"Burga, el día después", por Jerónimo Pimentel
"Burga, el día después", por Jerónimo Pimentel
Redacción EC

Han tenido que pasar algunos días para que acabe la fiesta y, observando los restos de la casa, podamos mesurar las consecuencias del jolgorio. La renuncia de a postular a otro período al mando de la FPF ha causado lo esperable: pichangas de homenaje en el Campo de Marte, hurras celebratorias en la prensa especializada, memes de burla cada cual más ingenioso que el otro, vamos, toda la algarabía que se podría esperar con la salida de un personaje que, no se sabe si a su pesar (hay quien duda de que pestañee), concentra la desazón de un hincha -por tres décadas- frustrado.

La serenidad de la resaca ha convocado ya a los escépticos: aquellos que creen que el aún presidente posee infiltrados en ambas listas, los que leen en este gesto una sutil variante de la estrategia felina (las fieras solo retroceden para atacar) o los que, más informados, crean un caso serio, léase, entienden la salida como una táctica para desviar la atención de una turbulencia mayor, más grave.

Lo cierto, ya hacia la tarde del día después de, es que todo en el fútbol peruano sigue igual. Es una condena fenomenológica. El césped de Huancayo no ha cambiado, las gradas del Héroes de San Ramón son las mismas, la ‘U’ y Alianza siguen quebrados e intervenidos, los titulares vendehumo se suceden en los quioscos, Chiroque no ha rejuvenecido 10 años, Manco disfrutará de sus vacaciones tal como lo imaginamos, Vargas sigue siendo más atractivo para la farándula que para los aficionados al fútbol, Ramos no ha despertado convertido en Bermúdez, Penny se mira al espejo y sigue viendo a Penny, Advíncula no ha tenido un ataque súbito de talento, y Carrillo y Hurtado aún podrían ser Hurtado y Carrillo.

La fiesta ha acabado y el panorama sigue siendo el mismo, diría un pesimista. Pero un optimista corregiría. Con Burga, el paisaje era determinista; no hay proceso, punto de inflexión o marca simbólica que sugiera que algo se haya podido modificar bajo su tutela. El desprestigio es crónico y contagioso, va de arriba hacia abajo y se infiltra y mancilla nombres y honras. Bajo su gobierno, no ha sido posible nada: sus eventuales aciertos eran impublicables, habrían pasado como intentos de legitimarlo políticamente (pobre Markarián); sus numerosos errores, en cambio, se magnificaban con el lente del descontento general. Sin Burga, por el contrario, se abre una rendija que puede ser sosiego o la calma que precede a una nueva tormenta; pero si este fuera el caso, la tempestad sería distinta, y de alguna forma, purificadora. Esa forma de alivio es la clave. Sin Burga, por fin, se puede empezar a pensar el fútbol peruano. Y de una forma, la única que importa, esa es la verdadera señal de que todo ha cambiado y de que, con el perdón de la ingenuidad, la fiesta de despedida ha dejado un dolor de cabeza, sí, pero también una suerte de tranquilidad de espíritu que los antiguos llamaban esperanza.

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