Lo más odioso para un comentarista deportivo es que lo obliguen a alejarse de lo que más ama, el intento de once futbolistas por controlar un balón en el campo, para pasar a la filípica o a la monserga porque un profesional bendecido con uno de los trabajos más hermosos del mundo decide no comportarse como tal.
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Alguien pensaría que dos titulares talentosos de Alianza Lima, con 26 y 27 años, es decir, al inicio del pico de rendimiento de sus carreras, harán todo lo posible por llenarle los ojos al director técnico de la selección peruana a un mes de empezar las Eliminatorias. Pero eso, claro, es pensar mucho. Abrir el debate sobre si Deza y Ascues tienen o no derecho a frecuentar discotecas en su noche libre es, de alguna forma, irrelevante. Cualquier persona tiene derecho a conducirse como le plazca con tal de que asuma las consecuencias de sus actos. Alianza Lima ya adelantó algunas medidas: separarlos del primer equipo, castigarlos con una multa económica y confiar en el poder de la presión grupal.
El club de La Victoria hace bien, pues traza una línea respecto a lo que considera la línea de comportamiento que se espera de los jugadores que visten su uniforme. Bengoechea también acierta: maneja el conflicto como un tema de imagen a resolverse puertas adentro. El problema luego será determinar si su equipo, que ha tenido un arranque de temporada discreto, puede prescindir de dos de sus principales contrataciones. No siempre las decisiones éticas van acompañadas de resultados a corto plazo. La mayoría de veces ocurre al revés: el principismo obliga a que el plantel se recomponga y en ese tránsito sufre. A mediano y largo plazo, sin embargo, la idea de anteponer la institución al individuo es correcta, pues filtra, reúne y concentra. La consistencia no solo es un valor, también es una estrategia.
La pregunta, luego, es si con estos antecedentes que tienen el agravio de la reincidencia, Deza y Ascues lograrán rectificar y alinearse con lo que les pide el comando técnico. No hay solución evidente. Separarlos parece exagerado; mantenerlos luego de una sanción menor parece insuficiente. Los directivos deberán hacer lo más difícil, que en estos casos es encontrar los balances internos. El riesgo mayor recuerda a la teoría de las manzanas podridas: corrompen las buenas, sobre todo a las tiernas. Si el sueño de Yuriel Celi es jugar en el Real Madrid, no parece estar tomando las decisiones correctas.
Dicho esto, y teniendo como víctima adicional -además de todos los mencionados- a Pedro Gallese, la pregunta es si la Liga 1 sobrevivirá a la nueva temporada televisiva de Magaly Medina. Resulta un poco amargo que en tantas áreas y sectores el Perú siga estancado en la década de los noventa. Pocos podrán decir que esos fueron los mejores años de sus vidas.
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