"Mi hija murió de cáncer". Su hija era Thais. Estaba a punto de cumplir cinco años cuando la noticia golpeó el corazón y la vida de Fabricio Sierra y Laure, su esposa.
Thais era una niña de ojos grandes y sonrisa encantadora. La vida, sin embargo, trazó un destino inesperado para ella. Le detectaron cáncer a los cuatro años y falleció antes de lo esperado, pero dejó un recuerdo que está grabado en la piel de Fabricio: el dibujo de una mariposa de colores que lleva tatuado en el brazo. Thais es desde entonces, su pequeña mariposa. La niña que cambió su vida, sus intenciones, su corazón.
Cuando la pequeña Thais falleció, Fabricio había dejado de entrenar a Alianza Lima para trabajar en Sporting Cristal, siempre en las divisiones menores. Las personas más cercanas a su entorno lo definen como un estudioso. Desde hace diez años, por ejemplo, viaja a Europa para ver los entrenamientos de grandes equipos como el Bayern Múnich, AC Milan, Borussia Dortmund, entre otros, con el único objetivo de seguir aprendiendo. Otros, sin embargo, afirman que es demasiado exigente producto de su apasionamiento por cumplir las metas. Las opiniones son diversas, pero todos coinciden en una en particular: es una persona de corazón enorme.
En la cabeza de Fabricio transitan ideas de todo tipo, aunque la mayoría están vinculadas al fútbol. Habla de este bendito deporte a todo momento y en todo lugar. Es capaz de explicarte una tarea táctica específica con bolsitas de azúcar en un restaurante porque se le ocurrió de repente, mientras uno le hablaba de cine. En su mente hay un pleito de soluciones tácticas colectivas e individuales que solo él entiende. El año pasado dirigió el equipo reserva de Municipal y, mientras unos lo felicitaban, lo abrazaban o lo llamaban, en su mente solo pensaba qué movimiento específico en el campo iba a realizar en el siguiente partido para corregir y mejorar algo que no le gustó.
No obstante su obsesión desde que empezó como técnico en el 96, aún no ha logrado superar la que fue su mejor decisión técnica: desde que en el 2007 perdió a su pequeña Thais, año a año reúne la ayuda de amigos cercanos y de toda la gente que en general quiera participar, para llevar regalos a los pacientes más necesitados del área de pediatría del Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN). “Fue una promesa que me hice”, admite Fabricio, en declaraciones a El Comercio.
Este año no será excepción para Fabricio y sus amigos, sino todo lo contrario. Mientras pasa el tiempo, su cabeza manda, su corazón consiente, pero la ayuda siempre le parece insuficiente y siente que debe entregar más tiempo a la tarea. No es solo una cuestión de ayuda, es una cuestión de vida. Mientras decide su futuro en el fútbol, su tiempo está ligado al cien por ciento a recaudar todo tipo de ayuda de quienes buscan colaborar con la causa. Su departamento, de hecho, está repleto de bolsas de comida, tarros de leche, ropa de todo tipo y juguetes. En esta época no recibe visitas porque es imposible dar dos pasos en su casa.
En estos días, por ejemplo, reunió a su equipo de trabajo para armar mil canastas y entregarlas a los niños de Neoplásicas. El día crucial será mañana, cuando Fabricio y toda su comitiva entregue todo lo recaudado en el cruce de Angamos con Aviación, intersección en la que se ubica el Hospital de Neoplásicas. Los camiones ya están contratados y las personas, comprometidas. Lo acompañarán amigos, futbolistas, ex futbolistas, familiares, y más.
“Yo hago esto con todo el amor del mundo porque fue una promesa que hice cuando falleció mi hija. Junto a muchas personas de mi entorno, llevamos ayuda con la intención de mejorar la calidad de vida de los pacientes de pediatría de Neoplásicas”, explica el entrenador a El Comercio. Y ese es, en definitiva, su principal objetivo: mejorar la calidad de vida del paciente. Ayudar, obtener una sonrisa. Fabricio se entrega a esta misión con la misma pasión con la que se sienta con el Ipad a buscar una solución táctica.
No se considera Papa Noel ni nada por el estilo. No le gusta que lo comparen. Ni como entrenador ni como persona. Una vez lo rotularon como el Patch Adams peruano. No le gustó. “No me comparen, él es ídolo, se dedicó toda su vida a esto”, respondió.
Fabricio es Sierra, pero también es más que eso. Es la persona que entrega sin recibir nada a cambio, solo por ver felices a los más necesitados. Es la persona que guía sus decisiones según el trazo en el viento de la mariposa que lo acompañará por el resto de su vida y que nunca lo dejará solo. Thais, su mariposa. Esto es por ella. Y por sus otras hijos: Mia, Almudena y Noah, sus otros motores.
Es amigo, padre, entrenador, pero sobre todo, persona. Y ejemplo.