Renzo Gómez Vega

A Leonardo Rugel la suerte se le develó en dos segundos y tres toques. Apenas y se había acomodado en la banca de suplentes, cuando Federico Alonso quedó tumbado en la hierba de Matute. Se había desgarrado en su primer contacto con el balón. Al escuchar el silbatazo inicial del árbitro, en el centro del campo, Piero Quispe dio un pase hacia Guivin, quien con un toque sutil se la acomodó Alonso para que el uruguayo despejara con violencia hacia la banda izquierda.

Fue una jugada preparada para la que nadie está preparado: un lesionado a los dos segundos. Un infortunio en un pestañeo. Cuando Alonso hizo la seña para su cambio, Compagnucci miró inmediatamente a Rugel, un soldado larguirucho de 21 años, tumbesino, que apenas sumaba 180 minutos en el 2022. Dos partidos completos en una temporada. Parecía una mala noticia. Parecía nomás.

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¿Qué se le habrá pasado por la cabeza a Rugel? Ya habrá momento de acercarle el micro o la grabadora. Lo cierto es que no arrancó bien, como era previsible. De hecho tuvo una pérdida en salida que casi le cuesta un gol a los cremas que ayer estuvieron de granate. Si no fuera por la ceguera de Benavente de no haber visto a Barcos en el área chica, el inicio de Rugel habría sido lamentable. Y quizá esta historia se contaría de otra manera.

Pero el ‘Gato’, como le decían en Zorritos, se asentó con los minutos. El muchacho de 21 años que creció frente al mar de Tumbes fue domando la ola. Era su primer clásico. Y uno además en campo enemigo a estadio repleto. Flaquear era entendible, pero no estaba permitido.

Su padre, César Rugel Criollo, el primer hombre que le habló de la garra crema, lo hubiera guapeado al final del partido. Rugel jugó como si eso fuera suceder, como si tuviera que rendirle cuentas. Papá Rugel, policía y futbolista amateur, dejó de habitar este mundo en octubre de 2021 tras una enfermedad indeseable. Y desde entonces, Rugel hijo ha tenido una poderosa razón para resplandecer en la Primera División: dejar en alto su apellido y elevar el legado de su viejo.

Capitán de la categoría 2001, el defensa de casi metro noventa vive en Lima desde hace un lustro, cuando todavía no había culminado el colegio. Dio sus primeros pasos en la academia Quevedo de Zorritos. En el 2020 fue cedido a préstamo al UTC de Cajamarca, donde Franco Navarro lo hizo debutar a los 19 años. Comizzo le dio cierta confianza. Confianza que no se renovó con ninguno de los entrenadores que llegaron después.

Por eso, en algún momento del 2022 estuvo a punto de marcharse al Sport Boys. Pero finalmente se quedó. Y ayer lo tocó la suerte, que suele tocar a los que luchan por ella. En el amanecer del segundo tiempo, Cabanillas cobra un tiro libre, Quina gana por alto y envía un frentazo al arco aliancista. Campos lo bloquea como puede y como si de un imán se tratase se dirige mansita hacia los pies de Rugel. Toque y gol.

En 54′ minutos, Rugel había construido el momento más feliz de todo su 2022. Lo gritó como había que gritarlo, enseñando las amigdalas. Dio un salto con el puño cerrado, lo abrazaron sus compañeros, y luego cuando fue quedándose solo se acordó de él. Se persignó, puso sus rodillas sobre el césped, elevó la vista, alzó las manos y le dijo algo secreto que algún día contará.

Mientras haya por quien luchar y a quién dedicarle la inmensidad de nuestros desvelos habrá motivos para seguir. Le dicen familia.