La tribuna se iba llenando y todo el que entraba la miraba como a un extraterrestre. No entendían. Y ella nada, a lo suyo, concentrada, animosa, valiente, sin importarle el qué dirán. La descubrimos una gélida tarde de julio (¿acaso la más fría de la historia del Paraguay?) en el estadio de Sportivo Luqueño. Se dice que Paraguay tiene solo dos estaciones, la del verano y la del ferrocarril; ese atardecer invernal lo desmintió. Jugaban por la Copa América de 1999 Colombia y Argentina. El único que pasó calor en esa inclemencia fue Martín Palermo, pobre, quien falló tres penales y entró en el libro de los Récords Guinness. Les dio pasto a quienes lo llamaban tronco. “¿No te dije que era de madera?” Y… no, no era habilidoso Martín, pero tampoco un palo seco, sí un goleadorazo en una jornada fatal.
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Subimos a la grada y la vimos: una mujer, emponchada hasta la nariz, a la intemperie, transmitiendo por radio con un teléfono en una ubicación de platea, rodeada por hinchas. Dos periodistas europeos la miraban incrédulos. Los narradores estrella tenían su cabina vidriada y un termo de café humeante al lado. Nosotros, en una butaca dos filas más atrás, nos pasamos buena parte del partido escuchándola. Narraba con elocuencia, voz firme y nítida, sin importarle si la estaban mirando, si molestaba a sus vecinos de palco. A su lado, Julio César Romero, ‘Romerito’, aquel ‘10’ paraguayo que fue ídolo en el Fluminense. Ella le acercaba el auricular y él mechaba el relato con su análisis. Fue, quizás, la dupla más observada de aquella Copa. Pero él era Robin, Batman era ella, Estela Marecos, la primera mujer relatora de fútbol, seguramente “del” fútbol, pues hasta hoy se la considera la primera y única en el mundo. Damas periodistas hay muchas, deportivas cada día más, aunque ninguna volcada a la narración.
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Es difícil narrar, requiere buen ojo, rápido pensamiento, fácil palabra. Y gancho para atrapar al público. “Relaté tres finales de Libertadores, dos de Olimpia, en el 2002 y 2013, con Prisciliano Sandoval como comentarista, y en el 2014, la de San Lorenzo-Nacional de Asunción. De esa tengo una anécdota… (se agarra la cabeza). El muchacho que me acompañaba en la transmisión se me achicó al terminar el primer tiempo, se asustó y no pudo entrar más al aire, no se animó; un chico nuevo. Tuve que seguir sola los segundos 45 minutos y el final sin parar, sin tandas comerciales, sin nadie que me permitiera un desahogo con una frase, nada. Pero cumplí”.
No le debe haber costado mucho, Estela es un torbellino de palabras. “Esa Copa América de 1999 fue mi primera vez. Inolvidable. Yo era abogada ya, pero me puse a estudiar periodismo, otros cuatro años, porque quería estar bien preparada. Y tuve que hacer toda la escuelita, escalón por escalón. Los hombres me discriminaron tanto… No podían tolerar que una mujer se metiera en su feudo. Mi padre entendía que yo soñaba con esto y me llevó de la mano a Radio Ñandutí. Ahí conocí a don Ovidio Javier Talavera, un señor mayor, muy comprensivo. Él me abrió las puertas, siempre le estaré agradecida. También trabajé en prensa escrita, en ‘La Tribuna’. Iba todos los días, me daban los deportes menores, nunca fútbol. Y siempre me decían: ‘Escribí diez líneas, quince líneas’... Una insignificancia. Me daba una rabia”.
