Las bendiciones son así: llegan en abundancia cuando se toca la fibra correcta, se da el paso preciso; cuando se honra a la persona correcta. Todo empezó cuando Alexander Callens, back central de 30 años, vino a pasar vacaciones en Lima, después de cumplir su sexta temporada en el New York City de la MLS. Había vuelto a la capital, entre otras cosas, para cumplir un sueño: comprarle la casa nueva a su mamá.
Organizó todo, en silencio: le dijo a su familia que ese día saldrían a pasear, pero que antes necesitaba que lo acompañen. Llegaron al lugar. Quienes saben con detalle la historia sabrán perdonar la infidencia: cuando la puerta de la enorme casa se abrió se le cayeron las lágrimas a su mami China, como él la llama. “Esto es tuyo”, le dijo. En el Día de la Madre 2020, Alexander se lo había prometido en un post en Facebook: “Sabes que haré todo lo posible para darte lo que te mereces (...) ¡Haría un libro con todos tus esfuerzos que hiciste!”. Y lo cumplió.
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Pasadas las navidades, a Callens le pasaron solo buenas noticias. Lo quiso Boca, se le acercó Alianza y finalmente, en un contrato largamente esperado, el muchacho del Callao cumplió el gran sueño. Volver a Europa para jugar en el Girona de España, más de veinte años después del arribo de Miguel Rebosio, entonces titular de selección, que ganó dos Copas del Rey con el Zaragoza. Hoy estuvo en el banco frente al poderoso FC Barcelona (triunfo 1-0 de los azulgranas ante Girona). Un sueño.
Porque así son las bendiciones.
Breve repaso de su biografía
La historia del fútbol peruano es, en ocasiones, demasiado exquisita: se evoca a Chumpitaz por su sobrenaturalidad, a Meléndez por su elegancia, a Reynoso por haber estado tan a la altura. Todos los que vienen luego están destinados a pasar por ese filtro, como si el fútbol fuera necesariamente una fábrica de robots y como si aprender del deporte no dependiera, también, del talento natural o el profesor de menores. Un mea culpa: los periodistas soñamos con que todas las promesas lleguen y se hagan póster. Y olvidamos que hay casos, como el de Callens Asín que hace rato han cumplido sus metas pero uno ni cuenta.
Para eso sirve, también, la selección: para probar a los buenos. Callens es de esos, desde Sub 20. Esperó toda su vida para ser titular del equipo adulto en una Copa América, luego de ser capitán de los menores en 2011. Desde entonces, ha jugado 23 partidos y ya nadie duda de su titularidad. Lo hizo, además, sin enojarse y casi sin dar entrevistas que dejen falsos titulares. Desde construir una carrera en silencio, haciendo lo único que se pide como requisito para estar en Videna: jugar al más alto nivel posible.
Fue en la MLS, en el New York City, donde se ganó un sitio con su perfil de atleta: talla ideal para un central (1.87cm), impecable estado físico y una experiencia más que útil en el soccer de los Estados Unidos, que todavía hoy se mira con recelo por decenas de ociosos con megabytes: en los entrenamientos marcaba a David Villa y en los partidos oficiales debía chocar con Zlatan Ibrahimovic.
El futuro
Quienes hacemos origami nunca tendremos la espalda de un boxeador. Un breve recorrido por la biografía de Callens vuelve, de todas formas, a su barrio, San Judas Tadeo en el Callao, donde el primer deporte que encontró para salvarse la vida fue el boxeo. Tenía diez, once años, y se iba con sus amigos a los bajos del viejo estadio Telmo Carbajo para aprender una de las primeras lecciones que se memorizan en la Mar Brava: estar en guardia permanente.
El box le heredó el rigor y aunque él quería ser delantero, o llevarse a todos como en los Supercampeones, más que un futbolista su familia había ganado un atleta. El paso siguiente fue el Sport Boys, que era como estar en la esquina con sus amigos. De la misma forma en que casi nadie aplaudió su debut en Primera, le salió una chance para ir al extranjero. Luego de eso, se fue a vivir a España, a donde hoy volvió.
La personalidad también se educa. Se aprende del líder de una barra brava o de un campeón del mundo como Andrea Pirlo. Tras despedirse del Callao, de sus tardes en la Juventud Rosada, Alexander Callens tuvo la bendición de entrenarse con un hombre que paraliza a una nación con la mirada: Andrea Pirlo. “Tiene ojos en la espalda. Cuando yo recién llegaba (a New York City), solo me decía: ‘Devuélvemela la bola a mí, dame la bola tú nada más. Just give me the ball, just give me the ball...’. Aprendí mucho con él”.
Ahora ese muchacho, ya con 30 años, tendrá que ir a marcar a Robert Lewandowski y a Vinicius.