El derbi madrileño del sábado último fue una buena muestra de lo que viene siendo el arranque de la primera división española: un 0 a 0 discreto, agotado desde su primer minuto, cuya única resolución posible no fue el reparto de honores, sino de golpes y pitidos.
Tanto el Atlético como el Real lucen desabridos, desencajados, casi sorprendidos de la expectativa que se deposita en ellos. Mientras Zidane trata sin éxito de recomponer el equipo albo en lo que viene siendo un largo luto pos-Cristiano; los de Simeone parecen haber exprimido hasta la última gota la propuesta del ‘cholismo’ y se muestran incapaces de sacar más alegrías de la mezquindad táctica.
Hay algunas explicaciones. La primera es que las apuestas de Florentino Pérez aún no cuajan; Hazard, sobre todo, sufre de una curva de aprendizaje más larga de lo habitual. ¿Se encuentra el belga en plenitud física o le cuesta confiar en sí mismo en el esquema de Zidane? En el papel, acompañado por Bale, Benzema, Kroos, Modric y James uno pensaría en delirios de fantasía y arte. En el papel. En el gramado son de una grisura tan plana que no es posible identificar en el juego los matices del plomo y de la sombra.
La estrella de los ‘colchoneros’ pasa por otra situación y debe responder otras preguntas. El talento de Joao Felix no está en cuestión, las preguntas son si Simeone es el técnico ideal para conducirlo y si el Wanda es la casa que mejor lo cobijará. El aficionado tiende a pensar que no, y también en qué sería el joven portugués en otras manos, como las de Guardiola o Klopp, y suspira.
El rácano Atlético de Madrid, en cambio, parece más un castigo que un premio para el luso. Hay que hilar con Saul, Vitolo y un desdibujado Koke, y cuando llega el segundo tiempo, con Correa. Ay. Al lado, Diego Costa mira todo con celo y desconfianza bajo la mirada de aprobación del técnico argentino. El empate a cero es, para él, un objetivo, una celebración.
Fuera de la capital española, el panorama no arranca suspiros. El Barcelona no resuelve cómo es el mundo sin Messi y Valverde parece ser el entrenador que, insólitamente, logrará deshacer el legado de la escuela holandesa. El espectador se debe resignar a la mediocridad, como hace dos días ante el Getafe, a la espera de que Suárez o Griezmann salven puntos con goles aislados. Pero de juego, nada.
A su vez, la segunda línea histórica de España, compuesta por el Valencia y el Sevilla, va rezagada en la media tabla sin alegría ni identidad. Apenas el sorpresivo Granada da la sorpresa para matizar un arranque de liga francamente olvidable.
¿Es esta la visión de un fútbol español sin Messi ni Cristiano? ¿Suenan las campanas que dan fin a una década de oro? ¿Debemos acostumbrarnos a esta normalidad? La semana de Champions League puede devolver optimismo o, como siempre, tocará cambiar de canal.