Pedro Ortiz Bisso

Hace dos años, cuando se lesionó Novick y con un puñado de partidos encima tuvo que ponerse al hombro a la U, su hinchada y su inmensa historia, Quispe era Pierito. No había otra manera de llamarlo. Sobre el verde era el chiquillo esmirriado que parecía tener la pelota atada al botín, que le gustaba arrancar desde atrás, seriecito, con la mirada clavada en el piso. Ante los fotógrafos respondía con los ojos achinados y la sonrisa infantil. En el camarín era pasto de la chacota más desalmada. “Castillo de chibolo”, le clavaron sus compañeros por su parecido al vecino de Fujimori en Barbadillo. En una radio le pusieron ‘lapicito’, pero ninguna de las chapas pegó. Era Pierito, a secas.

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