Al ya conocido orgullo arequipeño se le ha sumado una capa extra de identidad: la pasión rojinegra. En los últimos tiempos, ser hincha del Melgar es un componente impregnado en el ADN de quienes viven arropados por los tres volcanes.
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En las calles de mi ciudad, se ven banderolas del Dominó colgadas de los balcones, los taxistas andan con casquetes melgarianos y los niños con camisetas del ‘León del Sur’ imitan en las canchitas el rugido de gol de Bernardo Cuesta, los pases de laboratorio del ‘Chaka’ Arias y las atajadas salvadoras de Cáceda. “Melgar es Arequipa, Arequipa es Melgar”. Como nunca ese estribillo se ha transformado en una realidad.
El gran momento por el que pasa el club local le ha regalado a su hinchada un nuevo estado mental. Una confianza sobre el porvenir. Este equipo ordenado, eficaz y aguerrido le ha enseñado a soñar a sus seguidores. Pero a soñar con los pies sobre la tierra, luego de obtener resultados que parecían imposibles. La ilusión que este Melgar genera actualmente tiene de dónde agarrarse. Basta mirar lo conseguido en esta Sudamericana: primeros en su grupo, por encima del favorito Racing; dejaron en el camino al Deportivo Cali y todos sus galones, y la hazaña a domicilio ante el Inter de Porto Alegre.
Estas alegrías no son cuestión solo de suerte. Detrás hay un proyecto a largo plazo que combina un buen trabajo en menores, una administración ordenada y profesional, y una seguidilla de técnicos muy exigentes (Lorenzo y Lavallén son la última muestra) que han potenciado el talento y la identificación de los jugadores con el equipo.
Por estas razones, el golpe recibido esta semana en Quito no es el fin del camino todavía. La esperanza de llegar a la final sigue metida en las fibras melgarianas. Revertir ese 3-0 y superar la llave no es una locura. Ya en el 2015, luego de caer 5-0 en Barranquilla, Melgar le hizo 4 goles al Junior en Arequipa. No alcanzó para continuar en la Sudamericana, pero el equipo se fue aplaudido y con la sangre todavía en el ojo.
Para este miércoles, en el partido de vuelta de semifinales, hay promesa de revancha. “Matar o morir en casa”, ha dicho el capitán Cuesta. Esta advertencia no es vana: es a lo que están acostumbrados los que sueñan en grande. “Es difícil, pero no imposible, este equipo se caracteriza por luchar”, siguió alertando el goleador argentino, que se ha hecho ídolo en los diez años que lleva reventando redes al pie del Misti. Esa rebeldía la comparte todo el plantel que capitanea. Nadie ha bajado los brazos en esta pelea.
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Aún faltan 90 minutos y la Ciudad Blanca también lo sabe. Ya se han anunciado banderazos de apoyo para la previa del partido, se organizan caravanas con bombos y platillos, y en las callejuelas de sillar no se apaga el grito de “vamos, León; vamos, León”. Todavía hay aguante.
Que este miércoles el estadio de la UNSA se replete y desde las tribunas salga ese rugido de aliento, con orgullo. Independiente del Valle no la tendrá fácil en su visita a Arequipa. No por nada, Dios quiso que el infierno sea rojinegro.
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