"Vencen, pero no convencen", por Jerónimo Pimentel [OPINIÓN]
"Vencen, pero no convencen", por Jerónimo Pimentel [OPINIÓN]
Redacción EC

Es posible imaginar la escena: Pep prende el televisor y ve un partido que, en otras condiciones, amenazaba con destronar a El Clásico. No por números, sino por juego. Los colchoneros apenas han ganado dos veces en los últimos 23 encuentros, pero ambas victorias fueron en Champions League. Antes se entendía que los , bajo la dirección de Guardiola, representaban un fútbol de vanguardia, en el que la posesión y el pase preciso y fluido eran los argumentos de un juego que parecía invencible; al otro lado, el “cholismo”, una mezcla de fútbol vertical y reactivo, en el que la solidez defensiva se valora tanto como la contundencia en el ataque. Pero son otros tiempos. Juegan ahora el Atleti contra el Barza y los primeros 45 minutos son un repaso. Puede que Pep haya aprovechado el entretiempo para preguntarse, en su sala de Manchester, qué fue lo que pasó con su ex equipo.

Pasó Vilanova, pasó Martino y llegó Luis Enrique, quien es el responsable de pagar las cuentas. Desarmó el modelo de juego en pos de una evolución táctica incierta. Se retiró Xavi, declinó Iniesta, a la vez que Messi, con toda su genialidad, tuvo que hacer lo mismo con menos. Sergi Roberto no es Dani Alvés y Umtiti no es Puyol. El peso específico de las contrataciones (Suárez, Neymar) consiguió mantener el rendimiento en positivo, al menos en La Liga. Pero bien visto, hechas las sumas y restas, la curva muestra un descenso que se hace patente en Europa.

En la orilla opuesta todo se mantuvo, para bien y para mal. Simeone cuajó un proyecto en el que los cambios tuvieron adaptación plena. A Falcao y Costa le sucedieron Griezmann y Gameiro. Se fue Arda Turán pero llegó Carrasco Ferreira. Cada modificación robusteció al modelo bajo el supuesto de que la idea es más fuerte que sus ejecutores. No es un fútbol de aspavientos ni ofrece otro espectáculo que no sea el de la entrega. Una suerte de ultraortodoxia que defiende con 4, domina la presión alta y cuando puede abreviar, acorta. ¿Se le puede pedir más al segundo equipo de la capital española?

Normalmente, un partido de fútbol se resuelve a favor de quien logra plantear los términos en los que se disputará el encuentro. Pero no siempre, y en esa imprevisibilidad reside parte del atractivo de este deporte. Ayer el Barcelona ganó en el Vicente Calderón con los recursos que harían sentir orgulloso a Mourinho: un gol de carambola, otro producto de rebotes y con Ter Stegen como figura. El sabor de la victoria, el liderato momentáneo, esconde una tragedia. La filosofía de juego holandesa-catalana tenía como premisa que tan importante era el qué como el cómo. Y ya no es así. Que apenas se encuentren jugadores de La Masía en el 11 inicial de los azulgrana es un síntoma: han pasado al pragmático mundo del ¡da igual! Este es un trago amargo a pesar de los tres puntos. El Barcelona ha perdido su ventaja moral y estética, signifique eso lo que signifique cuando hablamos de patear una pelota. No resulta claro que, con ese handicap, puedan remontar la serie contra el Paris Saint Germain o, peor aún, tentar algo más que la Copa del Rey.

Tal vez eso es lo que piensa Pep desde la isla. O quizás no y solo está obsesionado en convertir a los citizens en esa máquina perfecta que ya no tiene.

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