El desarrollo táctico reciente invita a pensar en el fútbol como un tema de juego, donde el mediocampo define el destino de los partidos. No les falta verdad, a la luz de los aportes de Pep Guardiola y Jürgen Klopp. Pero de vez en cuando un equipo, con una idea muy vieja, recuerda que en un deporte con más de 150 años hay algunos conceptos que dan continuidad y sentido. Por ejemplo, que el fútbol es un deporte de áreas.
El Real Madrid de Carlo Ancelotti lo ha redescubierto esta temporada imponiéndose a los dos clubes más pintados del último lustro: Manchester City y Liverpool. Y para doblegarlos ha utilizado armas antiguas: un delantero convertido en atacante todoterreno, como Karim Benzema, y el mejor guardameta del mundo protegiendo sus intereses, Thibaut Courtois.
No se trata de subvalorar el aporte de Casemiro, Toni Kroos o del inmenso Luka Modric en esta gesta, sino de poner en valor las virtudes tradicionales del guardameta belga. No es un arquero “moderno”, no se espera que actúe como líbero ni que tenga más precisión en los pases que un ‘10′. Sus habilidades son las que definieron la posición desde siempre: colocación, reflejos, salto, descuelgue, achique, vuelo, saque, lectura. No hay una sola de las formas en las que se expresa la seguridad futbolística que le sea ajena. El efecto psicológico en el rival, como se pudo ver ayer ante Luis Díaz, Sadio Mané, Mohamed Salah, Diogo Jota y Roberto Firmino, es descorazonador. Mientras la sensación de peligro en su arco se disipaba con cada hazaña, algo parecido al destino imponía su relato en los “Reds”: Liverpool pateó 24 veces contra su meta, de las cuales 9 fueron al arco, 5 de ellos disparos que hubieran sido gol contra cualquier otro arquero.
El Real Madrid celebra su decimocuarta Champions League sobre un monumento de dos metros que a sus 30 años se encuentra en una plenitud suficiente como para empezar a exigir comparaciones históricas. Quien dude de su grandeza, que recuerde esta final.