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No exuda rencor, no tiene tiempo para eso, acaso una pizca de melancolía. El recuerdo le sirve para enorgullecerse de su lucha. “Don Ovidio me dijo: ‘Empezá con el básquet, que es más femenino’. Yo no sabía ni medio de básquet, pero aprendí todo; me metí en ese mundo. No obstante, el sueño mío era relatar fútbol y en 1999 me fui a ver a Coco Bernabé, que era dueño de Radio Nanawa, en Luque, una emisora pequeña. Le dije: ‘Coco, ustedes no tienen deportes, dejáme relatar la Copa América’. ¡Me dijo que sí…! Salí corriendo y de ahí me fui directo a la casa de Romerito, allí mismo, a unas cuadras. Le conté el proyecto y sin dudarlo me respondió: ‘Y dale, hagámoslo’. Debuté con el partido inaugural, Paraguay-Japón. Dieciocho años de trajín me demandó llegar hasta ahí, golpeando puertas, pidiendo una oportunidad. No me gustó cómo salió la transmisión, era difícil. En básquet la cancha es chica y son cinco jugadores por bando, acá era mucho más grande y once contra once, debía memorizar todos los nombres… Pero me lo propuse y le tomé la mano”.
Aquella noche del estreno le envió un jarrón con flores a cada uno de los narradores paraguayos, Arturo Rubín, Julio González Cabello, Luis Enrique Pérez, con una tarjeta que decía “Sentimos la misma pasión, vestimos la misma camiseta y gritamos el mismo gol universal del fútbol”. Ellos la leyeron extrañados: “¿Y esta quién es…?”. Nadie sabía que Estela empezaría con el micrófono en el Defensores del Chaco.
“Saque de meta para Paraguay, pelota larga de Justo Villar, cabecea Roberto Acuña… Moopio rehó che papá, epoí pya’é Roquepe (¿donde te vassss, papá…? tírale rápido a Roque) el pase para Roque Santa Cruz, tiraaaa… Goooolllllll paraguayoooooo…!”.
Estela introdujo una innovación en el relato, al mechar frases en guaraní en medio del castellano, como lo hizo en quechua el doctor Dennis Vargas Marín, decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad César Vallejo, en Lima. Dennis fue colega nuestro y en el Mundial 82 cumplió una proeza: narró los tres partidos de Perú en quechua, la lengua de su tierra, el Cusco. Gritaba “Ña, ña, ña, ña, ña… (gol, gol, gol, gol, gol…)”.
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Sigue llena de optimismo, de energía. No pierde la fe de relatar en un Mundial. “Estuve en Corea y Japón en el 2002, pero no en la narración, haciendo notas, porque en los mundiales hay que comprar los derechos, y eso sale muy caro. En lo demás, fui a todos los países cubriendo las Eliminatorias, las Copas Libertadores, Copa América. Y siempre que voy a un estadio en el extranjero me entrevistan porque les sorprende ver a una mujer relatando un partido de fútbol”.
Dice Gabriel Cazenave, su compatriota, presidente de la AIPS América, la Asociación Internacional de la Prensa Deportiva por sus siglas en francés: “Estela Marecos tiene una gran virtud que es el coraje, el no detenerse nunca frente a las dificultades en cuanto a la profesión que eligió, siempre dominada por los hombres”. Gabriel es un número uno del periodismo paraguayo, de ahí el valor de sus palabras. Sigue: “Después de comenzar en el básquet se atrevió al fútbol, que es mucho más difícil, con más actores y un escenario mayor. Mientras muchos varones nos jactábamos de ser autodidactas, empíricos, ella llegó precedida de dos títulos universitarios. Persiguió una pasión y logró destacar no solo por ser la primera mujer, sino por nivelarse con el resto. Lo ha hecho de manera competitiva y merece el máximo respeto”.
“Fui sorpresa por lo que pasé, lo que viví, lo que logré… Enfrenté a los hombres. Muchas veces para poder ir a relatar tuve que pagar el espacio, los pasajes, la estadía, la conexión, al comentarista, al técnico de turno en la radio… Y para eso tenía que vender publicidad; trabajé siempre a pérdida, pero nunca me importó el dinero sino la felicidad de hacer lo que quería. Y eso me dio enormes satisfacciones”.
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Le gusta más el periodismo actual. “Las nuevas tecnologías y las redes sociales cambiaron toda la forma de comunicar. Hoy si no tenés una radio podés hacer una transmisión por Facebook. Hay más posibilidades”.
De atrevidos le preguntamos si pensaba seguir relatando. Respondió cual leona paraguaya: “No pienso seguir, voy a seguir”. Lo enfatizó. “Mi próximo objetivo es la Eliminatoria”.
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