Los insultos racistas contra Vinicius Jr en Mestalla son una vergüenza imborrable para el fútbol español, pero también son una desgracia para el sistema futbolístico internacional. Lo primero es la muestra de cómo una sociedad no puede resolver un problema en tanto es incapaz de identificarlo; lo segundo es el ejemplo de cómo la ausencia de una política clara desde FIFA permite o tolera que en una de las dos principales ligas del mundo se discrimine en un estadio como si fuera un zoológico humano del siglo XIX. Analicemos ambos temas.
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España tiene un problema de racismo estructural, para ello bastaría ver su historia colonial o las atrocidades que ocurren en sus calles y metros. Pero enfocados en el tema estrictamente deportivo, los 10 insultos documentados solo este año contra Vini Jr no son hechos aislados, sino sistémicos, que se pueden rastrear desde hace décadas en las ofensas repetidas contra Wilfred Agbonavbare (década del 90), en los ataques a Henry propugnados por el técnico Aragonés (2004) o en los insultos contra Kameni en el Calderón (2005), contra Eto’o en La Romareda (2006), contra Alberto Quintero en el Benito Villamarín (2009), contra Marcelo por aficionados del Atleti (2014) o contra Iñaki Williams en Cornella (2020), por citar solo algunos casos notorios.
La respuesta de la dirigencia española, sin embargo, es de una miopía desconcertante. Javier Tebas, cabeza del torneo español, revictimiza al crack brasileño con una defensa nacionalista absurda desde Twitter: “Ni España ni La Liga son racistas”. Y añade: “No podemos permitir que se manche la imagen de una competición que es sobre todo símbolo de unión entre pueblos, donde más de 200 jugadores de raza negra en 42 clubes reciben cada jornada el respeto y el cariño de toda la afición, siendo el racismo un caso extremadamente puntual (9 denuncias) que vamos a erradicar”.
Lo que sostiene Tebas es simplemente falso, como consta en el prontuario citado. Yerra, además, cuando asume que los únicos incidentes que se pueden dar por probados son aquellos que se denuncian formalmente y que su administración procesa. Y, finalmente, confunde su labor: asume la defensa de una idea nacional, pura e inmaculada, en vez de problematizar y resolver aquello que desluce la competencia que debería defender. Esa es la verdadera mancha. La indignación selectiva de otros actores, como el entrenador Rubén Baraja y uno que otro periodista que no vale la pena nombrar, dan buena prueba que esta ceguera es endémica, quizás rayana con el cinismo o la hipocresía.
La FIFA tiene mucho que ver. La solución de problemas crónicos en el fútbol ha venido siempre de la mano de medidas políticas estrictas. El caso más exitoso fue la erradicación de los hooligans ingleses en virtud de un amplio operativo policial de inteligencia británico y la suspensión temporal de competencias internacionales de los clubes ingleses. Hoy es posible ir a un partido de la Premier League sin temer una golpiza; los estadios no están enrejados, se disfruta un espectáculo familiar y cualquier incidente se individualiza y sanciona con severidad.
¿Está la liga española dispuesta a asumir su responsabilidad? Lo cierto es que hasta que no reconozca la magnitud del problema, nada se resolverá.
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