La tristeza argentina es más contagiosa que la alegría alemana
La tristeza argentina es más contagiosa que la alegría alemana
Redacción EC

ALEJANDRA COSTA 

La noche del domingo podría haber sido la mejor noche de mi vida. En una Copabacana repleta de argentinos que llegaban a Río por millares, con una camiseta y una tiara albicelestes, con una entrada para el partido de fútbol más importante de los últimos cuatro años y un encuentro pactado a las 10:00 p.m. en un punto en medio de la multitud con el guapísimo sudafricano que fue una de las motivaciones para planear mi viaje al Mundial y este blog en particular, el cuerpo técnico de mi vida se había asegurado de que todo fuera épico.

Mis amigas brasileñas estaban nerviosas por lo que podría pasar en Río de Janeiro si en la final. Desmanes y destrozos bañados en fernet y cerveza, peleas con los brasileños que mayoritariamente apoyaban al escuadrón europeo en contra de sus rivales históricos, la condena a que los argentinos les recuerden eternamente, ya no solo que Maradona es más grande que Pelé, sino que lograron alzar la copa en su casa.

Todo podría haber sido perfecto o un completo desastre. Pero es en esa bisagra entre lo maravilloso y lo trágico en que se fundamenta el vaivén de las buenas historias.

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