Unos seis, siete muchachos están sentados en los bajos de la tribuna América, besando casi la popular Ámsterdam, donde se coloca la barra de Peñarol. No queda casi nadie, salvo extranjeros periodistas: Perú acaba de pisar la cancha del Centenario de Montevideo, un coloso que el técnico uruguayo de la selección, Sergio Markarián conoce al detalle. “Ábranle la puerta a los chicos”, dice alguien, y aunque no se distingue si la voz es suya o de Pablo Bengoechea o del Vasco Aguirregaray, los seis, siete muchachos, bajan las graderías de cemento montadas para el Mundial de 1930, que apenas se descascaran, y en el centro del campo, como si fueran alpinistas que acaban de pisar el Everest, asientan una bandera.