Pedro Ortiz Bisso

Ha querido el destino que esta semana hayan vuelto a dar declaraciones dos personajes que se parecen mucho más de lo que ellos imaginan: doña Dina Boluarte, la presuntuosa dama que gusta lucir costosos relojes mientras funge de presidenta de nuestro extorsionado país, y don Agustín Lozano, amante de los viajecitos internacionales y las pichangas con expeloteros, quien ejerce su manejo absoluto sobre el fútbol lorcho desde el principado de la Videna.

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Y decía que se parecen mucho porque a ambos, por ejemplo, no les gusta hablar con los periodistas, sobre todo con quienes ejercen el oficio con decencia y tienen la terrible costumbre de hacer preguntas incómodas. Prefieren ambientes solícitos, cercanos, ausentes de interrogantes que provocan punzadas en el hígado, lanzadas por esos aguafiestas del teclado y los micrófonos que no aprecian los notables sacrificios que realizan desde los importantes cargos que ejercen.

También los une su asombrosa capacidad de negar la realidad en que viven. Así como desde el Gobierno afirman que la policía le está ganando la guerra a la delincuencia y la economía crece casi a ritmo de potencia asiática, el hijo más querido de Chongoyape dice con voz enérgica -y, cómo no, el gesto adusto- que la Federación se encuentra en una situación económica envidiable, el trabajo que se realiza con las divisiones menores es inédito y solo la falta de comunicación ha impedido que nos demos cuenta de la intensa y sobrehumana labor que lleva a cabo. En otras palabras, los periodistas somos unos insensibles que no nos damos cuenta que vivimos en el paraíso.

Doña Dina y don Agustín son, entonces, las víctimas de un sistema impulsado por fuerzas malignas que no les perdonan haberles quitado beneficios y consideraciones. Porque solo personas afectadas por una ceguera profunda pueden negar el mayúsculo, gigantesco, elefantiásico trabajo que vienen realizando, ella por el país, él por el balompié nacional.

En la década del 80, una de los caricaturistas más importantes que ha tenido el Perú, Heduardo, solía dibujar a Fernando Belaunde sobre una nube. De esa forma expresaba lo desconectado con la realidad en que se hallaba el presidente, quien discurseaba de un país que se asemejaba a Suiza en medio del incendio provocado por la inflación y el terrorismo.

Heduardo ya tiene dos nuevos personajes a quienes dibujar.