Paul Pogba fue la figura del derbi al marcar dos goles ante Manchester City. (Foto: Reuters)
Paul Pogba fue la figura del derbi al marcar dos goles ante Manchester City. (Foto: Reuters)
Jorge Barraza

El fútbol es el menos flemático y el más generoso de los legados que los ingleses le han dejado a la humanidad. Tan generoso que no nos han cobrado ni un penique por concepto de derechos de autor. Semejante descuido de su parte -y tamaño invento- los exculpa de todas las fechorías cometidas, por los siglos de los siglos.

No necesita de porristas ni de fuegos artificiales ni de promoción, de nada… el fútbol se basta con su juego para ser el espectáculo más grande del mundo. Le sobra con su arte, su vértigo, su emoción, su imprevisibilidad, su velocidad e intensidad, su carácter. Hasta con su injusticia. Escribíamos un artículo sobre el fútbol chileno, pero, viendo , nos obligó a cambiar y empezar otro. Estamos en la era en que los partidos no se cuentan, se ven, pero este lo amerita de sobra. Tuvo absolutamente todo lo que se puede pedir o esperar de 90 minutos de fútbol.

Primero, decir que la ocasión pintaba para fiesta inolvidable del City. Con un triunfo por cualquier marcador, se coronaba automáticamente campeón, pues le sacaba 19 puntos de ventaja precisamente al United, su escolta, con 18 puntos por jugar. Más: con la posibilidad de ser el campeón más anticipado de la historia del fútbol inglés. Y en casa… Vuelta olímpica en la nariz del United de Mourinho, un sueño para cualquier hincha celeste.

Y la pinta se confirmaba plenamente. En un fútbol tan parejo como el que se observa en todo el mundo, es extraño ver una superioridad tan manifiesta de un equipo sobre otro, especialmente si ese otro es el segundo de la Premier League, y si ese segundo se ha gastado 300 millones de libras esterlinas (350 M€) en armar una fuerza competitiva. ¡Pero fue tan abrumador el dominio, el vapuleo…! El City era todo: posesión, toque, combinaciones, velocidad, sorpresa, llegadas, presión, pujanza… Pep Guardiola dejó algunos titulares en el banco pensando en el juego del martes ante el Liverpool, donde definirá su chance en Champions. No obstante, sus muchachos eran un vendaval.

A los 21 minutos, de córner directo, Vincent Kompany fusiló de cabeza a De Gea y puso el 1-0. Fue como un mortero. “¿Cómo nos meten un gol de pelota parada…?”. Es gracioso escuchar a veces a los entrenadores quejarse de esto. O a los periodistas con el clásico “je… lo dejaron cabecear…” Cuando un jugador entra con la potencia y determinación de Kompany a buscar un centro, es imposible contenerlo e impedir su acción. Smalling lo tomó de la camiseta, lo tironeó, lo empujó, pero el belga era un alud y remachó al arquero. Más que justo, el City merecía el segundo antes que el primero.

Nueve minutos más tarde, Gundogan anotó el segundo tras una preciosa triangulación con Sterling: 2-0. A los 32, 35, 40 y 42 desperdició otros cuatro goles, producto de la facilidad asombrosa con que pasaba por el mediocampo y atravesaba la última línea del United. Era un baile importante. El público del City -un 90%-, saltaba y se abrazaba. Era muy fuerte lo que estaba viviendo, idílico. Se fueron al descanso con un mísero 2-0. Imaginamos el fastidio de millones de hinchas que odian a Pep Guardiola y aman el catenaccio, el fútbol defensivo, áspero y mezquino. Los adoradores del “prefiero jugar mal y ganar”. Lo detestan porque Guardiola los desacomodó: demostró que jugando bien se gana mucho más.

El segundo tiempo comenzó con la misma tónica y, engolosinado por su comodidad para desequilibrar, el City siguió dilapidando llegadas. Entonces comenzó a suceder lo inesperado, lo increíble. En un centro de Alexis Sánchez (irreconocible hasta ahí), Ander Herrera la amortiguó con el pecho y le quedó a Paul Pogba, tal vez el peor de la cancha; el hombre de los 105 millones de euros entró al área y marcó el descuento, definió bien. Un partido de 5-0 se había puesto 2-1. Sorpresa.

Eso fue a los 53’. A los 54’, otra vez la misma fórmula: pase perfecto por elevación del chileno para la entrada del francés, la defensa local quedó estática y Pogba, de cabeza, la colocó abajo, lejos de Ederson: 2-2. Asombro total. El grandote al que muchos estaban tentados de llamarlo tronco, empataba con dos tantos en un minuto. El City sintió el golpe de la injusticia, quedó como atontado, pero no tuvo tiempo de procesarlo porque 14 minutos más tarde le cayó otro baldazo de agua helada: pelota de aire desde la izquierda nuevamente de Alexis, apareció por sorpresa Chris Smalling y definió rápido, resuelto, golazo. Ahí dejó una frase brillante Marcelo Espina, aquel exjugador de Platense y Colo Colo, hoy comentarista de ESPN: “Es mejor aparecer que estar”. Efectivamente, hay más sorpresa. Ahora la chapa decía Manchester City 2 - Manchester United 3. Absortos, los hinchas locales no lograban entenderlo. El fútbol suele ser inentendible, ilógico, injusto, traicionero, absurdo casi… Y por ello también es tan hermoso.

Ahí sí, los de Guardiola reaccionaron y volvieron con todo a la carga. Arremetidas, paredes, entradas raudas por el lado de Sané (tremenda habilidad en velocidad, lo veremos en el Mundial con la camiseta de Alemania), desbordes, remates, cabezazos, centros… Probó todo el City. Y volvió a superar a su clásico rival por aire, mar y tierra, como al principio. Todo era a mil por hora, unos atacaban con furia, otros defendían con ardor, los veintidós en estado de excitación suprema, la pelota iba y venía, la emoción podía generar infartos masivos. En Twitter alguien escribió: “Por Dios, no doy más con este partido”. Y así era. El dominio del City arreciaba más a cada instante; Sterling, en una tarde nefasta, seguía perdiendo goles y tomando malas decisiones en la última puntada.

Guardiola hizo entrar a Agüero y De Bruyne y el City apretó todavía más, el juego era irrespirable, volcánico… Un tiro de Gundogan pegó en el vértice de poste y travesaño… A los 77’ Ashley Young cometió un tremendo penal a Agüero, el penalazo del año, pudo haberlo lesionado mal, un planchazo terrible en la tibia, pero mister Atkinson dijo “siga siga”. Creemos a rajatabla en la honestidad de los jueces ingleses, sin embargo es incomprensible no dar ese penal. A los 89’ un cabezazo del Kun tenía irremediable destino de red, pero De Gea torció el destino, lo mandó al córner en una atajada para el recuerdo. A los 90’ Sterling a un metro del arco remató, pegó en el palo y se fue afuera… Era una ocasión tras otra y el arco del United quedaba milagrosamente indemne una y otra vez. Las balas repiqueteaban, silbaban, rebotaban y se perdían. Mister Atkinson dijo “cinco más”. Que fueron seis… Y siguió insistiendo la ofensiva ciudadana. Sólo los tres pitazos del final pusieron punto al asedio.

No hay explicación de cómo se puede perder un partido así. “That’s football”, diría un flemático veterano de pipa. Es lo que explica a este juego: eso es fútbol.

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