En el diccionario del fútbol, plagado desde hace buen tiempo de basculaciones, carriles centrales y verbos horrendos como referenciar, urge la disquisición alturada de qué demonios es la mentada jerarquía.
Hay quienes la entienden como el que gana porque sí. Como el orden inalterable, pero sobre todo injusto de las cosas. Habría que ser mezquino para pensar eso de este Real Madrid.
Un equipo que eliminó al PSG de Mbappé-Messi-Neymar, al Chelsea de Havertz y Tuchel, y al Manchester City de Guardiola y De Bruyne no puede hacerlo solo, refregándote su camiseta en los ojos. Una camiseta blanca, pesada y gloriosa, cómo no. Es una verdad irrefutable: el Real Madrid es tan gigante que los otros gigantes de Europa se achican y se ponen a flaquear cuando lo tienen delante.
Por algo Donnarumma, Mendy y Ederson, todos arqueros de probada categoría, emularon a nuestro ‘Chiquito’ Flores, cuando enfrentaron a los merengues.
Pero enfocarnos solo en esa grandeza le restaría méritos al Madrid. Sería difuminar a Benzema, el chico malo que todo lo hace bien. Borronear a Courtois, un desactivador de bombas que se gana la vida bajo los tres palos. Palidecer a Modric, el Benjamin Button del mediocampo. Y, desde luego, tachar a Ancelotti y sus chicles.
La camiseta del Madrid no es una armadura mágica que te transforma en superhéroe en un instante. Si no se la pondría cualquier crack y triunfaría. Kaká no fue capaz. Por decir alguno.
Hay que merecer ese trozo de algodón y poliéster. Soportar las rocas y las burlas que te lanza la hinchada e incluso los mismos compañeros. Vinícius Junior pasó de ser el nuevo Robinho a convertirse en leyenda.
Ayer, en Saint-Denis, el brasileño le demostró a Florentino Pérez y a toda la prensa española que no tienen por qué lloriquear por Mbappé. A propósito del francés que hace unos días denostó al fútbol sudamericano, que vea quiénes tejieron la jugada que derrotó al Liverpool de Jürgen Klopp.
Federico Valverde, el correcaminos uruguayo, y ‘Vini’. Dos ‘sudacas’ que crecieron en esta parte del mundo.
El partido en el Stade de France inició bien sudamericano a decir verdad. Con bochinche, gas pimienta, bombas lacrimógenas, varazos, y retrasos. “Eso no pasa en Europa”, dicen los calzones con bobos.
La fanaticada del Liverpool anduvo iracunda. Por la mañana les cancelaron los vuelos. Y solo unos pocos alquilaron una lancha para cruzar el Canal de la Mancha y arribar a París.
La Plaza Cibeles, en Madrid, lucía amurallada y protegida por 200 policías. El madridista es un creyente confeso, y se alistaba para secarse toda la ciudad, como finalmente sucedió después.
“No tendría sentido no ganar esta Champions después de cómo hemos llegado a la final”, “Si un madridista no tiene confianza con 13 Champions ganadas quién la va a tener”, “Madrid es esto, morir y resucitar”, dijo más de uno en la previa.
Seguramente no se despeinaron cuando Liverpool tomó el control del primer tiempo. Va a suceder otra vez, chamullaron entre sí. Pero en esta ocasión, los blancos no estuvieron nunca con el marcador en contra y la obligación de remontar. La épica había sido llegar hasta allí frente a un rival poderosísimo, que ha arrasado en cuanta Copa se ha disputado en Inglaterra, pero que para ser sinceros había tenido un camino más amable hasta la final.
Los ‘Reds’, recordémoslo, superaron al Inter de Milán, Benfica y Villarreal. Salvo el Inter, clubes de segundo orden que cada vez que ganan dan la sorpresa.
Si bien el Madrid se fue de robo en la Liga española, se puso cada vez más fuerte e imponente, en cada instancia final, desde octavos.
Klopp, que en la final de 2018 dio la charla técnica con los calzoncillos de Cristiano Ronaldo, incluyó a Thiago Alcántara, sentido en las últimas semanas. El hispano brasileño, el eslabón prendido entre Xavi e Iniesta, no estuvo fino. Se notó, claramente, su falta de fútbol. Escasearon sus chiches y la precisión de sus pases teledirigidos.
Mané y Salah, los enemigos íntimos que se arañan cada vez que juegan la Copa África, cumplieron hasta cierto punto. Inquietaron a Courtois más de una vez, pero no tuvieron la eficacia para hallar un hoyo entre su humanidad y el arco.
El belga, que odió al Madrid cuando le arrebataron la Champions del 2014 cuando defendía al Atlético del ‘Cholo’ Simeone, ya es uno de los legendarios de la Casa Blanca del fútbol. Al lado del recordado Íker Casillas, por qué no.
Con él, en el arco cada disparo por más potente que sea acaba siendo una pelota mansita, casi nunca mortífera. Es, qué duda cabe, un desactivador de bombas, como ya hemos dicho.
Luis Díaz, el colombiano más célebre que no irá a Qatar 2022, decepcionó. Decepcionó más allá de algunas insinuaciones. Tiene pasta de crack, pero aún no está madurito para finales de esta envergadura.
De los laterales del Liverpool se dijo, y mucho. Alexander-Arnold y Robertson auténticos aviones en las bandas. Son laterales mentirosos si cabe. Cuando se suman al ataque, son extremos y hasta delanteros. Pero cuando defienden, sobre todo Alexander-Arnold, pierden orientación. Se descolocan. Eso fue lo que le sucedió en el gol de Vinícius Junior.
En el segundo tiempo, Klopp no pudo encontrar respuestas desde el banco. Ancelotti, un zorro viejo en estas lides, incluyó a Eden Hazard y a Gareth Bale en la nómina. Básicamente para infundir temor.
El galés había sido el verdugo de los ‘Reds’ cuatro años atrás con una chalaca de dibujos animados y un zurdazo que sigue causándole pesadillas al pobre Karius. El italiano lo colocó allí, casi como un ‘cuco’. Y es que hasta eso entra en juego. Lecciones que también debe contemplar el obsesivo de Klopp.
Real Madrid ha levantado su décimocuarta ‘Orejona’. No hay en el Viejo Continente ningún rival que se le acerque. Es el puto amo de la Champions. El que tiene la llave. Ni este Liverpool, tan o más grande que el del 2018, ha podido destronarlo. Ni su fútbol total. Ni su dinámica, ni su presión, ni todo eso que entra a consideración en los programas de televisión.
El Madrid lo ha conseguido, con su mística, pero también con intérpretes inmejorables. La camiseta sola no gana, aunque pareciese. Hay que ponérsela, trajinarla y recién entonces lucirla, porque no a todos les calza.
Si es así, en el diccionario del fútbol al lado de la jerarquía estará siempre el Real Madrid.
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