Meses atrás, antes de iniciar un partido de fulbito en una de las canchas del Puericultorio Pérez Araníbar, miraba la placa con su nombre y me costaba creer que, en ese mismo lugar, Daniel Peredo hubiera muerto.
A pesar de su enorme popularidad, el ‘Cabezón’ nunca pecó de divo. Lo suyo siempre fue la palabra amable y sincera. Era difícil verlo molesto. A su memoria de elefante le añadía un sentido del humor directo e irrepetible.
En cuestiones futbolísticas, no solo destacaba a la hora del relato. Jugaba muy bien a la pelota. Tenía panorama y buena técnica. Era, lo que él llamaría, un volante de buen pie. Al equipo en que caía le daba orden y salida. Hablaba mucho, arengaba, casi narraba el partido.
Nos conocimos en 1992, en Huánuco, en un partido que Universitario jugó ante León. El ‘Cabezón’ trabajaba por esos años en “Ojo”. Recuerdo que tras el partido, junto con los periodistas Carlos Novoa y Marco Méndez, fuimos al hotel donde concentraba la ‘U’ con el fin de conversar con Iván Brzic, el entrenador del equipo crema. Nuestras ganas de arrancarle unas palabras se fueron al tacho. El serbio, que no aguantaba pulgas, estaba en plena cena y nos mandó sacar del comedor.
Hoy, cuando se cumplen dos años desde que se nos adelantó, sigue siendo difícil pensar que no está con nosotros. Y lo será más, en unas semanas, cuando la selección inicie su camino rumbo a Qatar 2022. Abrazo de gol, Daniel, allí donde estés.