Llegó el día en que Neymar es líder absoluto e indiscutible de su selección. Ya era la referencia futbolística de los auriverdes en el mundial 2014, pero ahora no solo cuenta con el espaldarazo de su afición, sino que porta el brazalete de capitán y no es un detalle aleatorio; tiene un significado fundamental. Neymar ya no es Junior, es Neymar a secas y en voz gruesa.
Puso el empate de Brasil cuando Perú sorprendía con un cabezazo que no solo fue un gesto técnico; tuvo un tránsito preciso para ir a la zona justa en la que se desmarcaría y recibiría libre para conectar de testa.
Ahí no quedó lo del astro del Barza. Todo lo bueno de Brasil tuvo que ver con él siempre. De sus pie derecho, de sus ideas. Tuvo momentos en los que se encargó de imponer autoridad ante la marca de Luis Advíncula: un sombrero doble que provocó que el peruano recurra a la violencia, sin mayores consecuencias.
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Neymar es heredero de Pelé y Ronaldinho en cuestiones estéticas y émulo de Romario y Bebeto para definir. Todo en uno. Estrelló un remate al al travesaño de donde no había ninguna sospecha. Hubo que acostumbrarse a besar una estampita cuando tenía la pelota. Y cuando parecía milagro, Neymar fue un diablo con el pase a Douglas Costa. Y nos mandó al infierno.
Hasta aquí, a sus 23 años, todavía no cuenta con un título mundial, pero vaya si gravita mucho más con su selección. Inevitable comparar ese ángulo con su amigo y otro monstruo: Lionel Messi. En selecciones el brasileño lleva mucha ventaja.
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