Hasta que Luis Suárez pidió perdón. No en una conferencia de prensa a pocas horas o, al menos, a pocos días de la mordida a Giorgio Chiellini, sino a través de su cuenta de Twitter y su página web a cuatro días de la sanción impuesta por la FIFA. Es decir, ya a la distancia, tanto temporal como geográfica, de su irracional degustación del central italiano, como para darle el crédito de haber tomado conciencia sobre su conducta en la cancha y ofrecer una disculpa sincera. Sin embargo, surge la pregunta crítica, ¿es verdad un pedido de perdón honesto o, más bien, interesado?
Ahora, el problema (creado por él mismo) es que mucho de lo que haga Suárez tendrá el tinte de ser un potencial engaño o trampa. Es un gran jugador y se encuentra en su tope futbolístico –goleador y mejor jugador de la última temporada de la Premier League-, pero sus antecedentes revelan a alguien que seguirá el maquiavélico “el fin justifica los medios” para lograr sus objetivos. Casi siempre. Justamente, sus disculpas serían parte de esta brújula de vida. Esta vez, fuera de la cancha.
Los medios españoles Sport y Mundo Deportivo dan por hecho que el perdón de Suárez responde al interés del Barcelona por él. Más aún desde el inicio de la era Guardiola, el club catalán –el que suena con más fuerza para enrolar al delantero uruguayo- siempre se ha cuidado de que sus jugadores expongan un perfil y conducta dentro de la norma, tanto dentro y fuera de la cancha. En este sentido y como ejemplos, Xavi y Andrés Iniesta representan ese espíritu que el Barza vende al mundo. Así, la disculpa sería el gesto de Suárez para entrar en dicha corriente.
Claro, en este caso, el Barcelona juega también a doble moral: si deseas a jugadores intachables, no contrates a un lobo que se viste de oveja. No es que Suárez sea un villano o criminal, pero sus exabruptos no son novedad como para esperar una toma de conciencia real. Además que su carta de perdón es también un plantón para los que apañaron su mordida –como los de Fox Sports, casa de varios abogados del diablo-, es el reconocimiento de su mentira inicial (comprensible por querer mantenerse en el Mundial) sobre haber “chocado” contra el hombro de Chiellini. No es una epifanía de madurez, es una jugada más dentro del ajedrez de relaciones futbolísticas.
No necesariamente la tercera mordida es la vencida. Y mordida documentada, porque me atrevo a pensar que ha habido muchas que ningún árbitro o video captó. No hubo toma de conciencia tras morder a Otman Bakkal en 2010 (nueve fechas de suspensión), y a Branislav Ivanovic en 2013 (10 fechas de sanción). Tampoco luego de basurear siete veces a Evra por su raza (US$ 62 mil de multa). Y no pidió perdón por meter la mano ante Ghana en los cuartos de final de Sudáfrica 2010. Cierto, puede ser parte del juego hacer de arquero y fue sancionado con la correspondiente tarjeta roja, pero hasta Arjen Robben, jugador considerado egocéntrico y egoísta, sorprendió y pidió perdón por fingir un penal ante México. Finalmente, ese pedido de disculpas hubiera sido aunarse, sentir compasión y respetar el dolor de dicho país africano.
Sí, el ser humano es impredecible. Pero, en el caso de Suárez, lo impredecible no es que de pronto cambie su forma de concebir el mundo luego de tamaño castigo por parte de la FIFA y que sus últimas disculpas sean su nueva bandera, sino cuándo volverá a hacer alguna acción que amerite otra sanción. En otras palabras, Suárez es como un terremoto: nunca sabrás cuándo arremeterá.