Montemos la escena: eran los primeros años de la década del sesenta. En esta parte del continente se había comenzado a jugar la Copa Campeones de América, que pronto pasaría a llamarse Copa Libertadores. Para aquel entonces, al torneo solo accedían los ganadores de las ligas de cada país. Por la fase de grupo del torneo de 1963, Boca Juniors recibía a la Universidad de Chile en el mítico estadio la Bombonera de Buenos Aires.
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Minutos antes de iniciar el partido, el árbitro se dio cuenta de que las camisetas de Boca y la U. de Chile se parecían mucho: ambas eran azules. Por lo que pidió que el elenco local que cambie de remera, ya que los visitantes solo habían llevado la oficial. El pedido fue negado porque el xeneize no tenía la indumentaria alterna.
Fue entonces que el utilero de Boca le informó al presidente Alberto J. Armando que tenía en su maletín las camisetas del AC Milan. Los italianos le habían hecho semejante obsequio en agradecimiento por el traspaso del peruano Víctor Benítez en 1962, el mismo que un año más tarde ganaría la Copa de Europa (hoy Champions League) con los ‘rossoneros’.
Los problemas no terminaron ahí para el conjunto argentino. El cuadro chileno dominó completamente el primer tiempo y convirtió al portero Antonio Roma en la figura al sacar todos los disparos.
Mientras transcurrían los primero 45 minutos, el utilero logró traer la indumentaria alterna del club. Ya para el segundo tiempo, Boca usó las camisetas amarillas y logró vencer por 1-0 a la U. de Chile con gol de Alberto Mario González.
Víctor ‘El Conejo’ Benítez, un año después de haberse ido de Argentina, seguía escribiendo la historia de su querido Boca, como cuando fue figura en el título nacional obtenido en 1962.
Otras historias increíbles
Carece del glamour de la Champions League, incluso del nivel futbolístico, pero en sus casi seis décadas de historia, la Copa Libertadores ha vivido anécdotas increíbles que la hacen única y atractiva. Algunas graciosas, otras surrealistas. Todas dignas de ser contadas.
Bombardeo naranja
Tras el triunfo de Peñarol en la primera final de la edición de 1960 ante Olimpia (1-0 con gol del ecuatoriano Alberto Spencer, goleador histórico de la Copa), el secretario de la Conmebol, el paraguayo Lydio Quevedo, se mostró ofuscado por el trabajo de los árbitros ante la prensa. “Los uruguayos se olvidan que tienen que ir el domingo a Asunción”, dijo.
Las desatinadas declaración del directivo contagiaron a los hinchas de Olimpia. Es así que el 19 de junio, el ‘carbonero’ fue recibido de una manera muy hostil por los 35 mil hinchas que asistieron al estadio Puerto Sajonia -rebautizado tiempo después como Defensores del Chaco-. Además de insultos y amenazas, los fanáticos paraguayos les arrojaron naranjas desde las gradas a los futbolistas aurinegros.
Cuando el árbitro pitó el final y el duelo culminó 1-1, los once jugadores de Peñarol corrieron a refugiarse a su vestuario, debido a que el bombardeo de críticos empeoró. Sin vuelta olímpica, ni ceremonia de entrega de premios, los campeones de la primera edición de la Copa Libertadores se conformaron con festejar el título en la intimidad.
El partido de la vergüenza
La Libertadores de 1989 es recordada dos hechos destacados: fue la primera que se disputó con el actual sistema (eliminación directa a partir de octavos de final), y por el bochornoso arreglo entre Sol de América y Olimpia, dos equipo paraguayos, para dejar fuera a Colo Colo de Chile.
A la última fecha del Grupo 1, agendada para el 29 de marzo, Cobreloa de Chile (el otro equipo de la zona) llegó clasificado con siete puntos. Olimpia (cinco), Sol de América y Colo Colo (cuatro) de disputaban las otras dos plazas.
La Conmebol decidió que los partidos de la jornada decisiva se jueguen en distintos horarios: el cruce entre chilenos iría en la tarde y el de paraguayos en la noche. Colo Colo ganaba 2-1 y garantizaba su presencia en octavos, pero Cobreloa igualó en los minutos finales. El 2-2 dejó abierta la posibilidad de que Sol de América y Olimpia se clasificaran, aunque las posibilidades eran remotas: el primer equipo debía vencer 5-4 para avanzar junto a su compatriota.
El encuentro se jugó en el estadio General Pablo Rojas. A los 24 minutos y con un 0-0 en el marcador, un corte de energía eléctrica, que llamativamente solo afectó a la zona del recinto deportivo, impidió que el juego continuara. El duelo se tuvo que reanudar al día siguiente y en esos 66 minutos hubo una tormenta de goles: cinco para Sol de América y cuatro para Olimpia. Con el resultado, ambos equipos accedieron a la siguiente ronda.
