A mí me introdujeron en los rituales sagrados del fútbol cuando visité por primera vez el estadio Mariano Melgar. Quedaba a dos cuadras de mi casa, en el barrio de Cuarto Centenario, cruzando por la Iglesia de El Pilar. Aquella tarde de 1992 Melgar goleó 6 a cero a Sporting Cristal. Cuando caía el sol –que había sido despiadado con los cerveceros y casi siempre cocía al rival–, Freddy Torrealva se hincó de rodillas para empujar la pelota con la cabeza, haciéndola cruzar la línea de gol y marcando el tanto más desvergonzado de la historia del club. Un carnaval pantagruélico. Una exhibición histórica que mostró a un equipo coral que pegó un meneo señorial: un recital del equipo de Bobadilla, Pedro Perico Requena y Julio El Coyote Rivera. Estoy convencido que, si hoy se marcase un gol de tal naturaleza, cacheteando con tal autoridad al rival, ocasionaría una batalla campal que acabaría entre trompadas, bajo el amparo del fair play y los códigos.
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