Alfredo Quesada, Otorino Sartor, Eleazar Soria y Enrique Casaretto fueron unos profesionales íntegros que tuvieron el privilegio de vestir la camiseta de la selección peruana. (Foto: Archivo histórico El Comercio)
Alfredo Quesada, Otorino Sartor, Eleazar Soria y Enrique Casaretto fueron unos profesionales íntegros que tuvieron el privilegio de vestir la camiseta de la selección peruana. (Foto: Archivo histórico El Comercio)
Miguel Villegas

En una época que solo se puede conocer en las “Ovación” de Pocho, Alfredo Quesada era portada. Y era, además, un volante patilargo que corría cuando otros trotaban y jugaba donde otros miraban. No en vano una tribuna del San Martín de Cristal lleva su nombre. Cuando tenía 17 años y era uno de los mejores prospectos que entrenaba Didí, el doctor Alfonso Carrera Calmell –‘Calila’, el notable directivo ya fallecido– ordenó su primer contrato como profesional. Podríamos decir que le salvó la vida. “Me pagaron 500 soles”, recuerda él, y se los dio íntegros a su mamá. Para la casa, para el hermano mayor, para los gastos. No pensó en el carro ni en los aritos: siguió yendo a entrenar en bicicleta o corriendo. Porque para eso había nacido el ‘Flaco’ Quesada, ese inolvidable medio de Perú en los 70: para correr y seguir corriendo.


En 1975, Otorino Sartor era el arquero de la selección de Perú. Vestía short blanco y camiseta verde. Cuando había un extra, se compraba unos macarios. Una tarde, después de ver parte de esa campaña en You Tube, le pregunté por qué tapaba sin guantes, cuál era la razón. “No había y no tenía, hijo. Y no sabes, un pelotazo de esos me dolía tres días. Quemaba como no tienes idea”. En octubre de ese año fue campeón de América y hoy vive en Huaral, donde apenas ve que uno de sus alumnos no tiene guantes, va y se los compra.


Eleazar Soria abrazó el cristianismo años después de su etapa como futbolista, aunque quienes lo conocieron en la selección peruana coinciden en que sus modales siempre lo distinguieron. Pulcro en el vestir, ideas ordenadas, buena familia, estudios de Derecho. Mucho antes que Ñol, Soria fue lateral de un grande del fútbol argentino (Independiente), pero además un hombre que equilibraba un plantel difícil de domar hasta para un oso del tamaño de Marcos Calderón. Los grupos se fortalecen en las diferencias, por si alguien no les ha dicho. No cuando son todos soldaditos. Hoy Eleazar Soria tiene 69 años, es pastor evangélico y no bebe. No brinda. Pero recuerda toda esa fiesta de 1975 como si fuera ayer.


Cuarenta años después de ese mágico año, el ‘Loco’ Casaretto aún llora de noche por esos dos goles a los brasileños en Belo Horizonte. Todavía los cuenta, todavía se ríe. “A veces me despierto por la noche sudando, como si me los hubiera fallado y Marcos me gritara: ¡Carajo, ‘Loco’! ¡Pero sí los hice!”, dice, al otro lado del teléfono, con ese vozarrón que heredó de tiempos más libres, menos militares y más exitosos. Estoy seguro de que si este campeón de América quisiera conocer el Congreso, tomarse una foto en Palacio o peor, exigiera los premios que nunca le dieron, ni siquiera dejarían que se acerque a 100 metros.

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