Cuando las probabilidades numéricas eran un consuelo de tontos en las últimas eliminatorias, lo único que podía hacerme ver un partido del Perú era la promesa de que en la cancha pulularían el grueso pelo negro y los tatuajes de Juan Vargas. El máximo goleador de la churrez futbolística peruana ha sido señalado esta semana como un jugador queno inspira ni respeto ni cariño en la hinchada. Nada más alejado de la realidad. Yo, y mucha(o)s como yo, lo tenemos como el más querido -y deseado- de todos.
Menos canónicamente guapo que su amigo Claudio Pizarro y menos asiduo a la peluquería que Paolo Guerrero, la mezcla de barrio, sudor, agresividad y músculos del ‘Loco’ lo convertían en un oasis sexy en medio del dolor de ser peruano, tanto para el hambre visual como la futbolística.
Sus ‘huevos’ nos permitieron empatar con Argentina allá en la lejana eliminatoria de Sudáfrica 2010 y se convirtieron en el argumento fundamental para que sea titular oficial del once de mis amantes imaginarios. Ese gol lo gritamos todos, lo disfrutamos todos, lo vivimos todos.