Pedro Ortiz Bisso

Hace pocos días, durante un conversatorio en la Universidad de Lima, Juan Carlos Oblitas recordó un autogol de José Carranza durante una Copa Libertadores. Contó que, pese a que no manejaba bien su pie izquierdo -y a sus reiteradas advertencias-, el ‘Puma’ estaba empecinado en usarlo en cada partido. Sobra decir que el gol marcado aquella noche llegó por insistir en ese error.

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Lo que Oblitas comentó al pasar, y pocos advirtieron, es que el hecho que relató ocurrió durante un partido jugado en Brasil, por la Copa Libertadores, ante Guaraní de Campinas. El autogol se produjo apenas iniciado el encuentro y la U empató unos minutos más tarde. El 1-1 no se movió más. Ese año, 1988, los cremas volvieron a Lima invictos (el otro rival fue Sport de Recife) y clasificaron a la siguiente ronda del certamen.

¿Por qué ningún club peruano ha vuelto a cumplir una actuación similar? ¿Por qué cada vez que enfrentamos a un cuadro brasileño, sobre todo de visita, solemos dar por perdido el encuentro?

La frustración que invade a los hinchas de la U por quedar fuera del torneo continental es comprensible, más aún por lo que significa vivirlo en el año de su centenario. Lo mismo ocurre con los simpatizantes de Alianza, a pesar de que aún tienen una leve esperanza de clasificar.

No es con exorcismos o pagos a la tierra que va a cambiar la suerte de los clubes peruanos en la Copa Libertadores o cualquier otra competencia internacional. La solución es mucho más simple (y difícil a la vez): hay que jugar bien al fútbol. Pero eso implica trabajar mejor en la formación de jugadores; elegir refuerzos adecuados; montar infraestructura; organizar torneos con transparencia, tener un buen sistema de justicia, capacitar a los árbitros y purgar a los corruptos. Todo esto, por supuesto, implica trabajar y tener paciencia, cosas a las que no estamos acostumbrados por estos lares. El resto es terraplanismo futbolístico.

Lo que también resulta complejo reconocer en estos momentos de corazones calientes y ánimos explosivos es que los compadres compitieron. Por fin, dejaron de ser las peritas en dulce, los invitados de piedra, los tres puntos fijos con que suelen soñar todos los años el resto de clubes de Sudamérica. Ambos siguen a años luz de sus mejores momentos coperos, pero esta vez lo hicieron un poco mejor. Y eso hay que reconocerlo.

No es conformismo, es pisar tierra. Es, aunque duela, reconocer cuál es nuestro verdadero nivel. Hoy Universitario y Alianza cuentan con mejores presupuestos que otras temporadas, han modernizado sus organizaciones y, sin llegar a la perfección, son instituciones más confiables que atraen miles de espectadores a sus partidos y cuentan con el auspicio de importantes marcas. ¿Es suficiente? Claro que no. Salir del hoyo no es fácil, es un proceso que toma su tiempo y requiere de algo que al hincha no le sobra: paciencia. Hay que corregir mucho, pero el camino está trazado. Toca persistir.

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En la Liga 1

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