En el imaginario latinoamericano, el Olympique de Marsella (OM) posee un lugar de privilegio. Cuando la migración futbolística de Sudamérica a Europa aún no había alcanzado los niveles industriales de ahora, fue en Francia donde recalaron dos uruguayos a mediados de los 80: Enzo Francescoli y Rubén Paz. Las hazañas del primero lo harían pasar del modesto Racing al OM, donde deslumbraría.
No fue la única estrella. Con la llegada a la presidencia del club de Bernard Tapie, el equipo porteño prosperó a las orillas del Mar Mediterráneo gracias a una extraordinaria convocatoria de jugadores, entre ellos, Alain Giresse, Jean Pierre Papin, Klaus Allofs, Rudi Völler, Eric Cantona y unos jovencísimos Didier Deschamps, Marcel Desailly y Fabien Barthez, la base defensiva que utilizaría Francia en 1998. El resultado fue espectacular: en 1993 obtuvieron la Liga de Campeones, convirtiéndose así en el primer y único club francés en poseer dicho título.
El sueño, pronto, se convirtió en pesadilla: un escándalo por arreglo de partidos –denunciado, entre otros, por Jorge Burruchaga– produjo la caída de Tapie y la degradación de su equipo a la segunda división. Pero en el fútbol, como en la política, no hay vacío de poder: el declive del OM dio paso a la hegemonía del Olympique de Lyon, que dominaría la Ligue 1 durante todo el 2000 gracias a la excepcional gestión de Jean Michel Aulas; posta que sería recogida por el Paris Saint-Germain ya a inicios de esta década, aunque todo sea dicho, artificialmente enriquecido por los petrodólares, de la misma forma que el Mónaco.
Puesto así el panorama, ¿por qué Marcelo Bielsa recalaría en un equipo venido a menos, que no cuenta con los recursos para competir de igual a igual con sus rivales? Tal vez por la misma razón que se hizo cargo del Athletic de Bilbao y la selección de Chile: la ilusión de poder llevar a un equipo medio a lo más alto.
Luego de un inicio incierto, lo está logrando: lleva siete partidos seguidos con triunfos, lo que es particularmente meritorio si se ve su plantilla. Salvo Mandanda, Gignac y Ayew, tres jugadores competitivos pero que de ninguna forma son parte de la élite, no cuenta con ninguna estrella que le diga algo al aficionado común. El juego de equipo, de dinámica y transiciones rápidas, tampoco es reconocible en este proyecto. Puede que mientras la idea cale, Bielsa esté apelando a otros factores que tienen que ver menos con el fútbol y más con los recursos humanos y el manejo de grupo. Estamos ya en los terrenos de la unidad, el coraje, la actitud y la disciplina.
Eso fue lo que se vio el sábado pasado, tanto en la cancha como en el vestuario. La página web del OM tuvo la afortunada ocurrencia de colgar un video en el que se ve al DT rosarino recibiendo a sus jugadores después del 2-1 ante el Caen. La insólita imagen muestra a un Bielsa sonriente y se acompasa con el desfogue de un grupo de fieras que regresa al cubil.
Queda pendiente saber si esta base bastará para dar un salto futbolístico, y si este salto será lo suficientemente largo como para sortear los obstáculos que presentan los gigantes que compiten en Le Championnat. Lo que sí sabemos es que silenciosamente Bielsa ha empezado una historia de amor en el Marsella. Por qué no decirlo, un ‘amour fou’.