“Anota bien esto: hay que escribir siempre con el corazón. Yo lo intenté tanto que me han operado tres veces”, me dice don Emilio Lafferranderie en la tranquila sala de su departamento de Miraflores. Lo he interrumpido en medio de un encuentro de tenis de Roger Federer —ese año 2009 recuperaría el número 1 ATP— frente al español Fernando Verdasco. “El Veco” —apelativo familiar que hacía referencia a las primeras palabras que pronunció de niño cuando su padre le decía “Viejo”— agita el control remoto y le pide a su hijo que le grabe ese partido de Indian Wells.
“¿Quieres ver las marcas de las operaciones para que me creas?”, bromea el periodista uruguayo un año antes de morir. Esa entrevista era la antesala de la presentación de su libro “Fútbol es pasión”, una compilación de sus mejores textos como columnista de Deporte Total de El Comercio y que editó Planeta. En cada página hay textos con ritmo incesante, originales metáforas y mucha emoción. “Oído a la música”, era la frase que usaba “El Veco” para pedirle atención a su público. Este cronista charrúa nunca lo dijo por ser muy humilde, pero sabía que sus palabras siempre tenían que sonar bien. Eran melodía poética con eco de tribuna de estadio.
Han pasado diez años de su partida y la herencia que dejó “El Veco” en el Perú no se guarda solo en bibliotecas o en algún archivo de canal de televisión. Su legado es una hoja de ruta para cualquier cobertura deportiva: buscar primicias todos los días (sin descanso), dejar reposar los textos y escribir con la misión de transmitir emociones. “Un texto que no te provoca ni alegría, ni tristeza, simplemente no sirve”, sentenciaba siempre don Emilio.
—De las canteras de “El Gráfico”—
Cuando se instaló en el Perú, en agosto de 1982, el periodismo deportivo nacional había crecido en radio y televisión. La deuda todavía podía encontrarse en los textos de prensa. Su disciplina en cada columna, sus referencias culturales y las figuras infaltables en cada párrafo renovaron la exigencia en los diarios y revistas. “El Veco” había llegado a Lima con un currículum que pesaba más que su equipaje de mano.
Fue jefe de redacción en los mejores tiempos de “El Gráfico” argentino. Cumplió el sueño del pibe al publicar notas en las mismas páginas donde aparecía su primer gran maestro, el también uruguayo Ricardo Lorenzo Rodríguez ‘Borocotó’ (quien pasó a la historia de la prensa con su sección “Apiladas”, donde describía el fútbol de potrero). Después vino para él la radio y la televisión. “El Veco”, entonces, se convirtió en un muy buen escritor que transmitía sus versos en vivo y en directo.
Don Emilio mantenía su instinto literario hasta en los sets de televisión. Bastaba escucharlo cinco minutos, para entender que, como en sus crónicas, siempre iba a hablar en limpio. “El Veco fue un elegido, pocas personas pueden hacer lo que él hizo. Su técnica de la descripción y escritura eran muy especiales”, me respondió en ese febrero del 2010, Enrique Macaya Márquez, el mítico periodista argentino que fue su competencia en la década del sesenta.
Su reencuentro con las páginas de El Comercio comenzó en el verano del 2007. Esa sección dominical se llamaba “La Esquina”. “Yo tengo que entregar esos textos los sábados, pero prefiero terminarlos antes. El tiempo es un aliado para escribir mejor”, enseñaba “El Veco”. Convivir con él a través del hilo telefónico o de los correos electrónicos era también una manera de aprender en tiempo real. El cronista uruguayo era un apóstol del rigor y de la autoexigencia.
Sus restos descansan en el “Parque del Recuerdo” de Lurín, donde están su esposa, Lolo Fernández, ‘Toto’ Terry y Juan Joya Cordero. “De noche vamos a conversar largo y tendido. Más tendidos que nunca”, se despidió “El Veco” en aquella entrevista del 2009. Nunca lo volvimos a ver.
“Muhammad Alí hizo de la paquidermia del boxeo una posibilidad de sutilezas. Se movía por el ring con tanta soltura que parecía que usaba zapatillas de ballet”, escribió don Emilio en 1999. En su condición de amante del pugilismo, es posible imaginarlo con guantes de boxeo golpeando una máquina de escribir. Sus textos eran como un KO emotivo del que no podías recuperarte así te contaran hasta diez. Era un buen tipo, “El Veco”.