Si Joseph Blatter piensa que Cristiano Ronaldo es una máquina, pues esta máquina de hacer goles derrama lágrimas a mares. Si pierde, llora; si gana, también. Como cuando el lunes recibió su segundo Balón de Oro de manos de Pelé.
La sensibilidad crónica que padece el mejor jugador del mundo en el 2013 es una fotografía repetida.
En la Eurocopa del 2004 celebrada en su país, la final decretó a Grecia como la campeona de Europa. Todas las cámaras de televisión no apuntaban a las celebraciones de los helénicos, sino al llanto destemplado de Cristiano que era consolado por sus compañeros.
Volvió a pasar en el Mundial Alemania 2006, cuando en semifinales Zinedine Zidane, que estaba jugando el penúltimo partido de su carrera, fue el verdugo que anotó el penal del triunfo francés, con lo que pulverizó las ilusiones del joven Cristiano.
El día que ganó su única Champions con el Manchester United se había fallado un penal en la definición y lloraba, hasta que Van der Saar atajó el penal decisivo para que 'CR7' siguiera llorando, pero de alegría.
Así es el nuevo monarca del fútbol, tan sensible como goleador. Un crack.