La huella de cada vehículo, mas que en la ruta, que impregnado en el corazón de los pueblos por donde pasa Caminos del Inca. Así lo pudimos vivir en el recorrido de la carrera por Huancavelica, en la segunda etapa entre Huancayo y Ayacucho.
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La señora María nos recibió amablemente en su tribuna, la esquina de un cerro por donde los coches daban una curva en la subida en el distrito de Pampas. Cientos de pobladores se colocaron en las orillas de la carretera y en esa curva, era el lugar privilegiado de María y sus conocidos.
“Cada año todo el pueblo venimos a ver si pasa Caminos del Inca. Nunca faltamos”, nos dice María, quien viene del poblado de Parcopata, a una hora caminando “a paso de tortuga”, como dice ella misma.
Es que ese es el cariño que le tienen a Caminos del Inca. En el 2019 la carrera no pasó por esta ruta, por lo que tuvieron que caminar más de dos horas para llegar a las vías por donde pasaban los coches.
Saben quién es Luis Alayza, saben que en el 2004 corrió junto con su padre. Saben del ‘Mono’ Orlandini y su coche color naranja. Les llaman ‘arañitas’ a los joyners y califican cada paso de los coches, si van más rápido o lento que otros.
“Así vivimos, en la chacra trabajamos”, nos dice María, quien nos habla en Quechua y de inmediato nos traduce al castellano entre risas, sabiendo que no entendemos la primera parte.
Es la fiesta de Caminos del Inca, la gente de cada poblado es el corazón que mantiene viva a esta prueba, que este año celebra su edición 50. Ellos, cada uno de los aficionados, se lo merece.
La nota
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