“Hay hechos de mi carrera que me enorgullecen y otros que no. Y aquel claramente es un hecho del que no me enorgullezco y del que me quiero librar”, señaló Sergio Markarián, que en ese entonces era técnico de Sol de América y años atrás se había sentado en el banco de Olimpia. El ‘Mago’ también dirigió a la selección peruana entre el 2010 y 2013.
El “justiciero”
En 1981, Flamengo tenía un verdadero equipazo con Zico a la cabeza y no tuvo dificultades para llegar a la final de la Copa Libertadores de aquel año ante el sorpresivo Cobreloa de Chile.
En el partido de ida, disputado en el Maracaná, el ‘Mengao’ se impuso por 2-1. La vuelta se jugó en Calama y el clima tenso se vivió desde que los jugadores brasileños pisaron suelo chileno. De hecho, se dice que el dictador Augusto Pinochet le “recomendó” a Mario Soto a usar todas sus artimañas para detener a los delanteros. El central chileno hizo caso a Pinochet y jugó con una piedra en la mano, con lo que agredió al centrocampista Lico en la oreja y a Adilio en un ojo. Cobreloa terminó ganando por 2-1.
El duelo de desempate se jugó en el estadio Centenario de Montevideo. Sin la presión ejercida en Chile, Flamengo no tuvo problemas para imponerse por 2-0. Sobre el fin del enfrentamiento, Soto noqueó a Zico y puso fuera de combate al atacante Tita. En ese momento, el entrenador de ‘Fla’, Paulo César Carpeggiani, tomó una decisión radical.
Anselmo era un centrocampista sin brillo, acostumbrado a calentar su lugar en el banco de reservas. Carpeggiani lo llamó y le dio la orden clave: “vaya y rómpale la cara al defensa Mario Soto”. Obediente, Anselmo firmó el registro, entró al terreno, corrió 60 metros y le aplicó a Soto un nocaut fulminante con un recto de derecha en la mandíbula. Casi sin detener su carrera, Anselmo fue directo a los vestuarios, sin esperar por la tarjeta roja de expulsión.
Bilardo, el niño terrible
En la década del sesenta, Estudiantes de La Plata era dirigido por Osvaldo Zubeldía y estaba integrado, entre otros, por Carlos Salvador Bilardo, quien años más tarde ganaría el último Mundial de Argentina (1986) como técnico.
Volante de pierna fuerte y dientes apretados, Bilardo se constituyó en toda una leyenda que lo identificó como el niño terrible del momento, ya que entraba a la cancha con alfileres y tiraba tierra a los ojos de los porteros contrarios.
Las mañas de Carlos Salvador, y luego incorporadas por sus propios compañeros, hicieron que al elenco de La Plata se les reconozca como los “pincharratas” debido a que pinchaban a sus rivales con un alfiler.
¿Representando a Argentina?
En el 2017, Atlético Tucumán de Argentina y El Nacional de Ecuador se vieron las caras en la segunda ronda de la Copa Libertadores. Tras un 2-2 en la ida, el elenco tucumano tuvo que viajar a Quito para avanzar de fase.
La delegación del elenco argentino dispuso que el equipo se hospede en Guayaquil días antes para aclimatarse y luego ir directo a la capital del país norteño. Sin embargo, el plantel visitante se quedó varado. El vuelo que los iba a trasladar hasta la ciudad del estadio no salió a la hora estipulada por problemas de documentación.
Finalmente, y a pocos minutos de jugarse el partido, Atlético Tucumán llegó a Quito en un micro que viajó a más de 120 km/h. Pero los problemas no quedaron ahí, ya que el utilero se olvidó las camisetas y el club tuvo que pedir prestadas las de la selección argentina Sub 20, que estaba disputando el Sudamericano de la categoría en esa ciudad. Al final, el cuadro tucumano ganó por 1-0 y clasificó, pero dejó una anécdota para la historia.
El fanático juez de línea
El 11 de junio de 1961 jugaron Wanderers y Rampla Juniors por el torneo uruguayo cuando hubo un malentendido entre los árbitros. Rodolfo Llanes, que era el juez principal, advirtió que el línea Feliciano Cacheiro Sánchez movía el banderín de una manera especial sin hacer una seña concreta. Es por ello que frenó el encuentro y se dirigió hacia él. Su colega le expresó: “¡Gol del Pepe!“. Él, que era hincha aurinegro, hacía referencia al partido entre Peñarol y Palmeiras por la Copa Libertadores que se disputaba al mismo momento en Brasil.
El tanto de José Pepe Sasía ayudó para que el cuadro uruguayo gane su segundo trofeo continental. Cuando terminó el festejo, Llanes ordenó la reanudación del partido y optó por ignorar a su fanático asistente.