Pedro Ortiz Bisso

Lima había despertado con el dolor de la tragedia del Fokker y La Victoria no paraba de llorar a Marcos y sus potrillos. En Isabel La Católica, Andahuaylas y Abtao filas interminables de aliancistas -pero también de cremas, rosados y celestes- caminaban con pasos cortos, silenciosos, rumbo a Matute. Una vez en su interior se sentaban en las gradas desnudas y observaban los féretros apostados en el centro del campo sin musitar palabra. Ese diciembre de 1987, triste e interminable, los clubes olvidaron sus rencillas ridículas y cambiaron las reglas del Descentralizado. Era momento de dar una mano al blanquiazul de corazón herido. Teófilo Cubillas volvió al país para descolgar sus chimpunes, Colo Colo cedió cuatro jugadores, la Trinchera vivó por los íntimos y El Veco y Pocho se volvieron a hablar.