como negocio, más aún con el petróleo tan castigado, deberá reinventar su modelo económico. El fútbol como espacio comunitario parece herido de muerte, pero es probable que la pasión encuentre canales alternativos para expresarse. En términos de espectáculo, la incertidumbre lleva las de ganar: nada hay más triste que un estadio vacío. La pelota rodará, solo falta ver dónde, cuándo y cómo. El balón siempre ha tenido a mal traer a futurólogos y apostadores.
Quien escribe ha mantenido este espacio desde el 2009 bajo la presunción, hasta ahora correcta, de que cada sábado o domingo pasaría algo digno de ser comentado. Las vacaciones europeas se soportaban con Wimbledon y alguna Copa América; el descanso navideño se paliaba con el Boxing Day de la Premier League; cinco o seis veces al año alguna gran pelea de box rompía el tedio y reclamaba su sitio de honor en aquello digno de ser compartido. El fútbol, generoso, proveyó. Pocas alegrías son más puras que aquella que anima al periodista deportivo: la vida le permite ser un poco niño y recibe una compensación por ello. Cualquier otra labor, al lado de esta, parece solemne y absurda.
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Sin embargo, desde hace varias semanas el deporte profesional está suspendido y con ello este espacio pierde su naturaleza: no se puede comentar aquello que no existe. Este es un oficio derivativo: sin gol, sin KO, sin ace, pierde sentido y se vuelve especulación, ficción, literatura. Debido a ello, y en virtud de las 600 semanas de compañía, me ha parecido correcto tomarme dos licencias a manera de despedida. La primera ha sido escribir en primera persona. La segunda, agradecer a Carlos Salas, quien me invitó como editor de DT a escribir sobre un Boca-River en el que Marcelo Gallardo aún era ‘10’; y también a Juan José Garrido, Jaime Bedoya, Christian Saurré, Guillermo Oshiro, Miguel Villegas, Christian Cruz, Jasson Curi y todos aquellos que permitieron y mejoraron este espacio con su talento y paciencia.
Conmigo será hasta otra oportunidad.
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