Si Gustavo Dulanto dominara la pelota como domina la angustia, sería Messi. No han podido con él una rotura de ligamentos ni un conflicto bélico por el que debía cuidarse tanto de las balas como de los delanteros. Es defensa, pero bien podría ser basquetbolista por su espigada figura o vendedor de seguros por su formidable persistencia. Es hincha de Universitario y aunque los dos últimos años ha lidiado con la tentación del fracaso, vestir de crema le ha asegurado el éxito de llegar a casa, ponerse la pijama y poder decirle a su almohada que tras una larga pesadilla ha podido cumplir dos de sus más grandes metas: volver a jugar en el equipo que ama como le reclamó una noche su hija y tener -por fin- la posibilidad de enfrentar a Paolo Guerrero.