ELKIN SOTELO C. @elkinsot_DT
"El futbol es simple: es un juego que inventaron los ingleses donde 22 jugadores corren detrás de una pelota y siempre gana Alemania". Lo dijo el gran goleador británico Gary Lineker hace 24 años, frustrado por la suerte de paternidad de los teutones sobre equipos importantes como Inglaterra y Francia en los mundiales.
Como se sabe, esto aplica también para los franceses y hoy la historia vuelve a tocar el timbre y se pone su mejor traje: teutones y 'bleus' se miran otra vez en Brasil 2014. Es un clásico de los mundiales a partir de 1982, cuando se produjo el mejor partido de la Copa del Mundo de todos los tiempos en la ciudad de Sevilla, España.
Hablar del fútbol que se jugaba hace 32 años amerita una reflexión profunda. No tiene nada que ver con lo que hoy se aprecia en los campos de juego y que también despierta emoción. Pero en 1982 el aspecto técnico de los jugadores todavía era la faceta más importante en un partido. Era prioridad por encima del aspecto atlético.
Entonces imaginar un partido de 120 minutos hace tres décadas tenía ya un significado especial, porque se jugaba además las semifinales. Francia era el preferido de quienes aplaudían el buen manejo de balón y a los jugadores finos como Platini, Giresse, Tigana, Rocheteau y Six. Pero Alemania nunca dejó de infundir temor por su disciplina táctica y fortaleza mental habitual, con un golero con demasiada personalidad como Harald Schumacher y cancerberos de experiencia como Paul Breitner.
Abrió la cuenta Alemania a los 17' con Pierre Littbarski y lo igualó Platini a los 26'. Así se quedaron las acciones durante los 90 minutos. Fue decisiva una jugada en la que Schumacher impactó a Patrick Battiston a los 62' y lo dejó inconsciente en el campo. Ni siquiera hubo una amonestación de parte del árbitro holandés Charles George Corver. Para muchos ello debió ser la expulsión del golero que habría cambiado todo el cotejo porque luego -sin saberlo- se convertiría en el héroe alemán. Mientras tanto, Battiston acabó con una conmoción cerebral, la rotura de una vértebra y dos dientes menos.
En el alargue se desató la máxima emoción. Tresor hizo el 2-1 y Giresse el 3-1 para Francia antes que acabase el primer suplementario. Pero Alemania nunca se consideró vencida y Karl-Heinz Rummenigge y Klaus Fischer pusieron las cifras 3-3 ante un equipo francés que se caía de cansancio y que había puesto todo el fútbol posible sin dosificar fuerzas para el desenlace.