No estaba en la superficie lunar y sus pasos no eran lentos por falta de gravedad, pero Eliud Kipchoge se sintió por un momento como Neil Armstrong aquel 21 de julio de 1969. “He estado en la Luna, y he regresado”, dice el maratonista que por unos segundos pasó a ser “maratonauta”. Lo que consiguió Eliud, keniata, 34 años, 1.67 metros y 52 kilos, era considerado hasta ayer, en términos deportivos, como una de las mayores hazañas jamás registradas por un ser humano: terminar una maratón de 42.195 kilómetros en menos de dos horas (1:59:40). Al romper esas barreras psicológicas más legendarias del atletismo, el campeón olímpico “alunizó” el deporte.
Si el resultado final sorprende, sus números conseguidos en el desafío “INEOS 1:59 Challenge” -prueba realizada en Austria justamente para que logre dicha marca- sobrepasan la imaginación: corrió cada cinco kilómetros en un aproximado de 14 minutos. Es decir, a una velocidad más propia de un sprint.
“Soy el hombre más feliz del mundo, el primero en bajar las dos horas. Ahora puedo afirmar que los seres humanos no tenemos límites y ya vendrán más corredores por debajo de las dos horas”, señala mientras esboza una sonrisa.
El mensaje que quiso dar Kipchoge es que no hay límites para una persona humana. Menos para él, que llegó a la luna del maratón. En su carrera ha corrido 14 carreras de larga distancia y nunca se retiró. De hecho, las ganó todas, salvo una, que terminó en el segundo lugar. Tiene el récord mundial oficial (2:01:39) y el año pasado fue considerado como el “Atleta masculino del año” por parte de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF). Sin embargo, a pesar de todo eso, él prefiere repetir un dicho africano: “Hasta el hombre más poderoso necesita a alguien que le corte el pelo. Nunca diré que soy el mejor de la historia, nadie puede decirlo”.
-Motivos por los que la marca no es oficial-
Pese al hito logrado, en términos estrictamente deportivos, la hazaña de Eliud Kipchoge no será admitida como récord mundial por parte de la IAAF, ya que fue una prueba acondicionada para él. No fue una competencia oficial, sino un evento financiado por la petroquímica británica “Ineos” bajo las mejores condiciones posibles: un circuito totalmente plano, una pista recién asfaltada para evitar regularidades y probada con un software de simulación, un excelente clima con vientos casi nulos e incluso el control de la caída otoñal de las hojas de los árboles.
El keniata estuvo acompañado de 42 atletas, que se turnaban cada cinco kilómetros para garantizarle un ritmo determinado y lo beneficiaban en la resistencia al viento al estar formados en posición de V. Ellos se formaban en grupos de seis y estaban conformados por varios de los mejores mediofondistas y fondistas del mundo, como el etíope Solomon Barega (campeón de los cinco mil metros), el estadounidense Matt Centrowitz (oro olímpico de 1.500 metros), el legendario Bernard Lagat, entre otros.
Además, en medio de su marcha los entrenadores se acercaban en bicicletas para alcanzarle agua y geles energéticos, a diferencia de las maratones competitivas donde el correr debe ir hacia una mesa por las bebidas. Y también un auto guía le proyectaba sobre la pista con una luz verde el mejor camino a seguir. Por último, no es un circuito certificado por la IAAF y no hay un control antidoping.
-¿Por qué los mejores fondistas son de Kenia o países cercanos?-
En los últimos tres Juegos Olímpicos, cuatro keniatas se subieron al podio: Samuel Wanjiru logró el oro Pekín 2008; Abel Kirui y Wilson Kipsang consiguieron plata y bronce, respectivamente, en Londres 2012; y el propio Eliud Kipchoge ganó en Río 2016. Si tomamos el ránking mundial de todos los tiempos veremos que entre los primeros diez hay dos fondistas nacidos en Kenia, siete en Etiopía y un británico. Es decir, en esta disciplina los dominadores absolutos son aquellos originarios de África Oriental. Sin embargo, la pregunta es: ¿Por qué ocurre esto? ¿Se trata de genética o hay otros factores?
En el 2014, un estudio de la Universidad del País Vasco, publicada en la revista especializada “Journal of Applied Physiology”, afirmaba que la clave está en el cerebro. Según dicho artículo, los atletas nacidos en esas tierras tienen una mejor oxigenación cerebral, lo que redunda en que sus músculos se agoten menos en las pruebas de fondo.
Para el periodista huancaíno Edvan Ríos, que siguió de cerca la carrera de la fondista Inés Melchor y formó parte del libro “Largo Aliento”, el primer libro de crónicas del fondismo nacional, uno de los factores también radica en las características que les ayudan desde niños a forjar cuerpo de competencia.
“Esos países, al igual que en zonas altoandinas de Perú, Bolivia y Colombia, por ejemplo, son de una clase social pobre, donde los niños desde pequeños tienen que recorrer largas distancias a pie para ir a la escuela, los mayores al trabajo o la Universidad. Mientras nosotros lo hacemos en caminos rurales, ellos en esa sabana africana”, señala.
Ríos, por otro lado, se refiere a su fisonomía: “el caminar tanto los hace ser delgados y se acostumbran al calor. Su cuerpo de por sí es atlético”.
Consultado por la diferencia entre un fondista keniata y un peruano, Edvan concluyó lo siguiente: “El clima. Aquí agreste y allá caluroso, aquí a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar y allá a menos de dos mil. Por eso ellos sufren en maratones de altura y nosotros en circuitos más llanos”.