De Ñol Solano se puede decir que fue un buen futbolista. No es poco, pero tampoco mucho más.
Su historial de escándalos es nutrido, al punto que este no será un recuento exhaustivo: caso Miramar (1995), emisión de su pasaporte griego (2001), arresto en Inglaterra por manejar tomado (2001), accidente en La Molina luego de tomar una copa y “quedarse dormido” (2006), acusación de agresión sexual en Newcastle de la que fue absuelto (2010), responsabilización a su esposa por el embargo de una propiedad en Gosworth (2010), proceso judicial por apropiación de una casa sin pago de alquiler (2015).
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Si la sucesión de hechos dejara dudas sobre su rasero moral, bastaría ver las defensas que intentó de sus jugadores sancionados por indisciplinas para confirmar la consistencia de su postura. Sobre Farfán dijo en su momento: “Ese es un problema que, con todo respeto, el periodista no entiende porque no vive lo que vive el jugador de fútbol. Ser deportista significa privarte de muchas cosas que un chico de 20 años hace sin ningún problema. Esta situación puede conducir al jugador a equivocarse en todos los aspectos, como cualquier ser humano. La diferencia está en que, por ejemplo, los periodistas no son personas públicas cuando están en la edad de cometer errores”. Sobre Cueva: “No podemos ser ingratos con un jugador que nos dio alegrías”.
De ahí que su último intercambio con Jaime Chincha no sorprenda. Solano siempre ha entendido la labor del futbolista como un sacrificio que debe ser recompensado por los demás con impunidad. Ve en el periodista a un enemigo, porque es la barrera que lo aleja de los privilegios. Cree estar por encima de la ley y se comporta como si su status de exfutbolista y asistente de Gareca fuera un salvoconducto para hacer lo que le venga en gana. A ello, lamentablemente, suma ignorancia: mientras el gobierno le pide a la nación un esfuerzo enorme para estar en casa y evitar así la propagación del virus Covid 19, él manifiesta que puede salir a la calle porque es asintomático. Al llamado de atención responde con ataques infantiles. Al pedido de aislamiento contesta con excusas y confusión.
Sería suficiente su pésimo desempeño como entrenador de la sub 23 para prescindir de sus servicios en la federación. Pero si a ello se suma su renuncia a acatar el estado de emergencia en estos tiempos tristes y trágicos, no es claro cómo encaja en el rol que Gareca reestableció para la selección con tanto esfuerzo y éxito: ser un reflejo alegre y orgulloso de lo que podemos hacer los peruanos cuando estamos juntos.
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