Una pared transparente dividía la tribuna de prensa del Mineirao con los palcos centrales. Miré hacia al frente y sentí como si estuviera en un terrible museo del dolor. Estábamos en el 8 de julio del 2014. Un hombre de unos cincuenta años lloró sin control abrazando la camiseta de la selección brasileña. Su hija lo abrazó y le pidió escapar de ese castigo. Se fueron ellos, se fueron todos. Los asientos tan amarillos por casi sesenta minutos comenzaron a despintarse con cada gol alemán. Fueron siete al final, como si fueran pecados capitales que piden eterna penitencia. Alemania castigó por 7-1 a Brasil para ser finalista (y después campeón) del Mundial. La alegría, esa tarde en Belo Horizonte, dejó de ser brasileña.
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Seis años después, frente a una laptop como escudera en estos días de pandemia, reviso en el archivo multimedia si me perdí de alguna protesta o de cualquier bronca masiva por el abultado resultado. No encuentro más a que un joven intentando quemar una llanta en la calle principal que te lleva al estadio Mineirao. Han pasado seis años y mi recuerdo sigue retratando a un país en estado de shock. La violencia es una tentación para el fracaso, pero ese 8 de julio del 2014 lo que vi fue un silencioso luto. Una resignación de un país futbolero aceptando, temporalmente, la muerte de su gran pasión
Pocos torcedores gritaron ese día del Mineirazo, pocos buscaron en la protesta un rápido desahogo. Hubo silencio y lluvia torrencial de lágrimas. Las calles aún veían como la rabia caminaba sigilosa, en un lento proceso de sanación. Más allá de algunos llantos elocuentes, no hubo más desborde del drama. Ese 7-1 debió doler más que el Maracanazo, sin embargo, hasta hubo hinchas que salieron riéndose del estadio bromeando con el remate de sus entradas para la gran final. Quizá muchos esperaban un desenlace triste esta tarde. Este Brasil de Scolari nunca tuvo la confianza ciega de sus seguidores. En cada partido aparecía una duda y con la ausencia de Neymar y Thiago Silva se sentían los nervios en cada hincha incondicional.
-El Mineirazo inevitable-
Por razones de logística, tuvimos que elegir uno de los dos partidos de las semifinales. Hicimos todo lo posible por esta en los dos para ir completando la cobertura del Mundial 2014. Queríamos ver a Messi frente a Holanda. Pero era momento de decidir. La exhibición futbolística de Alemania ante Francia, que pudimos ver en primera fila del Maracaná, y la lesión de Neymar -sumada a la suspensión de Thiago Silva- nos dejaban espacio para prevenir, por lo menos, un partido disputado donde el local iba a sufrir mucho. “Espero que sea una tarde histórica”, escribí en mi Facebook cuando salía de la estación de buses de Belo Horizonte. Me quedé corto en ese afán profético.
Sin duda fue la semana inolvidable de esa cobertura en Brasil. Después del partido entre Alemania y Francia pudimos conversar por diez minutos con Diego Armando Maradona. “Sin Neymar, el local va a sufrir mucho”, decía el ’10′, quien conoce más que a nadie a la selección alemana. Siguiendo el evangelio del ‘Pelusa’, viajé convencido por ocho horas desde Río con la ilusión de presenciar un partido titánico. Han pasado seis años y tengo grabado hasta lo último que hice antes de salir al estadio: imaginando un resultado adverso de la ‘canarinha’ me compré un polo amarillo para disimular mi origen foráneo. Por si alguna histeria colectiva se armaba en las tribunas.
El mayor revuelo que se armó en las tribunas fue después del gol de Khedirá (el 5-0 cuando ni siquiera había terminado el primer tiempo). La policía subió a las tribunas con la misión de juntar a los hinchas alemanes y llevarlos a algún rincón de las tribunas. Querían evitar que se dispersen y que sufran alguna hostilidad. La barra alemana aceptó “la mudanza” de butacas y mientras esperábamos el segundo tiempo desfilaban en un “Oktober Fest” adelantado. Su cántico era similar al de la canción ochentera: “Vamos a la playa oh oh oh”. Pero le cambiaron la letra por un burlón: “Río de Janeiro oh oh oh”. Se habían jugado solo 45 minutos y Alemania ya tenía inscrito su nombre para enfrentar a Argentina en el Maracaná.
-Sinfonía de los paisanos de Bethoven-
Esa tarde del 8 de julio del 2014, el scratch nunca apareció como una orquesta compacta, mientras que lo de Alemania fue una sinfonía perfecta. Impecable línea por línea el once germano. Fue tan abrumadora su superioridad que los más radicales fanáticos (que al inicio amenazaban a los respetuosos alemanes) al final terminaron aplaudiendo el balompié lujoso y matemático de los hombres de Low. Sí, hubo aplausos. Pocos pero hubo.
Estos grandes germanos comenzaron controlando al rival. En octavos y cuartos, Brasil salió con ansiedad y explosión. Ante Chile y Colombia sirvió para anotar rápido, pero con Alemania no encontraron una sola puerta abierta. Todas las estrategias defensivas funcionaron al cien por ciento: exquisita marca hombre por hombre, infalible Neuer en el arco y salida limpia por las bandas y en la volante. Por ratos, los alemanes parecían ser veinte o treinta en la cancha. Siempre había alguien libre para recibir la pelota.
Es muy difícil imaginar otra presentación alemana con los 11 jugadores jugando para puntaje 10. Müller oportuno para abrir el paso con el primer gol, Klose con el apetito intacto para batir el récord de Ronaldo como goleador histórico de los Mundiales, Khedira en su mejor forma después de su lesión (hasta pudo anotar) y Kroos con Schurrle imponentes con sus dobletes que los elevan al altar de las estrellas alemanas. Ninguno falló. Los goles fueron siete maravillas mundiales.
Aún recuerdo todas las precauciones que tomé cuando salí del estadio en ese día histórico. Envolví en una chompa mi laptop y mi cámara, luego las guardé en una mochila que resguardaba con un abrazo fuerte mientras bajaba las butacas. Los alemanes cantaban su himno a capela, los brasileños insultaban a Fred, Scolari y hasta a la presidenta Dilma. David Luiz y Marcelo se arrodillaban, miraban al cielo y pedían una explicación antes de tirarse al suelo en señal de resignación.
Este terremoto futbolístico fue grado nueve. Para muchos fue el fin del Mundo, de la Copa del Mundo. Por unos meses se acabó el carnaval en Brasil. Tristeza nao tem fin.
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