Invierno 2015. El teléfono de Enrique Casaretto suena cuatro veces. Casi nadie lo llama. Vive en Chiclayo, dedicado a unos negocios familiares. Cuando contesta dice: “Hola, hermano. Gracias por llamar y acordarte de mí”. Hermano al que podría ser su nieto. Esa es su familiaridad, su carisma, su esquina. Hablamos de sus 70 años, de su etapa en la U, de la chapa de ‘Loco’, de sus romances de juventud, de su relación con el Oso Marcos Calderón y claro, de los goles a Brasil el 30 de setiembre de 1975 en Belo Horizonte. Alguna vez debería contar cómo lo celebraron con el Cholo Sotil.
Diez días antes de ese partido había sido su cumpleaños y Marcos lo citó, con ese vozarrón que podía tumbar una puerta. “Vas a jugar, ‘Loco’, pero quiero que hagas un gol, carajo. Un gol”, le dijo.
– Y cada vez que lo recuerdo antes de dormir, todavía se me caen las lágrimas.
Se fue el Loco Enrique Casaretto. Tenía 74 años y la memoria intacta. Un hombre noble al que solo pudo vencer un enemigo invisible. Esta es la última entrevista que le dio a El Comercio.
¿Cuántas veces ha visto el video contra Brasil?
Cada vez que puedo, cada vez que lo pasan por la TV. Es un recuerdo imborrable para nosotros en un momento, el año 75, en que la gente necesitaba una alegría así.
¿Es cierto que se quebró en el homenaje que les hicieron en día del Perú-México en el Nacional (2015)?
Sí, algo. Lo que pasa es que nunca se acordaron de hacernos un homenaje. Ninguna federación y menos un político lo hizo. Aunque sea regalarnos una lata, nada. Yo le agradecí mucho al presidente de la FPF, Edwin Oviedo, en nombre de mis compañeros, por la medalla y los aplausos que recibimos en un Nacional lleno. Nunca hemos dejado de sentirnos campeones, pero esa noche fue especial para nosotros.
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¿Quiénes eran ustedes?
Éramos entrega, garra, un grupo de jugadores que sudaba la camiseta. No veníamos a modelar, nada de eso.
¿Cuál fue el premio que les dieron por salir campeones el 75?
Nos dieron las laureles deportivos y dos mil dólares, nada más. Estamos un poco resentidos porque los laureles son un diploma que se otorga a los campeones y que incluye un reconocimiento de por vida. Y eso no pasa. Hemos pensando firmar un memorial con los jugadores del 75, llevarlo al Congreso y que vean ese tema. Creo que es lo justo por todo lo que le dimos al Perú.
¿No ganaron mucho dinero entonces?
No. Era otro tiempo.
¿Le ilusiona este equipo de Perú (N.deR. Dirigía Ricardo Gareca)?
Sí, siempre. Le deseo mucha suerte a la selección. Ojalá puedan mantener el prestigio que alguna vez tuvimos. Sí creo que hay cosas que debemos cambiar: la camiseta, por ejemplo. Yo no sé por qué juegan con chompas blancas, rojas, amarillas, grises, verdes. La camiseta de Perú es la franja. Esa es la camiseta. Con ella fuimos campeones. En la selección te debes olvidar que eres de la ‘U', Alianza, Cristal… somos una familia. Chumpitaz me ordenaba con un carajo, ¿acaso le decía algo? Éramos una familia. Todos pensábamos en el grupo. Si no me llevo bien contigo, y tengo que darte un pase-gol, ¿no te lo doy? Imposible. Los grupos son los que hacen a los campeones. Confío en que Gareca haga un grupo sólido.
¿Todo lo que se dice de la figura de Marcos Calderón era cierto?
Depende, claro.
Dicen que una palabra suya bastaba.
Una mentada de madre era suficiente. Nadie le decía: “¿Por qué me insultas, por qué me gritas?”. Se trataba de conseguir un resultado. Lo otro ya lo había hecho Marcos: ese Perú era una familia.
¿Por qué jugaste ese partido contra Brasil, el 3-1 en Belo Horizonte?
Yo era la esperanza de gol de Marcos. Teníamos una relación de amor-odio que siempre entendí para bien de mi carrera. En ese partido, yo perdía una pelota y Marcos me gritaba: “¡Carajo, ‘Loco’! ¿Qué haces?”. La perdía otro, no sé, Cubillas, Oblitas y no pasaba nada. Teníamos un partido aparte. Pero hice el primer gol tras una pared con Cubillas que definí bien y en el entretiempo le dije a Marcos: “Tú te me has prendido, ¿no? Ya hice gol, ¿qué más quieres?”. Marcos solo me decía: “Paciencia, ‘Loco’. Falta todavía”. En el segundo tiempo me resbalé, perdí una pelota, y gol de Brasil. Y vuelve Marcos: “Casaretto, ¿para qué te resbalas, m...?”. Con el fantástico tiro libre de Cubillas me quedé más tranquilo. En el tercero vino el saltito famoso ese, je.
¿Fue una dedicatoria a Marcos?
No, si lo quería matar. Hice el gol después de un pivoteo de ‘Cachito’, y salí corriendo. No sabía si hacer un mortal, besar la camiseta, persignarme o mentarle la madre a Marcos. Entonces, hice el saltito. Te voy a contar algo. En el vestuario previo al partido, yo salí a mirar las tribunas y había más de cien mil personas. Nunca había visto tanta gente. Entonces volví a cambiarme, estábamos por dar las hurras, con el capitán (Chumpitaz), y se aparece el jefe de la delegación, el señor Aramburú Menchaca, que en paz descanse. “Muchachos, si ganan hay cien dólares…”. ¡Chumpitaz ni lo dejó terminar! “Un momentito, señor”, le dijo Chumpi. “No nos hable de plata porque primero vamos a sacarnos la mierda en la cancha y luego nos habla de eso”. Silencio y todos con la piel de gallina. Jugar por el Perú afuera era como ir a la guerra.
¿Qué es lo que más extraña de ser futbolista?
Ese vestuario. Cantamos el himno, nos abrazamos. Yo antes de acostarme hago una introspección de toda mi vida deportiva. Pienso en ese partido y se me salen las lágrimas antes de dormir. Esa camiseta pesaba toneladas.