Renato Cisneros

Veo el partido de la U contra Los Chankas con mi hija de cinco meses en brazos. Mi esposa ha ido al aeropuerto a acompañar a su madre, así que me he quedado a cargo de las dos niñas. La mayor ya se ha ido a dormir. En España son las nueve de la noche cuando arranca el choque en Andahuaylas. Sigo las acciones a oscuras y sin volumen para favorecer el sueño de la bebé. Consigo adormecerla, pero casi enseguida se levanta de un sobresalto por culpa de mi grito ahogado después del gol que le anulan a la U. Aprovecho el entretiempo para cantarle una canción de cuna (una versión lenta de «soy merengue desde que era chiquitito») y preguntarme si acaso ella heredará mi fanatismo por la crema.

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A mi hija mayor, que ya tiene siete años, no he logrado evangelizarla. Por más que le hablé de Lolo, de Chumpi, de Oblitas; por más que le enseñé las viejas camisetas que me traje de Lima; y por más que le mostré material fílmico contundente (el gol de Martínez a Alianza el 95, el tijeretazo del Zorrito contra Alianza el 2009, la volea de Calcaterra en el clásico del 2023), nada de eso sirvió: este año se declaró orgullosa hincha del Real Madrid, igual que el resto de niños de su salón del colegio. ¿Cómo podría culparla?

Plantel crema se fue de la cacha directo a celebrar en el hotel. (Universitario)
Plantel crema se fue de la cacha directo a celebrar en el hotel. (Universitario)

Espero, eso sí, que mi segunda hija no la imite. Es complicado, porque seguro querrá copiar a la hermana, es lo que hacen todos los segundos hijos. Sin embargo, el día del futuro que hablemos de fútbol, cuando ella ya tenga edad suficiente para captar lo trascendental que es elegir a un equipo para toda la vida (en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe), ese día le recordaré que el domingo 3 de noviembr de 2024 yo la tenía acunada en mis brazos mientras allá lejos, en Perú, concretamente en Andahuaylas, Universitario se coronaba bicampeón nacional en el año de su centenario.

Le contaré que se despertó varias veces durante el primer y segundo tiempo; le describiré la fuerza con que me aferraba a ella en cada avance de la U, como si fuese mi amuleto de la suerte; y le enumeraré los besos que le di y hasta las lágrimas que no contuve apenas se decretó el campeonato. Quizá el discurso melodramático no alcance para despertar en ella una genuina feligresía por Universitario, pero estoy seguro de que nunca olvidará mi relato. Si no le heredo el hinchaje, le heredaré una historia, la historia de esa noche de hace muchos años en la que ella, con solo cinco meses, dormitaba en mis brazos durante un partido de fútbol decisivo, al final del cual, loco de felicidad, me puse a gritar en silencio para no despertarla.