"Roberto Mosquera no es el único culpable", por Julio Vizcarra
"Roberto Mosquera no es el único culpable", por Julio Vizcarra
Julio Vizcarra Torres

"Quiero hacer una reingeniería y volver a las fuentes. Regresar a lo que llevó a ser la mitad más uno". Tan criticado por su ‘floro’, ilusionaba a los hinchas sin haberse puesto el buzo con frases como estas. No había rechazo. El día de su presentación, en Matute se respiraba un aire lleno de optimismo de cara al futuro, pensando en enderezar el rumbo deportivo del club de la mano de su historia. Sin embargo, diez meses después todo acabó.

Todas los dardos apuntan al técnico pero, finalmente, Mosquera termina siendo otra víctima del mal manejo que viene teniendo Alianza hace muchísimo tiempo. Incluso antes de la llegada de las administraciones temporales. Que en diciembre se cumplan diez años sin títulos no es solo para alarmarse, debería servir como punto de quiebre para reflexionar sobre los errores que ya no se deben cometer, así como en buscar soluciones no solo en lo futbolístico. Porque cambiando de técnico no se arregla nada.

Antes de Roberto Mosquera desfilaron por La Victoria nueve técnicos, entre oficiales e interinos, y el final fue el mismo. Cada uno muy distinto a su predecesor. ¿Por qué tenía que ser diferente esta vez?

La llegada del ex entrenador de Sporting Cristal entusiasmaba por lo que había conseguido en equipos de menor calibre como Sport Huancayo, Bolognesi o Juan Aurich, a los que había dado una identidad de juego. Los hinchas íntimos aún recuerdan aquel baile del Huancayo en Matute en el 2011, que acabó en un corto 2-0 de milagro. Y cuando Mosquera tomó el club celeste, fue campeón con autoridad a partir del juego.

Por antecedentes, sí daba para ilusionarse.

Mosquera pintaba para Alianza de la fachada hacia afuera pero no por dentro. Siempre se ha dicho que la interna íntima es complicada y el ex técnico blanquiazul lo comprobó, a pesar de su confianza desmedida. Con trabajo y disciplina no alcanza para convencer a un plantel integrado por varios grupos. Y si a ello le sumamos situaciones como las que protagonizó con Atoche en el arranque del torneo, esto tenía fecha de caducidad antes del vencimiento de su contrato.

Obviamente, todo hubiera quedado en el olvido si los resultados maquillaban la situación, pero ello tampoco se dio. Ni en el marcador ni en las formas. De 35 partidos disputados, Alianza Lima solo ganó 14 veces, es decir, menos de la mitad. En esas victorias no hay ninguna contra la ‘U’, a la que enfrentó en tres ocasiones. Los números empeoran si vemos las estadísticas como local: 8 triunfos en 18 partidos. Paupérrimo para un equipo grande que quiere el título. A pesar de todo, con Mosquera siempre se estuvo cerca de los cuatros ansiados primeros lugares. Cuando se fue, Alianza estaba a cuatro puntos. Quizás haya podido meterse en esa etapa final del Descentralizado más no hubiera sido justo. Nunca cumplió aquella frase: “Mi meta no es ser campeón, es el camino. Más disfruto el camino que ser campeón".

Este año Alianza ha transitado por el camino de la lentitud, lo previsible y la falta de asociación. Siempre fue un equipo largo, sin ideas para hacer daño, con un sistema defensivo tan frágil como una casa de paja. Los jugadores también son culpables.

Salvo Vílchez y por ahí Pajoy, quien lleva 14 goles, ningún futbolista ha estado a la altura. Y otros han estado muy por debajo de lo que se esperaba. Mientras que los refuerzos han sumado poco. Se dijo que Gabriel Costa era muy caro por eso no se le pudo retener y en su lugar se trajo a Montaño y Bazán. Entre ambos suman dos goles, el uruguayo, quien volvió el último domingo tras cinco meses por una lesión, lleva tres. Sin contar que en sus dos temporadas como blanquiazul anotó 21 tantos. Responsabilidad de la dirigencia y Roberto Mosquera.

El círculo vicioso lo cierra la administración encabezada por Christian Bustos, quien tomó las riendas del club el año pasado en reemplazo de Susana Cuba. Ninguno de los dos ha podido encaminar a Alianza al lugar que se merece, ni en lo futbolístico ni institucional, algo que sí se hizo en lo deportivo, de manera pacial, en Universitario con el campeonato del 2013. El más claro ejemplo de lo mal que se maneja la institución blanquiazul fue lo que sucedió con la salida de Roberto Mosquera. La administración a cargo tiene todo el derecho de tomar las decisiones que crea convenientes, como la partida del técnico pero debe hacerlo con seriedad. El domingo la noticia de que Alianza se quedaba sin entrenador era conocida, sin embargo, nadie salió a aclarar la situación. Celulares apagados, silencio total. Tuvo que salir el lunes pasado el mediodía Francisco Pizarro, preparador de arqueros, para que se confirmara la partida de Mosquera. Recién por la noche, el club emitió un comunicado. Mientras que la oficialización no llegaba y los hinchas se preguntaban qué pasaba, por Twitter, medio que se usó para publicar la salida del técnico, Alianza promocionaba su máquina de afeitar. Una locura muy real que demuestra que para salvar al club blanquiazul se necesita pensar más allá de un campo de fútbol.

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